Aunque pareciendo ocupar un universo epistémico totalmente diferente, N. Katherine Hayles ofrece una noción sorpresivamente congruente de un entendimiento de la cognición ampliado a través de la biología cognitiva. Diferentes conversaciones se hacen posible al otro lado de las divisiones disciplinarias. Sin referirse a “ch’ulel”, la biología cognitiva entiende que la cognición es más generalizada de lo que estamos acostumbrados a creer132. Hayles, siguiendo la pauta de Ladislav Kováč, está de acuerdo en que “la cognición no se limita a los humanos o a los organismos con consciencia; se extiende a todas las formas de vida, incluyendo las que no tienen sistema nervioso central, como plantas y microorganismos”133. Hayles también distingue el saber en dos tipos, aunque sus términos no siguen la pauta de las distinciones entre saber y conocer. Hayles distingue entre el pensar y la cognición: “El pensar, como yo uso el término, se refiere a operaciones mentales de alto nivel, como el razonamiento abstracto, la creación y el uso del lenguaje verbal; la construcción de teoremas matemáticos o la composición de música etc., todas operaciones asociadas a una conciencia más alta. Aunque el homo sapiens no es el único con estas habilidades, los humanos las poseen en mayores grados y más desarrolladas que otras especies”.
La “cognición”, para Hayles, “es una facultad más amplia, que existe en algún grado en todas las formas de vida biológicas y en muchos sistemas técnicos”134. La distinción para ella es la que desarrolla para “reemplazar el humano/no humano: cognoscente versus no cognoscente. Por un lado, están los humanos y todas las otras formas de vida biológicas, además de muchos sistemas técnicos y, por el otro, procesos materiales y objetos inanimados”135. Cognoscentes, explica, tienen opciones, son actores. Ella reserva la palabra “agentes” para “fuerzas y objetos materiales” reconociendo que los “no cognoscentes pueden poseer poderes de influencia que podrían eclipsar cualquier cosa producida por un ser humano; imaginen en el impresionante poder de una avalancha, un maremoto, tornado, tormenta de nieve, tormenta de arena, huracán” aun cuando estos eventos no son capaces de ejercer la opción136. El universo, entonces, está siendo animado por actores y albedrío en vez de objetos y cosas, cada uno tratando de encontrar maneras de adaptarse y prosperar. Toda vida, argumenta Kováč, “incesantemente, a todo nivel, a través de millones de especies está ‘probando’ todas las posibilidades de cómo avanzar más adelante… en todos los niveles, desde el más simple al más complejo, la construcción general del sujeto, la dimensión corporal del conocimiento logrado representa su complejidad epistémica”137.
La inclusión que hace Hayles de los “sistemas técnicos” en el área de la cognición, puede parecer no calzar con los sistemas epistemológicos indígenas que he citado antes. Pero creo que los sistemas técnicos juegan un rol vital en los universos cognitivos indígenas. Los huichol, o más correctamente el pueblo wixáritar de México central, fabrica pinturas sagradas al tomar peyote, donde prensan lana, mostacillas o hilos finos sobre cera. El arte comunica los senderos, visiones e interacciones con los dioses y así se convierte en una forma de saber, pensar con y estar con, en movimiento, en tránsito. Si como sugiere Hayles, la “cognición es un proceso que interpreta información dentro de contextos que la conectan con sentidos”138, entonces el arte puede revelar una verdad desconocida para los wixáritar e informar otras prácticas de construcción de significado. Los tambores sagrados en otras comunidades “hablan”, son actores en sus contextos.
Mi objetivo no es hacer comparaciones, sino más bien pensar en la conectividad a lo largo de estos varios esquemas epistemológicos y más allá de las divisiones disciplinarias donde hay gente que está bregando con fenómenos de este tipo y haciéndose preguntas similares. Me imagino una discusión entre alguien formado en biología cognitiva con alguien versado en epistemologías indígenas (entre otras) para encontrar estrategias que expandan nuestras conversaciones. Los idiomas pueden ser diferentes —de código informático, a pinturas de cera wixáritar, a teorías de “fabricar sentidos participativos” y “cognición distributiva”— pero el ímpetu debe ser común a todos139.
Todas las especies están continuamente probando formas de sobrevivir y prosperar, como lo pone Kováč. Los zapatistas se adaptan, “para no dejar de ser” seres históricos, dicen ellos. Los académicos occidentales como yo, tratamos de escapar de nuestro encierro epistémico imaginando otras formas de estar en el mundo. Las metas podrán variar. “Yo” me esfuerzo por saber de manera diferente no solo cómo sobrevivir, sino cómo dejar de ser cómplice de las prácticas coloniales de conocimiento.
VI
Teoría caminante
[Fig. 1.000. Caminando. Alexei Taylor].
Diferentes versiones de estas piezas fueron escritas durante un periodo de cinco o más años, y me di cuenta de que estaba desarrollando una estrategia peripatética para “escenificar” el trabajo. Mis observaciones y teorizaciones surgieron de mi caminar y hablar con otros. En algunos casos, esta práctica se parece al caminar en círculos de Aristóteles por el perímetro de la arboleda, mientras hablaba con sus alumnos que lo seguían. El término peripatético, del griego antiguo περιπατητικός (peripatêtikos) que significa “de caminar” o “dado a caminar”140, apunta a tres aspectos diferentes pero relacionados, de cómo yo entiendo la teoría caminante. Primero, y lo más obvio, enfatiza el rol del movimiento en el aprendizaje como práctica que destaco en todo el trabajo. Segundo, como Aristóteles no era ciudadano de Atenas y por lo tanto no podía ser dueño de una propiedad, el Liceo donde se juntaba con sus alumnos para discusiones intelectuales era un entorno improvisado, menos institucional. Y lo tercero, aun cuando las discusiones consiguientemente eran más informales, no por eso eran menos profundas o estimulantes. Este modelo tiene una externalidad que me interesa y que (sin hacer la conexión) he reproducido en mi propia práctica —afuera de los bordes formales de la academia, físicamente afuera en un espacio improvisado o móvil, descentrando la periferia de la arboleda, por fuera de la nación-Estado o no totalmente identificándome o perteneciendo a ella, y más allá del formato de la conferencia o clase hacia conversaciones menos formales, pero igual de desafiantes—.
Caminar y hablar, o el método peripatético, enfatizan la idea de producir conocimiento como un hacer —ver, escuchar, leer, pensar, hablar— son todas acciones que hacemos juntos. Interactuamos con la gente y el mundo a nuestro alrededor. Hasta leyendo “solos” estamos en la compañía del autor. Libros, inspiraciones, cantos y mucho más nos acompañan donde sea que vayamos. Pero en este estudio, en las prácticas que describo aquí, nos paseamos por varios lugares en corto tiempo —Ciudad de México, Chiapas, Guatemala, Sao Paulo, Santiago de Chile y de vuelta a través de Centro América a Chiapas, Nueva York, Montreal—. Las preguntas conectan y atraviesan todos estos espacios incluyendo las mismas políticas de movimiento. Adicionalmente varias de estas piezas fueron desarrolladas en diálogo con mis estudiantes, y a menudo yo los seguía. A veces me llevaban a través de campos y asuntos