El dolor de cabeza y el olor característico de la bodega lo despertaron. En medio de la oscuridad comenzó a buscar algo, ¿Qué necesitaba? Luz... Sí, su instinto se adelantaba unos pasos sobre su pensamiento lógico. Jace se había ido, y al parecer las lámparas de aceite junto con él. De pronto recordó la piedra en su bolsillo, esa traída del norte que iluminaba como mil demonios cuándo se la agitaba un par de veces. Un objeto curioso, por demás útil. La luz esmeralda bañó la superficie de los barriles a su alrededor. Se tocó la zona de la barbilla y vio sangre en sus dedos. Su nariz rota palpitaba como un segundo corazón. Se quedó sentado en el suelo hasta sentir que las ideas se ordenaban un poco. El asunto con Jace apenas comenzaba, la idea de su casa invadida en busca de más mercancía le provocó un escalofrío, tenía que volver cuánto antes. El dolor de cabeza empeoraba con cada movimiento, tal vez fueran heridas graves. En cuanto comprobara la situación, se bebería una poción regeneradora, mandaría a llamar a un médico y descansaría.
La casa estaba tranquila, pero la sensación de ser observado lo inquietaba. Algo moraba en las esquinas oscuras, cruzaba las estancias a las que iba, recorría lento los pasillos. Encendió las velas con éxito, sin ningún ataque sorpresa de por medio. A continuación susurró un conjuro de protección, un mecanismo muy efectivo para vencer los obstáculos mentales del miedo. Después de limpiarse la sangre seca, el dolor de cabeza continuaba allí como si alguien clavara uno a uno clavos de diferentes medidas, especialmente en su nuca.
La sensación de peligro crecía a medida que se acercaba a las escaleras, desaparecía en cuanto alcanzaba el rincón más lejano. Se preguntó si alguien lo esperaría en el piso superior, listo para atacarlo en cuanto fuera a dormir. Decidido a resolver el misterio de una vez, tomó un plato con una vela gruesa y comenzó a subir despacio. De pronto una ola de pánico hizo presa de su pecho, junto al último escalón se adivinaba una figura oscura. Era pequeña, pero con el tamaño suficiente como para detenerle el corazón. Al mirarla con más detenimiento, se dio cuenta de que era tela, y los cabellos de Shayla resplandecieron a la luz de la vela. Estaba envuelta en la capa de manera que no se le veía el rostro, sentada con la espalda contra la pared, los brazos le rodeaban ambas piernas recogidas. Kenneth se dio cuenta de que estaba demasiado quieta, quizá se hubiera dormido esperándolo. Lo comprobó al acercarse. Lo curioso era que en el espacio entre sus rodillas y su pecho, descansaba un morral de cuero gastado, ¿Cómo podía dormir en esa posición? Acercó la mano a su hombro, la energía densa provenía de ella. El éxito estaba a la vista, saquear ruinas era el trabajo perfecto para Shayla. Sonrió, sin saber que pronto comenzaría la tragedia.
Al posar su mano en el hombro, lo golpeó una serie de visiones y le faltó poco para caer por las escaleras. Su columna se resintió gracias al golpe contra el pasamanos y un dolor punzante lo acompañó durante los siguientes minutos. En el proceso había ocurrido algo. Le quitó el morral con mucho cuidado, lo abrió. La débil llama de la vela iluminó los contornos de una calavera y la tomó con las manos temblorosas. Se trataba de un objeto antiguo, del color característico de los huesos que han pasado mucho tiempo bajo tierra. Los rubíes incrustados en las cuencas de los ojos refulgieron regalándole una visión aterradora. Pasó el dedo índice por los símbolos grabados en la frente, en la actualidad solo tres personas eran capaces de leerlos. Se quedó dándole vueltas, analizándola desde todos los ángulos. La leyenda era cierta, podía sentir la magia del objeto. Se trataba de la calavera del Rey Manzur, un gobernante que había vivido en épocas anteriores a Los Primeros Magos, un círculo fundado por su nieto mucho más adelante. Se decía que su tumba estaba custodiada por tantos demonios que era imposible ingresar sin los artefactos mágicos necesarios. La dejó a un lado cuando notó que Shayla comenzaba a moverse, aún inquieto por las visiones: la misma calavera acompañada por el resto del esqueleto, con una corona dorada de piedras preciosas incrustadas, enormes ojos azules en vez de los rubíes de las cuencas. Y Shayla presa entre sus brazos, bañada en sangre. En sus ojos los rubíes de antaño pertenecientes a la calavera.
–Oye... ¿Estás bien? –murmuró al escuchar que se quejaba–, ¿Qué sucedió? –al tocarle el hombro las imágenes volvieron a aparecer. Armado de valor evitó el engaño de la ilusión y tiró de la capucha hacia atrás, pero al instante se arrepintió. Shayla tenía la mitad del rostro y el cuello en carne viva, como si alguien le hubiera arrancado la piel. Un ojo color rojo intenso se posó en él y volvió a bajar la cabeza–. ¿Qué sucedió? –repitió la pregunta mientras intentaba tomarle el rostro, pero ella le apartó las manos.
–Jamás volveré a trabajar para ti –le dio un puñetazo en el pecho, luego el enojo se transformó en una profunda tristeza y lloró. Kenneth la acurrucó contra su cuerpo, preguntándose por qué se le había ocurrido que era buena idea enviarla allí.
–Lo arreglaremos. Conozco a alguien que puede ayudarte, vas a estar bien –el temblor de sus manos se esparció al resto de su cuerpo. Shayla estaba poseída, tal vez algún artefacto fallara o se hubiera metido en una zona demasiado peligrosa para sus capacidades como bruja. La cabeza le dolía más que nunca, pero no era el momento para andar quejándose por estupideces–. En cualquier instante podría volver a buscar lo que no le he dado –susurró para sí mismo, en referencia a Jace.
–En el mundo existen problemas graves, pero no te importan hasta que te ocurren a ti –los ojos volvieron a llenársele de lágrimas–. Él también va a regresar. Cuando alrededor comienza a oscurecerse, cuando escuchas su risa en la lejanía. Llega, te susurra al oído qué hacer... ¡Y ese olor! ¡Huele a muerte!
–Estarás bien –la ayudó a ponerse de pie. Necesitaba mantenerla en un lugar seguro. Si algo tan peligroso moraba en su interior, tal vez necesitara amarrarla. Además estaba el asunto de Jace, ¡Le iba a explotar la cabeza! Y si el demente hacía lo que él pensaba, sería de manera literal.
Se decidió por el piso de arriba. Tras asegurar los postigos, cerrar la puerta de entrada bajo dos vueltas de llave y constatar que el acceso al depósito fuera invisible, fue al cuarto de huéspedes dónde había encerrado a Shayla. Estaba agotado, necesitaba descansar. A pesar de ser una ladronzuela y de que su relación fuera puramente de negocios, un sentimiento humano de piedad surgió al verla. Algo de lo que él mismo se sorprendía, puesto que lo único que últimamente le interesaba era su propio bienestar. Tomó pergamino y pluma, redactó un mensaje breve para Elwinda, con un poco de suerte lo leería esa misma noche. El puesto de correos se encontraba a pocos metros de la casa, se aseguró de que Shayla comprendiera que volvería pronto. El mensajero partió después de una paga jugosa. Todas sus cartas estaban sobre la mesa, Elwinda era su única alternativa. Confiaba en sus habilidades y su conocimiento más que en nada en el mundo. Ella sabría qué hacer al respecto, sin importar cuánto tuviera que sacrificar. Tras echar una mirada a los alrededores, volvió a casa con la idea de preparar algo ligero de comer. Shayla necesitaba conservar las fuerzas, era indispensable mantenerla despierta y en calor hasta que Elwinda se hiciera presente. También le daría un paño limpio y agua caliente para que se quitara la tierra del rostro o las manos.
Al ingresar en la habitación, la encontró acurrucada contra la cabecera de la cama. Se había puesto la capucha de la túnica y lloraba en silencio. Estaba destrozada de maneras incomprensibles, solo ella conocía los tormentos vividos. Le dejó el recipiente con agua, el paño limpio. Luego de corroborar que todo estuviera bien, se sentó al borde de la cama, preguntándose qué debía hacer a continuación. La observó detenidamente, había algo extraño en su forma de actuar y pronto se dio cuenta de un fenómeno característico en las personas poseídas: la luz. Shayla evitaba el resplandor de las velas. Para no incomodarla apagó la mayor parte de ellas. Momentos después ella se retiró la capucha de la cabeza y miró alrededor. Se movía despacio, como si le costara trabajo hacerlo. La dejó