En ese sentido, este esfuerzo tiene entre sus móviles constatar que a lo largo de Latinoamérica, España e incluso Estados Unidos, un conjunto de melómanos que han mutado en especialistas y que fungen en ocasiones como críticos, gestores culturales, conductores de programas de radio y televisión, curadores de playlists, asesores de ferias y mercados, conferenciantes, entre muchas otras modalidades, se comprometen día a día desde distintas ciudades a favor de aquella música que consideran debe ser descubierta, conocida, compartida, consumida y disfrutada. Esto con la idea de equilibrar de cierto modo la oferta musical apabullante que los grandes corporativos y sus maquiavélicos intereses lanzan como si fuesen anzuelos para nuestros oídos, a través de todos aquellos canales a los que reconocemos como mainstream y que, por lo general, optan por aquello de fácil consumo, por estilos que muchas veces poco o nada tienen que ver con las tradiciones profundas de nuestros pueblos y el devenir de nuestras culturas, sino que buscan una veloz rentabilidad comercial a través de la repetición de fórmulas ya probadas con nula originalidad e imaginación.
Ahora, aunque sabemos que la obra de todo compositor, donde quiera que se encuentre, está en perpetuo dinamismo y que incluso muchas veces aún después de su muerte ésta sigue transformándose en la suma de nuevos materiales, digamos grabaciones inéditas, interpretaciones que hacen otros de ésta, el objetivo de hacer un libro como éste, en el cual se desmenuza el legado de artistas que se encuentran en plena efervescencia creativa, tiene como primera finalidad situarnos en el mapa de la profesión. Es decir, asumirnos como víctimas del poder hechizante de la música que buscan a toda costa compartir el gozo que ello nos significa. También queremos mostrar cómo, a través de una semblanza abierta, pueden reconocerse diversos estilos, un lenguaje que resulta inherente a cada región que pertenece y una visión que se extiende, más allá del solista o el grupo en cuestión, a una escena musical que pensamos está entre las más importantes y fértiles del continente.
Pensemos en una instantánea que captura un momento particular y aborda el trabajo de creadores que desde distintos rincones del orbe están aportando elementos al desarrollo de estilos que no pueden negar una identidad estrechamente vinculada a la realidad en que surgen, lo cual nos pareció medular desde la concepción de este proyecto.
Trabajar a partir de la identidad es una cuestión clave y especialmente valorada por todos los que integramos Redpem. Por eso estimulamos e incentivamos especialmente el diálogo entre las tradiciones folclóricas locales y las músicas contemporáneas globales. El planteamiento no es solamente estético, sino que tiene que ver, incluso, con el modo en que un artista puede desarrollar su carrera por fuera de otro territorio, y allí es cuando ese legado local, potenciado por un enfoque universal, aparece como un argumento para la conquista de nuevos públicos, de nuevos mercados, de nuevos entornos para el desarrollo de su carrera.
En Iberoamérica sonora encontrarás autores que proceden de urbes como Buenos Aires, Ciudad de México, Bogotá, Los Ángeles, Santiago, Caracas, Quito, Guadalajara y Medellín y que de unos meses a la fecha se reconocen a través de un diálogo frecuente que, directa o indirectamente, impulsa la difusión del trabajo de músicos como los que aquí se incluyen. No podemos negar que las formas contemporáneas de interacción –los medios sociales, la internet, los llamados teléfonos inteligentes, las revistas digitales– han revolucionado nuestro mundo. Estas páginas que tienes entre tus manos son sólo otra consecuencia de ello y el testimonio fehaciente de que la música asimismo puede trascender fronteras y gustos de la mano de quienes nos dedicamos a su estudio, su difusión y la lúdica amplificación de su magia irrefrenable.
Enrique Blanc, Guadalajara
Humphrey Inzillo, Buenos Aires
Abril de 2016
Un aplauso
JOSELO RANGEL
“Los jóvenes de ahora lo tienen muy fácil, todo se les sirve en bandeja de plata. A nosotros nos costaba mucho trabajo enterarnos de las novedades. La información valía oro. Hoy no. Por eso ahora todos se creen periodistas, pero eso no es periodismo, no se trata de sólo googlear el nombre de una banda y que te aparezca su historia y puedas escuchar su discografía completa. Tienes que pensar, digerir, sudar sangre y luego ver qué haces con ese sentimiento que si no te brota de las entrañas, no es válido.”
Así podría comenzar este texto pero, en mi juventud, siempre odié a los viejos que se ufanaban de lo que ellos habían sufrido, reclamándonos a nosotros que la teníamos regalada. Ya que las cosas no nos habían costado, no las apreciábamos. Como si fuera culpa nuestra que los tiempos hubieran cambiado.
Claro, hablaban de otras cosas. Tal vez habían vivido la revolución, alguna guerra, la dictadura, persecuciones políticas, hambre. Mis padres, por ejemplo, crecieron en familias que tiraban más a la pobreza que a la opulencia. Trabajaron desde pequeños porque su padre o su madre murió, y ellos tenían que traer la comida a casa.
Eran otros problemas, verdaderos problemas, diría alguien. Pero tener o no información, de cualquier tipo, puede ser un problema grave. Lo vemos en estos tiempos, en donde muchas cosas que antes estaban vedadas están saliendo a la luz. La importancia del periodista, si es que alguien lo dudaba, es más importante ahora que nunca. Y por supuesto, también en lo que nos atañe a nosotros, la música, que es nuestra pasión, nuestra forma de vida.
Criticar a un joven por tener mas acceso a la información sería criticarme a mí mismo. Yo también lo tengo más fácil, la diferencia es que cada vez que yo acceso a un link o tecleo el nombre de una banda en Google le doy gracias al Dios de la Información por ponerme las cosas tan sencillas… ¡Oh, loado seas, te alabamos!
Me empecé a interesar en el rock –debería decir obsesionar– cuando compré una revista, en cuya portada venía Debbie Harry, del grupo Blondie, que se llamaba Sonido. Devoré ese ejemplar hasta deshojarlo. Había reportajes de las bandas del momento: post punk y new wave. Comenzaba entonces el efímero –no sabíamos qué tanto– new romantic, con grupos como Classix Nouveaux y Spandau Ballet. En ese número y en los subsecuentes que compré, salieron bandas mexicanas en activo: Dangerous Rhythm, Size, Ruido Blanco, María Bonita. Yo tenía quince años y vivía en Ciudad Satélite, más allá de los suburbios de la Ciudad de México, lo cual me ponía en una situación de lejanía insoportable de todo lo que estaba pasando. No hubiera sabido nada de todo eso: estilos musicales, discos frescos, nuevas tendencias si no fuera por la revista misma. No existía otra forma de enterarte. Y menos para un casi niño como yo.
¿Quién escribía los reportajes? ¿Quién firmaba los textos? No lo supe en ese momento ni me interesaba. Estaba obnubilado por las figuras casi míticas que aparecían en las fotos: músicos con guitarras, baterías, con el micrófono en la mano en un escenario, en una pose amanerada, con ropas extravagantes, sin sonreír. ¡Qué importaba quién escribiera! Aunque los textos los devoraba, la imagen de esos semidioses, muchos de los cuales no escuché hasta años después, era el principio y el fin de todo.
Hace no mucho tiempo me enteré de que los que escribían esos reportajes resultaron ser los mismos músicos de las bandas mexicanas que ahí publicaban: Óscar Sarquiz, Delia M., Carlos Robledo. Nunca lo vi como algo oportunista, al contrario, los músicos querían no sólo expresarse a través de sus canciones, sino también de sus conocimientos musicales, de sus gustos, una especie de invitación a integrarse a su club.
Walter