La novedad esperpéntica sólo consistía quizá en su capacidad de caer en todo aquello “que el genio de Buñuel supo evitar en Los olvidados”: el “desfile de abyecciones”, un “apéndice inflamado y grotesco de lo que ya consigna la prensa sensacionalista”, “algo voyerista y ocioso”, y “la complacencia” que en realidad es autocomplacencia (Carlos Bonfil en La Jornada, 18 de marzo de 2016), además de apenas conseguir y consignar el despliegue sin involucramiento ni convicción de un mundo siniestro e inverosímil que se extiende contra el deporte de la lucha libre a base de lúbricos enanos sempiternamente eliminables con gotas oftálmicas por angélicas putas exterminadoras cuya malignidad lumpenhirsuta empalidece a fin de cuentas ante la de cualquier capítulo desprendible de la serie Capadocia o cualquier episódico lance castrante de Las Aparicio (más la telenovela que la cinta en ella basada y dirigida hacia 2015 por Moisés Ortiz Urquidi con desviado guion femiactivista engañoso de la penetrante radical Lucía Carreras), un mundo como de costumbre en Garciadiego-Ripstein de sinuosos planos secuencia sin necesidad alguna y grandilocuentes verborreas archimelodramáticas-truculentas-impronunciables como de costumbre en Garciadiego, un mundo ya ofrecido gratis en la plataforma digital oficial filminlatino.mx coincidiendo con la exhibición del film durante su desairado paso por la Mostra de Venecia en 2015 y alcanzando tan sólo 2300 visitas aunque el producto fuera inmejorable como Tratamiento Ludovico de Naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971) en irredimible versión carroñera.
Y la novedad esperpéntica concluye sorpresiva y arbitrariamente con una canción francesa muy cincuentas en voz del panhispánico tenor populachero Luis Mariano (tomada del film Le chanteur de Mexico de Richard Pottier, 1958), envidiando la presentida gracia exotista de una opereta-kitsch que nunca alumbró ni se vislumbró siquiera en el relato, en ese femiesperpento-escarnio propio vuelto del revés, en ese femiesperpento-vehículo atropellado de valores negativos posnaturalistas, en ese femiesperpento-guiñol poblado de rejas dispuestas para las embotadas asesinas monstruosas (“Siempre hemos andado por la calle de la amargura”) que finalmente se perderán por un pasadizo sembrado de rejas (“Tengo miedo, mucho miedo”), en ese femiesperpento-ámpulas grises que se despliegan como abortadas semifantasías de albañal, en ese femiesperpento-excipiente inane y tieso cual anticipo del rigor mortis de antemano putrefacto.
La novedad infiel
En el videofilm InFielicidad (Jorge Z. López - La DiBina Providencia, 76 minutos, 2015), hiperteatralizado quickie testamentario en cuatro actos bien definidos y confesamente rodado de emergencia en sólo dos días del veterano autor total aguascalentense oficialmente archiapapachado hasta con la Medalla Salvador Toscano de 73 años Jaime Humberto Hermosillo (del ejercicio cuequero heroico Los nuestros, 1969, a Juventud, desengaños y anhelos de Hernán Cortés Delgado, 2010, pasando por La pasión según Berenice, 1975, y sus incursiones pioneras en el seudoplano único Intimidades en un cuarto de baño, 1989, y La tarea, 1990), con fotografía y guion improvisado suyos pero colaborando en ambos rubros su productor y sus cuatro actores protagónicos, el histérico profesorcito de natación Nicolás (Tizoc Arroyo) acude a su sesión psicoanalítica de los miércoles a las cuatro con un joven terapeuta de doctas gafas distanciantes Joaquín Azúcar (Jonathan Silva) para exponerle entre gritos, exasperaciones, retorcimientos, aullidos, gimoteos, y un llanto verdadero que enjuga con pañuelos desechables de la caja estratégicamente colocada a un lado del diván, las novedades circulares de su conflictiva relación con una brillante conferencista foránea diez años mayor, con quien cuenta ya un lustro viviendo como pareja estable, correosa e indesligable, si bien sosteniendo escasos contactos sexuales a últimas fechas, lo cual ha convertido al patético varón en un onanista compulsivo, por compensación, aunque dependiendo de su dinero para pagar la terapia y sin dejar de sentir por ella celos patológicos, vigilar los movimientos de su tarjeta de crédito y sus llamadas por celular, y acosarla con decenas de telefonemas, sin obtener respuesta alguna, sobre todo cuando se halla trabajando fuera (“Estoy seguro de que está con alguien más”) o cambia de ciudad sin avisarle (“Ya no aguanto, es una hija de su puta madre, es una puta, le vale madres, la quiero matar, ¿entonces por qué cambió su contraseña?”), a sabiendas que él mismo, tarde o temprano, acabará por serle también infiel, en vista de su diferencia de edades, y dando eso como un inevitable hecho futuro por ambas partes, cosa que inquieta profundamente al doctor (“Cuando la ves a los ojos, ¿qué sientes?”), quien reiteradamente le recomienda al paciente asumir sus responsabilidades (“Estás dejando de ser tú”), pero que cederá a las demandas y caprichos neuróticos del atribulado Nicolás, cuando éste le pida que conozca en persona a la celada Laura (Lisa Owen carismática comme d’habitude), la reciba en su consultorio, aún bella y muy segura de sí misma, para constatar la evidencia de que se trata de una madre instintiva que renunció voluntariamente a tener hijos pero que sostiene una protectora relación maternal con su compañero (“Es un hijo crecido y hermoso”), imponiéndose ahora como corolario lógico agendar una reunión entre los tres, en la que Nicolás y Laura acabarán confesándose que se son infieles mutuamente y, para sorpresa del grupo, con el mismo tipo, un bisexual asiduo de gimnasio que lanza por delante sus tatuajes de espalda para hacer plática, hecho que saldrá a relucir cuando, en una siguiente sesión, únicamente se presente al consultorio del doctor Azúcar ese personaje (Emiliano Flores) y se le encuere de inmediato al facultativo sobre el diván y empiece a agasajarlo con su infalible Rito de seducción, consiguiendo en efecto socavar e inquietar al serio varón.
La novedad infiel se divide muy explícita y retadoramente en cuatro actos escénicos, cual descarada e inepta y contrahecha pieza teatral o arcaico ejercicio de teatro filmado, pero lo hace de una manera nada vergonzante, deliberadamente anacrónica, en las antípodas de aquellas sabrosas y popularísimas seudosesiones psicoanalíticas que ofrecían los 78 capítulos de la ingeniosilla TVserie gringa En terapia (2008) del fallidísimo cineasta Rodrigo García (acaso su único logro y obvia fuente de inspiración de InFielicidad con sus líos cruzados entre doctores y pacientes), pues en éstas sus nuevas mingitoriales Intimidades en un cuarto de baño psiquiátrico, Hermosillo se solaza traicionando las reglas que parecía haberse fijado, de vez en vez, cada que se le da la gana, cual guiño de ojo o distanciamiento / extrañamiento respecto a sus propios materiales, a modo de leves insinuaciones perversas o de plano epifanías, acumulando un poco sin ton ni son diversos procedimientos heterogéneos con respecto al planteamiento mismo de la obra, así se forma el título de la cinta con base en un juego de palabras que tan insinuante cuan obviota y esperpénticamente funde la palabra Infidelidad con Felicidad (pero implicando también Infelicidad y un poco más allá u oculta en su aliteración una Fidelidad vuelta aquí ausente por anticlimática o acaso subversivamente paradójica ¿o paradójicamente subversiva?), así se filma en plomizo blanco y negro la casi totalidad del metraje (pero de pronto la imagen cobra ¿o recobra? por un momento gloriosos colores al final del último tercio cuando los secretos burlonamente se han develado entre los personajes por una vez besándose y abrazándose amorososamente botados de resplandeciente risa nerviosa), así se arman mecánica y monótonamente las hiperdialogadas secuencias a base de masters shots con chaplinianas protecciones en paralelo sobre el eje hasta para la entrevista a Laura con cámara chueca (salvo en los casos de los reencuentros con la verdad o con el perturbador ligón de gimnasio), así se inserta un terceto de indiscretas frases clave escritas sobre pantalla entre paréntesis y puntos suspensivos cual globitos de historieta para traducir el pensamiento de los contendientes en la sesión al emerger por un instante de su caparazón gestual y revelar