Hijos del fuego, herederos del hielo. Aimara Larceg. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Aimara Larceg
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789878710440
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que se dejaba arrastrar de un lado hacia otro como si careciera de voluntad propia, o como si confiara ciegamente en aquella bestia capaz de hacerle daño de un momento a otro sin sentir el menor remordimiento. Sí, era eso. Mientras estuvieron presentes, Dylen los observó todo lo que pudo. Se percató de que el lazo de confianza era fuerte, a esas alturas indestructible. Drystan la adoraba y cuándo estaban solos, ella se reía de sus ocurrencias, lo mimaba, le enseñaba cosas. A veces se peleaban, pero solucionaban rápido el conflicto. Sus personalidades se complementaban a la perfección, una relación así estaba hecha para perdurar, ¡Pobre criatura! Sufriría horrores cuando el tiempo hiciera estragos en su dueña.

      Gracias a Drystan, conoció el lado oculto de su hermana y se dio cuenta de que Elwinda lo necesitaba más que él a ella: apartaba la oscuridad de su alma, la alejaba de la soledad, la hacía sentir amor hacia alguien más que no fuera ella misma. Drystan curaba viejas heridas y la mantenía a raya de manera inteligente, con paciencia, sin que ella ni siquiera se diera cuenta.

      Dylen ardía de deseos de hablar con él, se veía más listo que Lennox. En las expresiones de su rostro y en lo poco que oía de él se adivinaba una personalidad culta, algo misteriosa, aunque el grueso de su magnetismo provenía de su apariencia tierna, de la curiosidad que emanaban sus ojos grises. Tenía la certeza de que no siempre sería así, los primeros signos de la adolescencia comenzaban a aflorar y al cabo de un año se convertiría en un adulto. En cierta forma le daba nostalgia, le recordaba a la crianza de sus propias criaturas. En ese aspecto comprendía los sentimientos de Elwinda, después de todo los Sanguine parecían hechos para ser amados. Lo único imperdonable era la magia. Así como su hermana le enseñaba cosas útiles, también le enseñaba magia, y eso a su parecer era algo inaceptable. La magia oscura no era para los Sanguine, eran criaturas demasiado sensibles, Drystan podría salir herido. Él siempre se había negado a practicarla, se le hacía insoportable pensar en ella. De hecho, el acto de crear a sus propios Sanguine fue un suplicio. Bastaron corazones de liebre, hierbas mágicas, un poco de su propia sangre, algunos conjuros. Tenía varios motivos para pensar que su hermana había utilizado otros elementos para el suyo.

      Sus súplicas silenciosas tardaron tres días en cumplirse cuando una noche, quien le llevó el té fue Drystan, ¿Dónde estaba Lennox? Elwinda tenía prohibido acercarse a ella, pero si era la única manera en la que podía estar a solas con su muchacho, que así fuera. Lo vio dejar la bandeja con la tetera llena, una taza, una porción de pastel cortada a la perfección. Cuándo le preguntó si él lo había preparado y le respondió que no, agregó que la tetera se encontraba allí porque no sabía cuánto le apetecía beber. Drystan no acostumbraba servir a nadie, lo supo en cuánto lo vio salir de la habitación para volver con una silla. Se sentó tan cerca que Dylen pudo contemplar detalladamente sus preciosos ojos.

      –Quiero que me hable acerca de Elwinda –dijo con determinación–. Todo lo que pueda.

      Dylen captó un dejo de desesperación, lo hizo esperar sirviéndose un poco de té en la taza. La simple mención del nombre de su hermana le crispaba los nervios. Le echó una mirada leve y bebió un sorbo, tenía frente a sí al único ser vivo que podía quererla de verdad. Era su deber cumplir con lo que le pedía. Al fin suspiró– ¿Por qué necesitas que te hable acerca de ella? ¿Acaso no lo hace? Además, ¿De qué te serviría conocer su pasado? Solo son trastos viejos, encerrados en un ático polvoriento –de pronto se sintió como un idiota y se preguntó de dónde venía la necesidad de que Drystan le rogara algo.

       –Por favor –se inclinó hacia adelante y puso la mano sobre su muñeca. Dylen sintió que una oleada de amor le golpeaba el pecho. Deseaba tenerlo bajo su tutela, enseñarle un poco de buenos modales, tal vez un oficio –. Necesito saber cómo creció, ¿Tenía amigos? ¿Se divertía? ¿Por qué se alejó de este lugar? ¿Alguna vez se sintió decepcionada? ¿Alguien le hizo daño?

      –¿Cómo voy a saber esas cosas? Mi hermana es una extraña tanto para ti, como para mí – asombrado por la claridad con la que se expresaba decidió ser franco. Su conversación era fluida, llena de sentimiento, era muy interesante–. No recuerdo demasiado de nuestra niñez. A pesar de ser su favorita, mi padre la regañaba todo el tiempo. Peleaban, se decían cosas horribles, Elwinda siempre hacía lo que quería y en parte, eso le costó la expulsión del negocio, del clan, le fueron negados los beneficios familiares. Tal vez su orgullo mantuvo las heridas cerradas durante todo este tiempo, hasta que decidiste hacerla volver.

      –Si insinúa que abrí viejas heridas por un simple capricho, está equivocado –cruzó los brazos sobre el pecho y se recargó contra el respaldo de la silla–. Vine a buscar verdades, información que me ayude a comprenderla, a aliviar su sufrimiento cada vez que está triste o enfadada. Suele comportarse de formas que no entiendo, desaparece sin previo aviso. La traje aquí para ensamblar piezas del pasado, ¡Quiero que sea feliz! Pero si comete los mismos errores una y otra vez, jamás lo será.

      –Drystan, mi hermana nació maldita –al instante se arrepintió de sus palabras. ¿Quién era él para creerse dueño de explicaciones tan sombrías? Era una simple cuestión de soltarlo todo, pero algo en su interior lo obligaba a hacer lo contrario. Sí, tal vez ambos lo estuvieran. No obstante su maldición personal era de una naturaleza diferente: el egoísmo, la soledad infligida, pero por sobre todo la mala intención. La mirada de reproche de Drystan lo hizo desviar la propia. Se sintió avergonzado de los celos que le provocaba la situación. Una criatura tan perfecta como Drystan prendada de su hermana... ¡Era una locura! El apetito se le desvaneció y buscó su pipa, quizá el tabaco le ordenara las ideas.

      –No entiendo por qué se odian tanto –la decepción era tangible en su voz–. Ambos están muy solos, no debería ser así, ¡No pueden pasar el resto de sus vidas junto a seres como nosotros, lejos de otros humanos! Deberían dejar sus diferencias de lado.

      –Tú no comprendes, no sabes –respondió intentando controlar un impulso violento, pero al fin descargó toda su furia arrojando la taza contra el marco de la chimenea. El objeto se hizo añicos, los trozos alcanzaron el rincón más lejano de la habitación. Más tarde apretó la mandíbula, cerró los ojos y respiró profundo en busca de serenarse–. De acuerdo, de acuerdo... te lo diré todo, pero no esperes que sea una historia bonita –era increíble, ni siquiera se había impresionado por su reacción. En cambio recibió una mirada atenta, estaba listo para absorber toda la información posible. Sus encantos eran de otro mundo, jamás había sentido algo parecido por ninguno de sus Sanguine. Volvió a sufrir un nuevo ataque de celos, porque su hermana siempre obtenía lo mejor a pesar de no merecerlo. A medida que la conversación avanzó, decidió centrar su atención en el momento y disfrutarlo lo mejor posible, libre de sombras o fantasmas. A la par, una pequeña parte de su mente comenzó a trazar planes para poder quedarse con el chico.

       VII

      –Lo siento, Jace. Esta es la única que me queda –en realidad mentía. Como percibía intenciones oscuras detrás de esas compras compulsivas, necesitaba deshacerse del asunto cuánto antes. De otra manera, podía terminar involucrado en algo sin haber hecho más que proveer. Además Jace lo obligaría a volver a aquella cueva en busca de más semillas. Eran demasiados riesgos a cambio de simples monedas, ¿Qué ocurría? ¿Qué hacía con los Sanguine que fabricaba? Meter las narices en asuntos ajenos no era una de sus especialidades, pero en la mirada de Jace podía apreciarse un nuevo tipo de locura. Si aquella vez fuera la última que lo viera, mejor. En ese caso la pérdida de un cliente resultaría beneficiosa.

      –Te pagaré mucho si vas por un par más. Solo un par...

      –¡No! Ve tú mismo si tanto las quieres, maldita sea –Kenneth chasqueó la lengua y le dio la espalda, se colgó la bolsa de monedas al cinturón con un movimiento rápido. La insistencia de Jace confirmaba sus sospechas y tenía que irse de allí cuánto antes. A eso se disponía cuando el más alto lo tomó por las ropas para enfrentarlo, dispuesto a atacarlo con sus poderes psíquicos. Jace estaba fuera de sí, solo actuaba por impulso. Normalmente su mirada daba miedo, pero en esos momentos era peor que nunca. Semejante ira no podía ser algo de ese mundo.

      –¡Aquí el cliente soy