Hijos del fuego, herederos del hielo. Aimara Larceg. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Aimara Larceg
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789878710440
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que más le gustaba era su curiosidad ilimitada. Miraba y tocaba todo lo que se le cruzaba, se metía en todos los rincones. Sin embargo, cuándo se perdía y la búsqueda duraba mucho tiempo, Elwinda se enfadaba tanto que el pequeño se encogía sobre sí mismo. Al ver su reacción lo acunaba para tranquilizarlo, preguntándose si calmar su ira con esa carita inocente también formaba parte de sus habilidades especiales.

      En cuanto aprendió a preguntar qué era tal o cual cosa, sus vidas dieron un giro completo. La atosigaba constantemente con preguntas, jamás se quedaba satisfecho con las respuestas, siempre buscaba saber más. A veces era un fastidio, pero lo adoraba. Entre otras cosas, Drystan le enseñó a cultivar la paciencia como ningún otro ser vivo en la tierra.

      Pronto llegó el primer paseo por el pueblo. Le consiguió ropa decente de niño en una tienda, bajo los rumores y miradas curiosas de los lugareños, ¿Quién era el niño? ¿Alguien sabía si tenía un hijo oculto? ¿Quién era el padre? Habladurías, nadie se acercaba a ella. Le tenía tanta estima al mundo como a la basura a orillas del río. La ropa sería suficiente hasta el cambio de estación: camisas sencillas de lino, pantalones, botas, ropa de abrigo. Ser un Sanguine de fuego parecía duro, no existía sol que calentara lo suficiente. Antes de pagar lo examinó de arriba hacia abajo para comprobar que todo estuviera en orden. Se veía precioso, todo un hombrecito. Cuándo él le agradeció las prendas, lo estrujó entre sus brazos y le llenó el rostro de besos.

      Una vez traspasada la barrera de la conversación, comenzó a enseñarle el lenguaje escrito. A veces cuando le corregía los errores se ponía terco, e incluso se peleaban. En esos momentos él se alejaba, ella se ponía a hacer anotaciones en su libreta para calmarse y momentos después, ya lo tenía de nuevo en el regazo pidiéndole perdón. Las clases retomaban su ritmo automáticamente. Era fácil hacer las pases con alguien que no sabía de rencores.

      Otro de los problemas se presentaba cuando necesitaba dejarlo en casa. Era muy pequeño para viajar largas distancias, meterse en cuevas, cementerios o en lo profundo de pantanos. En esas ocasiones procuraba dejarle toda la comida y el agua necesarias, leña para la chimenea, ropa de abrigo. En un comienzo le preocupaba que entendiera bien las instrucciones para encender la chimenea o velas sin que las llamas tocaran nada inflamable. El fuego no le haría daño, pero las consecuencias de un incendio como paredes derrumbadas y cristales rotos, sí.

      Cuándo regresaba al cabo de varios días, lo encontraba con el rostro surcado de lágrimas y le era imposible sacárselo de encima. A veces le reprochaba sus ausencias, la interrogaba acerca de lo que hacía cuando salía, incluso le daban pequeñas rabietas. En esos momentos Elwinda se armaba de paciencia e intentaba hacerle olvidar el enfado haciéndole cosquillas, mimándolo, o pidiéndole las tareas que le había dejado para que se entretuviera. A pesar del mohín de disgusto, Drystan siempre accedía.

      A él le gustaba la magia, pronto descubrió que podría convertirlo en un gran hechicero. Entre experimento y experimento descubrió que la sangre de los Sanguine tenía propiedades mágicas y medicinales muy curiosas. Hacía que los hechizos o las invocaciones funcionaran mejor, podía curar heridas y quemaduras rápidamente. En un corto período de tiempo, las libretas de notas ascendieron a un par. Era imposible dejar de escribir.

      A veces se sentaban uno frente a otro y Elwinda le enseñaba sus Cartas del tiempo. Le explicaba la manera en la que se activaban para la lectura, qué significaba cada una, cuántas lecturas podía tener, cómo podían mostrar cosas que habían pasado, que pasaban, o sucederían. Él las tomaba y las volteaba, examinándolas reflexivo. Solía quedarse viendo un largo tiempo el reverso de color azul oscuro en el que aparecía la luna en cuarto menguante junto a tres estrellas plateadas.

      También le hizo demostraciones de otras disciplinas, como la preparación de pociones, para lo cual salieron a caminar en busca de aprender a diferenciar hierbas mágicas de medicinales. Tuvo que explicarle de qué se trataban las estaciones, las fases de la luna. Aunque con el paso del tiempo se haría más sabio, al menos parecía comprender los conceptos básicos.

      Cuándo fue el momento indicado lo llevó a la parte más abandonada del pueblo, donde en el sótano de una destilería abandonada había un templo dedicado al culto de Brisinghur, el dios oscuro al que el mundo temía y condenaba. La estatua de mármol negro se alzaba entre cientos de ofrendas de oro, plata, bronce, bebida y comida, pociones, velas, cientos de objetos o trabajos mágicos que refulgían bajo la luz de antorchas eternas. En un comienzo le preocupó la reacción de Drystan, ya que la atmósfera de abandono lo puso alerta. Quizá su estado se debiera a que se encontraba en un lugar nuevo y libre de personas. Le explicó que bajarían a un lugar oscuro, solo necesitaba sostener su mano para no sentir miedo. Allí le contaría una historia, la de la creación del mundo tal cual lo conocía.

      Una vez ahí, la luz de las antorchas brilló en sus ojos con un resplandor sobrenatural. Elwinda se quedó atenta a su expresión, ya que ante cualquier cambio tendría que sacarlo de allí. Pero a pesar del miedo, Drystan observó la figura oscura sentada al trono, e incluso se acercó unos pasos. Lo vio repasar todo con sus ojos, desde los cuernos retorcidos de la escultura, la expresión fiera del rostro que dejaba ver un par de colmillos afilados; hasta la postura natural, como si estuviera a punto de levantarse, los pliegues de la túnica perfectamente esculpidos, la corona en la que aún brillaban rubíes del tamaño de puños. Luego su mirada se posó en el mural del fondo, una imagen compuesta por círculos concéntricos, símbolos, y en su centro, el ojo de pupila vertical coronado por dos cuernos retorcidos. Intentó leer los símbolos al pie, pero le fue imposible comprenderlos.

      –Hubo una época oscura en el mundo. Ni aquí, ni en ninguna parte existía objeto o ser alguno –le habló despacio mientras se sentaba contra una columna a la derecha. Aspiró despacio el aroma de cientos de inciensos. El misterio del incienso siempre encendido, las velas gruesas teñidas con carbón y las ofrendas frescas siempre le intrigaba–. Al cabo de miles de años dos seres surgieron de esa oscuridad, fabricados a partir de estrellas –señaló el techo, en el que aún podían verse los vestigios de pintura azul oscuro tachonada de cientos de estrellas de plata. Era un lugar más antiguo del que se podría pensar, siempre había tenido la sospecha de que la destilería era una simple fachada–. Uno era Enhil, el otro Brisinghur –sonrió un poco ante la atención que le prestaba Drystan sentado a su lado–. El primero, con un movimiento de su mano derecha –trazó un símbolo con su mano, dos óvalos interconectados desde la izquierda hacia la derecha–, creó la luz. De esa manera existe lo que nos permite verlo todo en el plano físico.

      –¿Y cómo se veía Enhil? –preguntó, con sus enormes ojos fijos en ella.

      –Más tarde puedo llevarte a que lo veas –respondió tras pensárselo un poco–. Pero allí podemos quedarnos poco tiempo, puede que no seamos bien recibidos.

      –¿Por qué? –la interrogó con más curiosidad. Luego se volvió rápido ante el chasquido de una antorcha.

      –Porque quienes seguimos a Brisinghur y creemos en su verdad, tenemos una marca que nos distingue –se alzó un poco la manga izquierda para que viera el sello grabado a fuego en su antebrazo: el par de cuernos retorcidos y entre ellos, un ojo de pupila vertical–. Bueno, en realidad aquí todos me conocen, saben a quién vengo a encender incienso y velas. Mi presencia en el templo de Enhil los ofendería –observó con cierta fascinación cómo Drystan le acariciaba la marca con el índice y luego se volvía hacia la imagen de mármol, estaba sacando sus propias conclusiones acerca del asunto.

      –¿Y qué creó Brisinghur? –preguntó un tiempo después–. Dijiste que Enhil creó la luz que nos permite verlo todo. En ese entonces la oscuridad ya existía, no fue creada por nadie.

      –Así es –sonrió ante la observación. Que le dijeran si se equivocaba cuándo pensaba que Drystan aprendía rápido. De hecho, ya tenía una pequeña capacidad de razonamiento–. El siguiente movimiento creó la tierra y los mares. Algún día te llevaré a ver uno, son enormes porciones de agua que limitan con la costa. Allí la tierra tiene otro aspecto, se llama arena. El aire es diferente, los aromas. Además puedes ver el cielo hasta dónde se pierde la vista – hizo una