Los frutos del árbol de la vida. Omraam Mikhaël Aïvanhov. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Omraam Mikhaël Aïvanhov
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9788412328622
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Para crear un niño, el hombre y la mujer están bajo la influencia de Netzach, el amor, y los Elohim construyen el cuerpo de ese niño. Incluso si el hombre y la mujer no son conscientes de ello, los Elohim hacen su trabajo. Los sefirot no están lejos de nosotros, trabajan cada día en todos los aspectos de la existencia. Así es, mirad tan sólo la creación de un niño: los Elohim están ahí, y si son llamados, algunos meses después aparece un pequeño ser ante el cual todos quedan maravillados.

      Después de haber estudiado en Netzach los principios de la creación, y las fuerzas que trabajaron en la construcción del universo y del hombre, hay que subir a la séfira Tipheret, la región del Sol, y entrar en contacto con su espíritu. No conocemos realmente el espíritu del sol, pero si nos unimos a él, que es el mismo que el espíritu de Cristo, una emanación de Dios mismo nos da todo lo que posee: la luz, el calor, la vida, la belleza, la pureza, la salud... Y unirse al sol, no significa exponerse de vez en cuando a sus rayos como mucha gente hace, automáticamente, maquinalmente. Por supuesto, el cuerpo físico recibirá así algunas partículas, pero para recibir del sol elementos espirituales, es nuestro espíritu el que debe ir a tocarlo, entrar en contacto con él, penetrarlo, fundirse en él... Sí, nuestro espíritu ¡no nuestra piel! Exponerse físicamente al sol, ya está muy bien, de acuerdo; pero si nuestra conciencia, nuestra inteligencia, nuestro espíritu participan en ese encuentro con él, recibiremos mucho más que el calor o la vitalidad: un conocimiento, una iluminación.

      El sol está habitado por una Inteligencia sublime de la cual dependen los acontecimientos en Saturno, Júpiter y todos los demás planetas. Pues está en el centro del sistema solar, como Tipheret está en el centro del Árbol sefirótico; es el corazón del mundo. Es de la región de Tipheret de donde vienen todos los grandes Maestros de la humanidad. Por ello hay que trabajar sin cesar con la luz, penetrar con la luz todo nuestro ser, nuestros huesos, nuestros músculos, nuestras células, y proyectar la luz por todas partes, en todas las criaturas. Así es como un día se consigue entrar en esta región del Sol.

      Cuando se deja Tipheret, hay que poseer una gran audacia para defender la verdad sin temor alguno. El discípulo se convierte en un combatiente valeroso, un soldado de Cristo, un caballero; afronta todas las adversidades para ayudar a la humanidad. Entonces, las puertas de la séfira siguiente se abren, entra en Geburah, el dominio de la fuerza, del poder, y se vuelve invencible. La séfira Geburah es activa, fogosa, dinámica, es de fuego. Es la morada de los Ángeles exterminadores: cuando Dios ordena la destrucción de una ciudad, como fue el caso de Sodoma y Gomorra por ejemplo, el aniquilamiento de una civilización, o incluso de un continente, se dirige a los Ángeles de Geburah para que derriben y quemen todo lo que es impuro.

      Cuando el discípulo llega a desarrollar en sí mismo la generosidad, la grandeza, la nobleza, el amor por la humanidad, entra en la región de Hesed, la misericordia. Previamente debió aprender a dominar todas las tendencias egocéntricas que le impulsan al deseo de imponerse a los demás, de rebajarlos, despojarlos o perjudicarlos. En ese momento comprueba que, lejos de sentirse disminuido por ello, se vuelve más grande, pues es precisamente cuando uno sabe eclipsarse que se convierte realmente en un ser poderoso: se descubre la herencia de Hesed que nos da el poder de gobernar, de reinar en el orden, la armonía, la riqueza y el esplendor; Hesed nos transmite la herencia de todos los Iniciados, sus descubrimientos más admirables, todos los frutos de sus trabajos.

      No olvidéis, sin embargo, que todas esas regiones están dentro de nosotros. Vivimos con ellas y trabajamos al mismo tiempo sobre todas a la vez. Ahora bien, si queréis concentraros particularmente sobre alguna de ellas para trabajar y desarrollar ciertas virtudes, podéis hacerlo. Pero en general, se trabaja simultáneamente sobre todos los sefirot, consciente o inconscientemente, y con más o menos éxito. Estas regiones están en nosotros, y también están en el cosmos, y cuando hacemos progresos interiores, las puertas exteriores se abren también.

      Es en Binah donde las puertas comienzan a abrirse, en esa región severa, implacable, donde reina Jehovah. Cuando por fin se ha concebido claramente la idea de que las pruebas por las cuales se ha pasado son necesarias para nuestro bien, entonces se ve a Binah bajo otro aspecto. Se siente que ella es una madre. Por otra parte, la Cábala la llama la Madre Cósmica. Es a la vez una madre severa que castiga, y una madre llena de amor, pues ella nos abre las puertas. Esas puertas son cincuenta en total: las cincuenta puertas de la inteligencia, son los diez sefirot con sus cinco divisiones. Binah abre las puertas de la inteligencia para hacer comprender al discípulo todo lo que hasta entonces era misterioso para él. El discípulo ha pasado por cada séfira, ha desarrollado las virtudes correspondientes, pero no por ello lo ha comprendido todo. Cuando obtenéis un diploma de física o de química, habéis estudiado un cierto programa, pero eso no quiere decir que conozcáis absolutamente toda la física o toda la química. Vivís sobre la tierra, pero eso no quiere decir que la conocéis en su totalidad. Pues bien, cuando lleguéis a Binah, conoceréis todo el camino que habréis recorrido porque ella os abrirá las cincuenta puertas y, en particular, la puerta que conduce hacia Hochmah, la sabiduría.

      Cuando san Juan dijo: “En el comienzo era el Verbo”, es decir el Cristo, hablaba de Hochmah. Es en Hochmah donde el hombre llega a ser todopoderoso porque conoce cada nombre, cada letra, cada sonido, así como sus poderes y las relaciones, las afinidades, las correspondencias que tienen entre ellas. La séfira que libera al hombre, ya os lo he dicho, es Binah; la que lo vuelve omnisciente y todopoderoso, es Hochmah, pues ha comprendido que cada letra, cada nombre es una fuerza cósmica con la cual puede actuar.

      Las lenguas eslavas son particularmente significativas en este aspecto. En ruso y en búlgaro, por ejemplo, la palabra se dice: slovo, y gloria: slava. Existe una afinidad, una analogía entre la palabra y la gloria, entre la gloria y el verbo. De esta forma, el que llega hasta Hochmah, que conoce el verbo y lo profiere correctamente, éste entra en la gloria divina. ¿Comprendéis ahora por qué el Cristo es llamado Gloria del Padre? La primera Gloria es el Padre. La segunda Gloria que Lo refleja, es el Cristo, su Verbo.

      En Hochmah es donde se abren los treinta y dos caminos de la sabiduría. Estos treinta y dos caminos están en relación con los treinta y dos dientes. Es gracias a ellos que el Iniciado llega a alimentarse masticando la sabiduría divina. Pues sí, ¿por qué se habla de los dientes del juicio?...

      Por último, y a condición evidentemente de estar predestinado para ello, el Iniciado puede alcanzar la séfira siguiente. La tradición cuenta que únicamente dieciocho