Iberoamérica sonora. Enrique Blanc Rojas. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Enrique Blanc Rojas
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9786077425342
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proa hacia San Marcos Sierra, un pueblo que, entre las montañas y los ríos cordobeses, construyó su propio mito hippie. Durante su segunda noche allí se subió al escenario de La Panchería y, entre el público, descubrió a José Luis D’Amato, uno de los pilares periodísticos de revistas fundacionales del rock argentino como el Expreso Imaginario. “Demostraba un interés sobrenatural, sin dudas era muy buen espectador”, dice Sofía. “Le dediqué una canción y, cuando terminé de tocar, me acerqué a su mesa. Me preguntó de dónde había salido y le comenté que mi tío era Omar Viola, del Parakultural, a lo cual respondió con alegría porque lo conocía de la Escuela de Mimo. La cosa siguió porque me invitó a conocer su rancho ecológico, así que al otro día lo busqué y me encontré con una reunión de jóvenes y adultos compartiendo un almuerzo, carcajadas y vino. El viejo me hizo cantar y así fui ganando mi beca de hija adoptiva. Primero acampamos en su fondo, después me dio una habitación y refugio eterno.” A fines de ese mismo año D’Amato le propuso grabar su primer disco en su casa ecológica: corrieron la mesa, instalaron un estudio portátil y, al cabo de cinco días, ya tenían listas las canciones de Parmi. Un debut que, si bien estaba grabado con energía solar y en un entorno bucólico, aún era un disco urbano. Amateur –en el mejor sentido de la palabra– y, aunque predominaran los instrumentos acústicos y no hubiera ni un tema remotamente parecido a los Sex Pistols, sonaba más punk que buena parte de la escena punk porteña. “Si no era por José yo no hacía nada”, confiesa. “Fue el puntapié inicial para una nueva etapa de mi vida. Sumado a toda la sabiduría que me transmitió, todo aquello dio lugar a una nueva visión acerca del mundo.”

      Adoración de la tierra

       (Lento)

      Con Parmi bajo el brazo Sofía armó nuevamente su mochila y partió rumbo al norte: Villazón, Oruro, Cochabamba, Copacabana, la Isla del Sol, Cuzco, Machu Picchu. El viaje arquetípico de la iniciación latinoamericanista que, en sus manos, fue un manantial de inspiración: Sofía tomó notas, bailó, aprendió rudimentos del quechua, bebió, trabajó para una ONG en el Valle Sagrado de los Incas, abrazó a la Pachamama y celebró tanto casamientos como velorios. En esa exploración compuso, entre otras canciones, “El vals de la muerte”. “Nació el primer día que tuve un charangón en las manos”, dice. “Me inspiró el sonido, la letra empezó a salir sola. Nunca había pensado cómo sería mi muerte, pero la imaginé mientras sonaba el vals: me gusta que, si no nos creman, nos coman los gusanos. Por más doloroso que sea para los vivos, está muy bien que se celebre el nacimiento, el crecimiento y la muerte. Festejemos: un día más, un día menos en la vida.”

      Danza de la tierra

       (Prestissimo)

      Como Robert Johnson, Sofía Viola volvió modificada de su periplo. Sus nuevas canciones podían articular todo sin pensar: música andina (yaraví, huayno, cueca) y rock argentino, hot jazz y ranchera, tango y cumbia, vals criollo y vallenato. También humor y autogestión, conciencia planetaria y equilibrio. Munanakunanchej en el Camino Kurmi, la fotografía movida de aquel viaje, era una prueba contundente. Desde el grito de “Aceves Mejía” hasta la plegaria secreta de “Muna munanqui”, pasando por “No me des merca” y “Caca en la cabeza” –su alegato contra la colonización gastronómica–, la voz caudalosa parecía unir, como la Cordillera de los Andes, el altiplano con el Caribe y los algodonales del Mississippi. Todo sin costuras. Absolutamente metabolizado en su mirada: como la epifanía de Neo en el clímax de Matrix.

      Segunda parte. El sacrificio

      Introducción

       (Lento)

      “La vida en la ciudad me encanta y me enferma”, dice. “Amo vivir en la naturaleza y cantarle a los pájaros y los árboles, pero los pájaros y los arboles ya saben todo, entonces no tengo mucho más que decirles. Así que siempre vuelvo a la ciudad con una misión clara, que es el destino del canto. Esto que me dio ‘alguien’ y no me lo puedo quedar para mí sola: tiene que salir y lo tienen que oír todos los que lo sientan. Acá todo está tapado por el consumo y la miseria… Claro está que en toda esta peste hay cosas hermosas, pero no me gusta hacerme la boluda ante situaciones que me generan dolor. Entonces me toca accionar desde mi lugar: desplegar la canción como bandera de mi corazón.”

      Círculos misteriosos

       (Andante con moto - Più mosso - Tempo I)

      De regreso a Buenos Aires, Sofía comenzó a trasladarse de la periferia hacia el centro. A tocar en el circuito de bares que unía la milonga de La Catedral con el Centro Cultural Matienzo. Poco a poco se fue acercando al campo gravitacional de los Cancionistas del Río de la Plata y, a fines de 2011, fue convocada a participar en una de las rondas organizadas en el bar Vuela el Pez. Encuentros acústicos y con espíritu de fogón, animados por Pablo Grinjot, Julieta Rimoldi, Tomi Lebrero, Lucio Mantel, Pablo Dacal, El Gnomo y varios más. En una de esas noches Sofía conoció a Ezequiel Borra.

      Glorificación de la elegida

       (Vivo)

      “Un amigo me pasó un video sugiriéndome invitarla a una ronda y me acuerdo de que me quedé horas mirándola en YouTube”, dice Borra. “Sus canciones son luminosas. Y cuando canta parece que siempre estuviera por llegar la primavera.” La química fue inmediata. El encuentro en Vuela el Pez desató chispazos y, en el fondo de su morral, Sofía se llevó los discos de Borra: un puñado de organismos vivos y mutantes en algún sitio entre Tom Waits, Charly García y Tom Zé. Durante una temporada escuchó esa música a jornada completa y, en un arrebato de intuición, Sofía decidió convocarlo como productor. En El Placard, la casa y estudio de Borra, dispusieron el terreno para la grabación. Al cabo de un par de sesiones Sofía puso sobre la mesa noventa y seis canciones inéditas y los límites entre el disco y la vida se desdibujaron. “El primer horizonte no fue sonoro”, dice Borra. “Nos propusimos jugar sin presión, respetando los tiempos que nuestra relación y lo que iba sonando dictaminaban. Al principio ni siquiera sabíamos si se convertiría en un disco o no. Después de la difícil tarea de elegir un repertorio empezó el proceso de trabajar sobre esas tomas iniciales de cara a las orquestaciones que imaginábamos. Ahí ya estábamos bien adentro del disco. Experimentación de audio, sonidos, instrumentos, largas horas tocando, editando y buscando. Se mezcla con la vida porque pasa el tiempo y aparecen colores de muchos momentos. El proceso duró casi dos años y fue de la mano de la relación con Sofi. Es un trabajo producto del amor.”

      Evocación de los antepasados

      Apenas canta el primer verso de Júbilo los espíritus de Miguel Abuelo, Eduardo Mateo y Violeta Parra parecen acudir al llamado de Sofía Viola. No es casual. Más allá de las comparaciones, se trata de artistas que construyeron su obra al margen del mercado. De sus ritmos, de su tráfico de sacrificios y recompensas. Y uno de los combustibles primordiales de Júbilo es esa tensión entre el don y una vida libre: entre llevar adelante “una carrera” y simplemente regar las plantas, cocinar –su ceviche es célebre–, viajar o leer libros. En ese sentido el disco la impulsó, por primera vez, a tomar algunos gestos del profesionalismo. Por ejemplo, replicar los CDs en una fábrica. Presentarlo en un teatro o, verbigracia, sostener un ensamble: el exquisito Combo Ají, con el propio Borra (guitarra), Ale Franov (acordeón, flautas), Axel Krygier (teclados), Nico Echeverría (percusión), Juane Telechea (contrabajo) y el Pollo Viola (trompeta). “Yo respeto muchísimo a mi papá como músico: me parece que deslumbra a todos”, dice Sofía. “Cuando presentamos el disco me dijo que le daba cosa subir, que lo apabullé y se le hizo un nudo. Se puso nervioso, cosa que no es muy normal en él. Yo no le pedí nada. Que se sienta cómodo y haga lo que quiera. Y cuando el chabón sube queda como un silencio: es muy fuerte su presencia. Y para mí es como estar en casa. El Pollo nunca fue el papá que te felicita, sino el papá que te critica y siempre está apoyando en todo. Solamente te felicita cuando lo hiciste llorar.”

      Acción ritual de los antepasados

       (Lento)

      Como una casa