A fines de 1437, al regreso de su viaje a Bizancio, a donde había ido como legado pontificio, concibió su grandioso sistema filosófico: la coincidencia de los opuestos. Este sistema también tendría notables repercusiones teológicas. En su cristología, por ejemplo, que se halla en el tercer libro de su opúsculo titulado De docta ignorantia (1440), enseña la necesidad moral de la unión entre el Creador y la criatura, que no es posible sino en una persona, Jesús, que vive en la Iglesia. La estructura de su cristología gira, pues, en torno al principio de unidad, basado en la coincidencia de los opuestos.
Sus tesis acerca de la esencia divina, muy influidas por la teología dionisiana, tomaron cuerpo en su De Deo abscondito, De quærendo Deo y en la Apologia doctæ ignorantiæ, escritos entre 1444 y 1447. La existencia de Dios se prueba, en definitiva, a partir de lo finito, pues lo finito presupone lo infinito; y lo infinito presupone lo uno. Pero, al mismo tiempo, Dios es «el Otro», tema también dionisiano, que Cusa desarrolló magníficamente en el opúsculo Directio speculantis seu De Non Aliud, que data de 1462, poco antes de su muerte.
11. LA TEOLOGÍA BIZANTINA DESDE EL SIGLO XI HASTA 1453
A) EL MARCO GENERAL
Hasta el siglo VIII la Iglesia Católica había respirado a dos pulmones, el Oriente y el Occidente, en relativa paz y armonía. Durante siete siglos se configuraron dos teologías distintas, pero complementarias. Sin embargo, después del año 750 comenzaron las polémicas teológicas y desde entonces sólo en contadas ocasiones los latinos se sentaron a dialogar con los griegos. La separación se materializó, finalmente, en 1054. Con posterioridad hubo algunos intentos de tender puentes, que no consiguieron sus objetivos. Las dos tentativas más notables tuvieron lugar durante el Concilio II de Lyon, celebrado en 1274, y en los años del Concilio de Florencia (1438-1439).
En los cuatrocientos años de separación, hasta la caída de Constantinopla en manos de los turcos otomanos, acaecida en 1453, se distinguen dos grandes períodos de la teología bizantina. Desde Miguel Cerulario hasta la fundación del Imperio latino de Constantinopla (o sea, de 1054 a 1220), la teología bizantina estuvo muy centrada en la cuestión del Filioque y la procesión del Espíritu Santo, en polémica con la teología latina. Desde la fundación del Imperio latino hasta la caída de Bizancio en manos de los turcos otomanos (de 1220 a 1453), los bizantinos promovieron importantes desarrollos en la teología espiritual y en gratología. Mientras tanto, en Occidente, la teología latina iniciaba su larga singladura de la escolástica.
En líneas generales, las características de ambas teologías, desde el momento de la separación, podrían recapitularse del siguiente modo:
1ª Occidente insistió más en el primado petrino y la correspondiente jurisdicción universal del papa, sobre todo desde el pontificado de Gregorio VII (1073-1085); mientras que Oriente subrayó sobre todo la experiencia interiorizada de los monjes, como comprobaremos seguidamente, y la autonomía de los grandes patriarcados.
2ª En Occidente, se persiguió dotar a la teología de un estatuto científico según la concepción epistemológica de Aristóteles, naciendo así la escolástica; en Oriente, en cambio, se acentuó el carácter sapiencial de la teología.
B) PRINCIPALES CORRIENTES TEOLÓGICAS
Una figura capital para comprender el desarrollo de la teología espiritual bizantina es Simeón Teólogo, el Joven (949-1022). Dedicado primeramente a la política, pero ansioso de una vida más interior y sobrenatural, se hizo discípulo de Simeón el Piadoso, de tendencia estudita97, y llegó a ser superior del monasterio de San Mamas y renovador de la vida monástica. Su gran pretensión fue superar la antinomia entre carismas y ministerios, experiencia personal y vida comunitaria de los monjes, monaquismo y vida en el mundo. Su denuncia de la corrupción eclesiástica le produjo mucha contradicción, hasta el extremo de tener que abandonar su cargo en el monasterio y alejarse de allí. Posteriormente fue rehabilitado y canonizado poco después de su muerte. Su mensaje se dirigía, pues, a todos los fieles, también a los cristianos corrientes que viven en el mundo.
Por esos mismos años vivía otro monje, de nombre Nicéforo Focas, quizá de origen latino, aunque plenamente asentado en Athos, que constituye el testimonio más antiguo del hesicasmo athonita, una forma de quietismo muy bien descrita en su obra Sobre la guarda del corazón. Este opúsculo representa un paso decisivo en la configuración de lo que se ha llamado «la oración de Jesús». Un monje anónimo la describió gráficamente en los siguientes términos: el asceta inclina su cabeza sobre el pecho hasta casi llegar a la cintura, contiene la respiración y repite continuamente alguna invocación a Jesús, por ejemplo: «Hijo de Dios, ten piedad de mí». De esta forma se pretendía una «epíclesis de Jesús», es decir, un descendimiento del espíritu de Cristo al corazón del hombre. Las pasiones se aquietaban y la mente podía concentrarse en la contemplación de las cosas más altas. En estadios sucesivos, la oración a Jesús era sustituida por el rezo del salterio. De esta forma se iba construyendo la mansión espiritual en la cual fijaría Cristo su morada. El noûs de Cristo entraba en el corazón. Aunque la tradición ha atribuido este método de oración a san Simeón, debe restituirse a su verdadero creador, que fue Nicéforo Focas.
El hesicasmo, o tradición de los silenciosos, perduró a lo largo de los siglos, hasta alcanzar su plenitud con san Gregorio Palamas (1296-1359). Palamas desarrolló su importante doctrina sobre la distinción entre la esencia divina y las «energías divinas». La esencia divina es imparticipable e invisible, y no sólo invisible a los ojos del cuerpo, sino a los ojos del alma misma, en la situación actual de viadores. Por el contrario, las energías divinas, aunque increadas e inseparables de la esencia divina, son susceptibles de ser participadas por el viador. Verbigracia: la luz del Tabor puede decirse increada, pues era la luz de la gloria de la Humanidad de Cristo, como primicia de su Resurrección; pero fue vista por los apóstoles iluminando el rostro de Cristo. De la misma forma se podría decir de otras energías divinas, como la zarza ardiendo, el Ángel de Yahwé, las Palabras divinas oídas por el pueblo de Israel y otras manifestaciones de la esencia divina. Esta distinción no era del todo original, aunque Palamas le haya dado una forma muy acabada, y la hallamos ya en la tradición patrística oriental, especialmente en san Gregorio Nacianceno, y se inscribe, en última instancia en esa larga reflexión judaica, por distinguir entre la trascendencia y la inmanencia divinas. En tal contexto se comprenderá mejor la importancia teológica que debe atribuirse a las homilías predicadas por san Gregorio Palamas sobre la Transfiguración del Señor.
Nicolás Cabasilas (ca.1320-ca.1400) fue un fiel discípulo laico de Palamas. Como él, abandonó la vida política para consagrarse por completo a la causa unionista. Fue un estudioso importante de la teología sacramentaria patrística y oriental. Sobre este tema, precisamente, escribió una obra notable titulada Explicación de la divina liturgia, tomada en cuenta por el Concilio de Trento como testimonio de la ortodoxia católica acerca de la Santa Misa. El libro primero es una explicación de la iniciación cristiana (bautismo-crismación-Eucaristía). El segundo es un comentario detallado de la liturgia eucarística, que se inscribe en la tradición de las catequesis mistagógicas de san Máximo el Confesor, con una innegable impronta hesiquiasta. También redactó un largo tratado rotulado: La vida en Cristo en siete libros, en que presenta la vida sobrenatural como vida de unión con Cristo, que nos es comunicada por los sacramentos, con el concurso de la voluntad. Esta obra, de gran vigor teológico y de profunda piedad, ha ejercido una influencia considerable en la teología espiritual cristiana.
BIBLIOGRAFÍA (SELECCIÓN)
AERTSEN, Jan, La filosofía medieval y los trascendentales, Un estudio sobre Tomás de Aquino, trad. esp., EUNSA, Pamplona 2003.
ÁLVAREZ DE LAS ASTURIAS, Nicolás (ed.), El IV Concilio de Letrán en perspectiva histórico-teológica, Ediciones Universidad San Dámaso, Madrid 2016.
ANDRÉS-MARTÍN, Melquiades (dir.), Historia de la teología española,