En los últimos tres lustros Aristimuño se transformó en un referente de la música argentina. Heredero de la tradición rockera y en diálogo con los cancionistas de su generación, el tránsito desde pequeños antros como La Vaca Profana hasta un escenario consagratorio como el Gran Rex fue siempre sostenido y a paso seguro. “Siento mucho orgullo por mi equipo de trabajo, por mi banda y por lo que logramos. Estoy orgulloso del grupo y de la familia que armé para trabajar y para poder llegar ahí”, dice. “Ser del interior me ayudó muchísimo, el hecho de disfrutar algo pequeño y no estar esperando lo grande, ya lo que tenés, y que lo otro si llega, llega, y si no llega, no llega. Yo nunca me imaginé que podía ser amigo de Ricardo Mollo, producir a Fabiana Cantilo o tocar con Fito Páez, son cosas que fueron llegando. Cuando vivía en Viedma nunca pensaba en eso para ser músico. Nunca busqué ir al transatlántico, prefiero tener un bote que lo arreglo cuando se pincha, lo pongo en el patio, lo parcho y salgo otra vez al mar.”
© Flor Carrozza
La consagración de la primavera
MARTÍN E. GRAZIANO
Primera parte. Adoración de la tierra
Introducción
(Lento. Più mosso. Tempo I)
Durante su estancia en las islas Galápagos Charles Darwin se dedicó a estudiar con detenimiento las conductas de los pinzones. Entre otras cosas, el naturalista inglés observó que cuando varios grupos de pinzones competían por la misma fuente de alimentación, eventualmente alguno comenzaba a desarrollar un pico diferente para poder comer otra cosa. Bueno, para la música popular argentina Sofía Viola es un salto evolutivo: el pinzón con pico nuevo.
Augurios primaverales
(Tempo giusto)
“Mi mamá me dejaba llorando con la música al palo en la cuna”, dice Sofía sobre su infancia en Lanús, una localidad del sur del Gran Buenos Aires. “Ella es melómana y bailarina de ritmos latinos, así que desde chiquita escuchaba Ismael Rivera, Héctor Lavoe, Celia Cruz, Billie Holiday, La Lupe, Oscar D’León, Tita Merello, Dexter Gordon, Little Richard, Pérez Prado… Mi papá siempre tocó la trompeta, así que recuerdo que todas las mañanas me despertaba con su sonido y lo acompañaba en su rutina de estudio. Después me hizo estudiar ese instrumento y otros, me metió en el conservatorio… siempre insistiendo con que estudie música. Pero no pude recibir la teoría y me salí con la mía: yo quería cantar. Una vez que mantuve firmeza con la voz, me indicó que toque la guitarra y que componga tangos. Siempre me acompañó con su crítica filosa, que valoro y respeto. Me guió desde su humildad de sabio consejero y dejó que yo haga la mía. Ellos me criaron con mucha libertad, conciencia y amor. Supieron ponerme los límites y yo supe sacarlos.”
Juego del rapto
(Presto)
Año 2000. Mientras la Argentina se dirigía hacia su propio iceberg, un programa tomaba la trasnoche de la televisión pública como si fuera la orquesta del Titanic. Se llamaba Medios locos y, aunque su tono era celebratorio, no sacaba los ojos del maelström: acompañado por una banda estable, el legendario periodista Adolfo Castelo intervenía los titulares de los diarios para hacer su propia comedia del naufragio. A veces los visitaba una niña de once años que, según anunciaba el programa, era “La supuesta hija de Perón”. Cantaba una cumbia, improvisaba un monólogo y se metía al público en el bolsillo. Para la mayoría era una perfecta –y adorable– desconocida. Unos pocos iniciados la reconocieron. Era Sofía Viola, la sobrina del fundador del Parakultural: la usina contracultural donde se incubaron las expresiones más radicales del teatro y la música popular de la primavera democrática, a mediados de los ochenta.
Rondas primaverales
(Tranquillo. Sostenuto e pesante. Vivo. Tranquillo)
“Para cantar tango vas a tener que enamorarte y vas a tener que emborracharte”, aleccionaba el Pollo Viola a su hija, “y después vas a tener que desenamorarte y vomitar”. Sofía siguió al pie de la letra las enseñanzas de su padre y, cuando tenía dieciséis años, quedó prendada de un cuarentón que era el propietario de una célebre cueva porteña de cómics. “Lo escuchaba todos los jueves a las dos de la mañana en un segmento que hacía en Rock&Pop”, recuerda Sofía. “Me acuerdo de que le había encargado una remera de Flash Gordon y llamaba al programa para saber si había llegado. ¡Le llegué a preguntar si quería juntarse a tomar un café!” Alimentada con el combustible del amor no correspondido, se lanzó a recorrer la noche de Temperley y desembarcó en Ludoviko: el Teatro Bar donde alumbró a Curda, el payaso mala onda y tanguero que durante dos años le otorgó sus primeras millas de vuelo en la bohemia. “Un día sentí la necesidad de hacerme cargo de lo que estaba diciendo –explica Sofía–, porque las canciones estaban diciendo cosas y ya no las podía decir un payaso”. Entonces se tatuó un pajarito con un verso de Violeta Parra (“Arriba quemando el sol”) y, cuando finalmente cumplió la mayoría de edad, se presentó con su propio nombre y anunció el comienzo de su viaje. “La primera vez que salí de Argentina fue con los del Teatro Bar: actores, malabaristas, payasos y músicos en busca del pan cerca del mar”, recuerda. “A (las playas uruguayas de) Cabo Polonio fuimos a parar. Andábamos como gitanos con tiendas de trapo. En esos días tocábamos todo el tiempo y eso me curtió bastante: la voz toda rasposa y gritona sin ninguna clase de sutileza. En síntesis, los viajes me sumaron plumas, calle y pan.”
Juego de las tribus rivales
(Molto allegro)
Durante generaciones y generaciones los músicos argentinos de rock, tango, jazz, cumbia y folclore pusieron sus distancias. Más allá de algunos intentos, no lograron abonar un mapa en común: ese territorio mestizo que, en países vecinos como Uruguay o Brasil, propició el Tropicalismo o el Candombe–beat. Autores como Pablo Dacal o Lisandro Aristimuño advirtieron esa necesidad y, a comienzos del nuevo milenio, comenzaron a hacer sus ensayos para reorganizar la música del Río de la Plata. Si bien cada uno proponía una estética diferente tenían en común la reverencia por el formato –la canción– y también un origen: eran músicos iluminados por el rock que, desencantados con el rumbo del género, se habían desterrado por voluntad propia. Así, mientras Sofía Viola surcaba el viaje iniciático donde iba a incubar su primer repertorio, los Cancionistas del Río de la Plata también se lanzaron a explorar: encontraron los folklores, el jazz, la canción latinoamericana, el tango, la chanson y la música académica. Lo metabolizaron todo. Ya no para cantar los avatares de otras décadas o seguir el