Hijos del fuego, herederos del hielo. Aimara Larceg. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Aimara Larceg
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789878710440
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escribiendo, sin dejar de echarle miradas furtivas. Cuando las observaciones se le agotaron, dejó la libreta abierta para que se secara la tinta. Tomó una canasta en la que había reservado unas setas y plantas mágicas, y la depositó frente al recién nacido. El volumen mostraba una lista detallada de los alimentos que los Sanguine consumían, un grupo de plantas y setas mágicas que podían recolectarse en cualquier lugar. Allí crecía la mayor parte de las variedades. Conseguir comida para él fue tan fácil como internarse unos pocos metros en el bosque y comenzar a arrancar las adecuadas.

      Se sentó a mirar qué hacía. El niño Sanguine tomó una seta gigantesca, también una planta mágica con una flor anaranjada, mordió un poco de una, un poco de la otra. Al parecer estaban bien, porque al cabo de unos minutos empezó a comer con regularidad. También le acercó un cuenco con agua, era el único líquido que bebían. Los Sanguine no eran mamíferos, no necesitaban leche materna. Lo que sí necesitaba era un nombre. A partir de ese momento había mucho camino por recorrer.

      –¡Ya sé! Te llamarás Drystan –como única respuesta, él la miró unos instantes antes de volver a su comida. Tenía la inocencia de un animalito, tal vez ni siquiera la comprendiera. Le puso la mano sobre la cabeza, sus cabellos oscuros eran suaves y ya comenzaban a secarse. Sonrió cuándo volvió a mirarla, el bastardillo tenía unos ojos grises preciosos. Y de pronto se preguntó a qué velocidad crecería, qué altura alcanzaría, cómo comenzaría a enseñarle todo lo que deseaba. Le ayudó a beber cuando él intentó tomar el agua con sus dedos, sorprendiéndose de lo rápido que aprendía. Al cabo de dos o tres veces, ya sabía que debía tomar el cuenco con ambas manos para beber. Ella volvió a su libreta para llenar otra página, sorprendida y satisfecha de su creación.

      –¿Te gustan esas flores, eh? En el bosque hay muchísimas, ya vas a verlo por ti mismo –por supuesto, él ni siquiera la miró. Con una pequeña sonrisa en los labios continuó garabateando, o haciendo diagramas para evitar olvidarse el paso a paso.

       II

      Su padre agonizaba en la habitación, la única vela encendida le aportaba a la escena un tinte más lúgubre de lo esperado. Dylen lo observaba desde el marco de la puerta, ya no le apetecía sentarse frente a la cama. El olor de la muerte impregnaba las paredes, llegaba hasta su nariz con una fuerza descomunal y muchas veces lo obligaba a alejarse. El ciclo casi llegaba a su fin, todo estaba preparado: el testamento, la herencia, las cartas enviadas. Todo, excepto él.

      La pastelería Dirkon era famosa desde los tiempos de su bisabuelo gracias a sus pasteles finos y coloridos, sus galletas, o sus panes de todas las formas y sabores; sin embargo, la atracción principal de los últimos cuatro años eran los Sanguine creados para trabajar allí. Seres inteligentes, eficientes, inagotables, amables con el público. Eran el secreto mejor guardado. La gente sospechaba que eran criaturas mágicas, pero nadie sabía de qué tipo. A Dylen le parecía peligrosa la facilidad con la que cualquiera podía crear uno. Los Sanguine necesitaban un buen ambiente donde crecer, lejos de la familia convencional, en especial de los niños. Él mismo había padecido la crueldad humana durante sus primeros años de vida, la misma que se solía aplicar a las criaturas mágicas.

      Esperó a que su padre se durmiera para ir a ver cómo iban las cosas en el piso de abajo. Su hogar estaba encima del negocio familiar. Desde lo alto de las escaleras ya se podía escuchar el ajetreo. Cuando sus pies tocaron la planta baja, consultó el reloj de péndulo, faltaban quince minutos para abrir. El aroma a bizcocho era exquisito, se mezclaba con el de la leña, el limón, la vainilla, el chocolate. Eran los olores de siempre, la misma manera de comenzar todos los días. Cruzó el pasillo que llevaba a la cocina y tras abrir la puerta, enseguida se puso a dar órdenes.

      –¡Apresúrense! ¡En quince minutos abrimos! –la hilera de pasteles coloridos sobre el mesón era lo más satisfactorio. A un lado, una bandeja enorme de galletas reposaba a la espera del toque final. Había pan recién horneado, tartas. La esencia de su bisabuela vivía en cada preparación.

      –Buen día, señor. Tengo listo el pedido para mañana –Lennox era la ayudante general, se movía en todas las áreas que requirieran apoyo, también se encargaba de la despensa. Era la criatura más dulce e inteligente que jamás hubiera creado.

      –Buen día, Lennox. Veamos... –tomó la lista y la repasó detalladamente– ¿Aún tenemos polvos de hornear? No aparecen en la lista, muy raro.

      Ella ladeó la cabeza pensativa, luego se dirigió en silencio a la despensa. Dylen sabía que tardaría, conocía su manera de obrar, así que se entretuvo comprobando que todo el mundo trabajara. Al cabo de un tiempo Lennox regresó, mojó la pluma en el tintero y le dijo que agregaría unas cosas.

      A continuación Dylen se dirigió al salón principal para comprobar que ya estuvieran acomodando la producción, afuera había fila. La gente solía precipitarse al interior del negocio como si fuera el último día de sus vidas, otra de las razones por las cuales había dejado a los Sanguine a cargo de la atención. A las nueve en punto las puertas se abrieron dando paso a un nuevo día de ventas.

      Era tarde cuando Lennox golpeó la puerta de su habitación. Dylen fumaba tabaco en una pipa, un regalo de su padre cuándo aún rebosaba vitalidad. Un tenue resplandor proveniente de la chimenea bañaba la superficie de los muebles, la alfombra, sus cabellos oscuros. Le indicó que pasara e hizo espacio en la pequeña mesa a un lado de la butaca, ella depositó una bandeja con té y algunos panecillos que sobraron. Lennox preparaba un té delicioso, además era buena conversadora.

      Aguardó unos instantes a que Dylen aprobara la comida, pero esa vez en lugar de retirarse, se quedó de pie frente a él. Era un gesto normal cuándo quería hablarle acerca de algo importante.

      –El señor Dirkon no quiso beber su poción nocturna –comenzó a explicar bajo la atenta mirada de su amo–. Además no quiso cenar. Debería buscar al médico.

      –Me temo que ya no vale la pena –volvió a llevar la boquilla de la pipa a sus labios y dio una calada profunda. Después de un tiempo, dejó escapar el humo con tranquilidad–, mi padre está muriendo, ¿Recuerdas qué significa eso? –depositó la pipa a un lado de la taza y le dio un mordisco sin ganas a uno de los panecillos.

      –Desaparecer del mundo –susurró como si sus palabras fueran prohibidas. Cruzó los brazos sobre el pecho y se acercó despacio al fuego de la chimenea–, ¿Cuándo ocurrirá?

      –No lo sé, puede que pronto –bebió unos sorbos de té, el panecillo estaba seco y necesitaba líquido para pasarlo–. Pero no te preocupes, no es tu culpa. Es un proceso normal.

      –Me da pena que los humanos vivan tan poco tiempo –sus ojos fijos en las llamas resplandecieron. De pronto su postura se relajó, sus hombros bajaron y su respiración se volvió lenta. Era inusual verla triste, parecía otra criatura.

      Dylen bebió otro poco de té sin dejar de observarla. Los Sanguine eran una caja de sorpresas, jamás lo decepcionaban. Una vez cuándo ella era apenas una niña, había encontrado un pichón moribundo en el jardín y se lo había llevado para enseñárselo. Dylen la sentó en su regazo y le explicó acerca de la vida, la muerte. Existían registros de Sanguine longevos, el más viejo de quinientos años. La conciencia en torno al tiempo había dado paso a una angustia profunda en ella, jamás se le había pasado.

      –Cuándo yo muera, alguien más cuidará de ti. Te lo prometo –rodó ligeramente la vista, con una pequeña sonrisa en los labios–. O puede que para ese entonces vivas por tu cuenta. Serás libre de hacer lo que quieras.

      –Soy feliz aquí –se apresuró a responder y por primera vez en mucho tiempo se sentó sobre la alfombra–. Me gusta hacer galletas, hablar con las personas, preparar el té... –alargó la mano hacia el fuego y acarició las llamas–. Siento que mientras más cerca estoy de los humanos, menos sola me siento.

      Dylen se quedó viendo aquella escena hipnótica, los Sanguine