La novedad homofóbica cree tanto en el escándalo en frío como en el recitado imprevisto de sermones cristianos, siempre en aumento de tono y de frecuencia, el escándalo del contrayente melifluo (“No me toque, soy muy delicada”) visitando a su esposo melodramáticamente rechazante en plena fiesta oficinesca para echarlo de cabeza (“¿Ya lo oíste? Él es mi marido, es homosexual, ¿quedó claro?” / “No puedo creerlo”) al mismo nivel que el contrayente mamadote ultraedipizado por su controladora mamita ruca tan posesiva cuan rechazante (Isabel Martínez La Tarabilla despojada de gracia), el escándalo del descubrimiento de la cópula primaria (esta vez homosexual) por los ojos del niño al mismo nivel del encuentro con el taxista intempestivamente rollero redentorista, el escándalo de la serenata con mariachi para reconciliarse con el revulsivo amante celoso del ventanal (“El que extraña tus excesos”) al mismo nivel que las inmostrables fotografías del adulterio tomadas in fraganti por unos detectives privados en un billar, el escándalo de las locas desatadas resbalándoseles a machotes irresistibles en una plaza comercial delante del niño al mismo nivel que el choro edificante (“Lo que se está aprobando con estos matrimonios son contactos sexuales contra la naturaleza, pero ¡cuidado!, lo que la sociedad admite, se reproduce dentro de ella”) o los encendidos ojos comprensivamente reprobatorios de cualquier venturoso iluminado incidental de irrebatible agudeza psicológica (“Es obvio que cuandoe estás en la fiesta te desahogas, pero ¿qué pasa cuando estás en la soledad de tu cuarto?, ¿realmente eres feliz?”), el escándalo del leguleyo tenista rebatido punto por punto por sus elocuentes compañeras de team deportivo (“Dios tiene la patente del matrimonio, esas relaciones no son naturales”) al mismo nivel que la furia preocupada del mismo personaje ya contrito y dando marcha atrás a sus juicios ingenuos (“Yo estoy convencido de que los niños que crecen con parejas homosexuales crecen con una mente más abierta y sin prejuicios como ustedes”) tras ver los modales intolerables que ha adquirido su vástago inerme (“¿Verdad que lo importante es amar a alguien, sin importar si es hombre o mujer?”), el escándalo del descompuesto duelo a puñetazos significando ruptura conyugal definitiva al mismo nivel que los ligues-desbarrancadero de Iván en el abandono hasta que un tipo resulta temible asaltante a mano armada y al mismo nivel que la redención del escarmentado Iván al fin redimido de su opción-desviación erótica (“En Jesucristo puedes dejar de ser homosexual”), todo ello presentado dentro de una idéntica tesitura pretendidamente casual, azarosa, al hilo de los días paratelenoveleros, abruptamente o a trompicones, sin mayor estructuración dramática, porque el discurso, demiúrgico y manipulador, cree que puede uniformarlo y homogeneizarlo todo cual mirada de un Dios Pancreator llamado cineasta.
La novedad homofóbica se siente obligada a enarbolar como máxima cualidad de su lucha aberrante adscribirse bajo “los poderes fácticos del conservadurismo moral y el fundamentalismo religioso” para advertir sobre “los malos ejemplos y las compañías corruptoras”, dictar “con humor ramplón” su “discurso de intolerancia y menosprecio” y dictaminar contra “el maleficio del matrimonio gay y los horrores de la adopción trastornadora”, cual señal del “imparable dominio de la corrupción y la impunidad” en México, según el cinecrítico Carlos Bonfil (en La Jornada, 6 de marzo de 2016), un signo algo más que inquietante e inequívoco tendiendo a injurioso y brutal contra todo un sector de la población que ha luchado valiosa y valerosamente por su dignidad.
La novedad homofóbica se basa, de acuerdo con un artículo de Mónica Garza (aparecido en el diario La Razón el 5 de marzo de 2016) en cuatro grandes errores: considerar que todos los hijos de familias homoparentales sufren acoso escolar, que la homosexualidad “se cura” con la fe, que en las parejas homosexuales uno juega el rol femenino y el otro el rol masculino y que un padre homosexual es un riesgo para las futuras preferencias sexuales de su hijo, por desgracia errores que equivalen aún hoy a graves prejuicios sociales, cosa que según Jacqueline L’Hoist, presidenta del Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México (entrevistada por Garza), es una buena oportunidad de replantearnos lo que es violencia “porque si no reconocemos que denigrar a las personas homosexuales es una expresión de violencia, no estamos aprovechando este maravilloso momento que nos regala esta película”, “ellos están haciendo uso de su libertad de expresión”, pero “lo que no vamos a permitir son las mentiras”, pues “el contenido de esta cita es una ficción que pone en situación de vulnerabilidad a las personas homosexuales y familias homoparentales”.
Y la novedad homofóbica denuncia involuntaria e irresponsablemente a la ortodoxia cristiana, a toda ortodoxia cristiana pues las cintas de Paco del Toro jamás se han contentado con el lugar establecido, asignado y respetado por las prácticas cristianas, aunque éstas ya se muestren disminuidas y parezcan ir de salida en la sociedad actual, sino que quiere desbordarse fuera de esos límites tradicionales, para él concesivos e insatisfactorios, y es gracias al cine-deyección más mediocre y elemental como ahora intenta la expansión de ese marco limítrofe que se consideraba su esencia, pretendiendo ahora regular y reglamentar sobre adopción homosexual en función del castigo atroz del selectivo flagelo sidoso que no perdona, por el Mal incurable acaso menos alevosamente merecido que bajamente melodramático para escarnecer a los contagiados de VIH.
La novedad autorreflejante
Los seres se reflejan en sus criaturas, en sus dobles, en sus inalterables pautas de conducta, desmembrados entre la representación y la mismidad, entre lo simbólico y lo imaginario, coagulados en ocasiones de síntesis ocasionales como cadenas significantes de un “cuerpo sin órganos”, “atravesado por ejes, vendado por zonas, localizado por áreas o campos, mordido por gradientes, recorrido por potenciales, marcado por umbrales” (diría el crucial binomio filosófico-antipsiquiátrico Gilles Deleuze-Félix Guattari en El antiedipo), autorreflejándose, sin conseguir verse mejor a sí mismos en la desintegración del mito romántico.
Lado A: La novedad autorreflejante ficcional
En Yo soy la felicidad de este mundo (Mil Nubes Cine - Foprocine / Imcine / Ruta 66, 122 minutos, 2014), estremecido quinto largometraje del excuequero director gay mexicano por excelencia aunque desgraciadamente con producción cada vez más muy espaciada de 42 años Julián Hernández (Largas noches de insomnio, 1998; Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor, 2002; El cielo dividido, 2006; Rabioso sol, rabioso cielo, 2009), con guion de Emiliano Arenales Osorio (el seudónimo del realizador, al tiempo que su heterónimo, cual homónimo del protagonista), Ulises Pérez Mancilla y Sergio Loo, el guapo cineasta treintón incontrolablemente aficionado a las drogas y a los muchachitos Emiliano Arenales Osorio (Hugo Catalán barboncillo) se siente atraído, durante el rodaje de un elaboradísimo documental sobre la sexagenaria maestra de danza medio reverenciada medio odiada Gloria Contreras (ella misma confesándose medio reverenciada medio odiada), por el joven bailarín en trance de recuperarse de cierto lamentable esguince en una pierna Octavio (Alan Ramírez de playerita roja), sostiene con él un instantáneo primer escarceo erótico, se hace invitar también por él a la fiesta donde canta blues con delgada voz sensualosa la bisexual Sunny (Andrea Portal) en pareja lésbica con la asimismo bisexual María (Rocío Reyes), lo lleva a pasar la noche en su depto-estudio y, muy poco después, lo busca por celular, vuelve a verlo y lo invita a quedarse a su lado de manera casi permanente, entusiasmando al chavo, que va cediendo con lentitud pero con firmeza, a las solicitaciones del flamante compañero mayor (“Nunca me dijiste por qué me llamaste” / “Menso, tú tampoco me lo dijiste”), pero no por ello Emiliano