Aquí está: la aparente contradicción de las nuevas fronteras del capitalismo coexistiendo con Estados Unidos como un Estado amurallado; movilidad e inmovilidad; acceso permitido y denegado —en suma, el mundo individualista del sujeto liberal y los nadie que pueden ser usados y descartados—. Imágenes espejo; cada una depende de la otra para existir.
En vez de algo contradictorio, sin embargo, yo lo llamaría para-dójico. Para-, al lado de, pero también “más allá de, injustamente, perniciosamente, desfavorablemente, y entre”87. Vivimos en para-mundos, para-espacios, en los cuales el lamento derridiano de “crímenes de hospitalidad”88 han vuelto al invitado una “persona comiendo en la mesa de otro”, en un “parásito” (el significado original de parásito como invitado), un criminal, un recluso en el siglo XXI. Migrantes y refugiados, de acuerdo a conservadores, viven a costas de las riquezas y la bondad de todos los esforzados trabajadores de Estados Unidos89. Por otro lado, podemos argumentar que los jubilados y migrantes ricos viven a costa del trabajo de otros que les ayudan a amasar su fortuna y además los cuidan, cuidan de sus hijos e hijas, sus casas, su comida y hasta de su ropa sucia.
En nuestro Century 21, modelos neocoloniales de asentamiento, ocupación, turismo y migración, están siendo nuevamente reorganizados creando para-espacios, tiempos y mundos siempre anidados dentro y al lado de otros y escondidos de la vista. El escapar, el encerrar. Migrantes y refugiados a menudo han sido desterrados cuando las multinacionales se apropian de sus tierras para crear industrias de hidro, agro, minería y turismo, muchas veces con la ayuda de soldados paramilitares. El “para” aquí apunta a la privatización de la violencia, pagada por la industria, y requerida para mantener su implacable expansión lateral y sus recintos amurallados. Los cuerpos de migrantes asesinados terminan en fosas comunes y tumbas sin nombre.
La comprensión sobre lo que present/e significa se revela, así como lo hace la lista de quien puede estar presente dónde, cuándo y cómo. Los apoyos materiales para el espacio político de aparecer, e igualmente importante de desaparecer, son los aspectos a menudo ignorados del estar (no) presente. Los varios elementos de “presente” pueden anular y aniquilar a los otros ahora y por mucho tiempo más. Sin embargo, aun entre la necro-política, esa política de muerte, encontramos necro-resistencia y necro-arte, las políticas de vida batallándose en y desde el espacio de la muerte misma, afirmando la presencia continua de todos a quienes el biopoder consideraba desechables, la “resurgencia” de prácticas culturales, sobre las cuales Leanne Betasamosake Simpson escribe que hace mucho han sido declaradas muertas90.
IV
Epistemicidio
Aquí abogo por un tipo de compromiso corpóreo con otros, que nos lleva más allá de las formas disciplinadas y restrictivas del saber y del actuar que nuestras tradiciones eurocéntricas nos ofrecen. Me uno a compañeros de viaje en el esfuerzo por des-disciplinar disciplinas, ir de la universidad a la multiversidad, así como en la búsqueda de prácticas epistémicas alternativas dentro del campo académico y otros lugares —en el arte, la performance y otras formas de crear-mundo—. La misma performance, como Guillermo Gómez-Peña nota, ofrece “un ‘territorio’ conceptual con climas y fronteras que fluctúan, un lugar donde la contradicción, la ambigüedad y la paradoja, no solo son toleradas sino promovidas… Nuestro país de performance es un santuario temporal para otros artistas y teóricos rebeldes expulsados de campos mono disciplinares y comunidades separatistas”91. Este territorio está lleno de fugitivos, artistas, estudiosos y activistas que se resisten a las limitantes colonialistas.
¡Presente! promulga no solo una actitud y una postura desafiante, sino también una manera de saber y estar en el mundo que nos pide re-pensar y des-aprender algunas de las limitaciones impuestas por el pensamiento y la educación occidental. Nuestras instituciones epistémicas, políticas y económicas fueron construidas sobre las espaldas de los conquistados, los esclavizados, los endeudados y excluidos, y no solo porque los esclavos negros y “peones” indígenas construyeron las universidades de las Américas que les negarían la entrada. El proyecto colonialista coprodujo sistemas de pensamiento racional en el cual el “sujeto” aislado, individuado, entró en presencia como resultado de su propio auto-reconocimiento convirtiendo todo lo demás en un objeto de conocimiento a ser dominado y controlado92. Esta movida epistémica anula la reciprocidad y la relacionalidad. Facilita la exterminación y la esclavitud de esos otros, esos “no yo.” Las repercusiones sobre los pueblos subyugados, no incluidos en el “yo” definidor, han sido devastadoras. Este co-emergir ha producido una clase de “yo” aniquilador o asesino.
Los pueblos colonizados no solamente quedaron excluidos como sujetos y productores de conocimiento, sino que los sistemas occidentales de educación organizaron el conocimiento en lo que Boaventura de Sousa Santos llama “mono culturas” (24). Él acuñó “epistemicidio” para expresar los daños a las formas de conocimiento que caen fuera de nuestras prolijas divisiones y clasificaciones93. Aníbal Quijano hace un comentario similar94, como también lo hace Ramón Grosfoguel, al vincular el ataque contra los sistemas de conocimiento indígenas con la expulsión de pueblos judíos y musulmanes de España, la esclavitud de los africanos, y la quema de mujeres por brujas para establecer el “poder patriarcal/racial y las estructuras epistémicas a escala mundial, enlazado con los procesos de acumulación del capitalismo global”95. Documentos escritos, a partir del Requerimiento96 declararon a los invasores como los legítimos dueños de las tierras. En el nombre de dios, el papa se las legó a los reyes católicos de España. El archivo, como he argumentado en El archivo y el repertorio, se convirtió en un instrumento de conquista.
Antes de la conquista, los imperios indígenas (aztecas, maya e inca) valorizaban la educación formal. Los aztecas, por ejemplo, tenían un sistema formal de educación para los niños y niñas nobles y plebeyos. En las escuelas o calmécac los jóvenes nobles recibían instrucción de los sabios, los tlamatinime, los del “conocimiento transmitido” que “enseñaban y perseguían la verdad”97. Se esperaba que los jóvenes se dedicaran al sacerdocio, la guerra o las artes98. El sabio por su parte transmitía el camino/senda a través del canto y la pintura (escribiendo en jeroglíficos): “Ellos estaban a cargo de pintar todas las ciencias que conocían y habían logrado, y de enseñar usando la memoria todos los cantos que conservaban sus ciencias y sus historias”99.
El conocimiento, ya sea a través de la pintura, la memorización, el aprender y practicar habilidades, no es una cosa allá afuera en el mundo lista para ser encontrada o medida o ingerida. El conocimiento, como la memoria, como la identidad, es relacional, es un hacer, un aprender, un trabajo serio que hacemos con otros, una transmisión que ocurre en el presente. En quechua, la palabra para aprender, yachasun, existe solo en forma de presente progresivo porque el aprender siempre sucede en el presente100. Lo que cuenta como conocimiento y quien participa en la producción del conocimiento, sin embargo, ha sido casi siempre definido en base a cuestiones de clase, género y otros factores ideológicos. La colonización desechó las formas no canónicas de conocimiento del conquistado, así como a las personas que lo practicaban como “gente sin razón”. El manuscrito Huarochiri, escrito en quechua al final del siglo dieciséis por Francisco de Ávila anuncia: “Si los antepasados de las personas que llamamos indios hubieran, en su tiempo, conocido la escritura, las vidas que vivieron no se hubiesen desvanecido” (41)101. Que él no pudiese ver ni entender sus productos culturales, no quiere decir que dejaran de existir o no tuvieran valor duradero. Muchas lenguas indígenas, rituales, fiestas, cantos, arquitectura, bordado, culinaria, prácticas médicas y agrarias siguen siendo visibles hoy.
El epistemicidio produce lo que Leanne Betasamosake Simpson llama el “imperialismo cognitivo con el fin de convencernos que éramos gente débil y derrotada”102. El dolor y los costos del epistemicidio continúan,