–Sí, tienes razón –murmuró, aunque las palabras del más bajo abrieron una puerta en lo más oscuro de sus pensamientos. Gaela ya no quería estúpidos conejos, carne del mercado, ni pequeñas presas moribundas. Una criatura del tamaño de Vecco bastaría para mantenerla satisfecha al menos un par de días. Era la solución perfecta, tal vez el factor psicológico influyera y quisiera cazar sus propias presas en la intimidad de la mazmorra. Si los ánimos amainaban después de la primera prueba, podría implementar una nueva modalidad. Se imaginó las presas humanas que podría llevarle más tarde, tal vez podría probar con una o dos...
Sacudió la cabeza, sus pensamientos estaban tomando senderos demasiado retorcidos. A esas alturas ya debería estar en casa, pensó con el sudor corriéndole por la frente. Sus dedos se apretaron de nuevo en torno al mango de la cuchilla. La encrucijada desatada en el interior de su cabeza entre las decisiones de esperar un poco más y seguir dándole la oportunidad a los conejos como hacía tres años, o atacar a Vecco, hizo que su respiración comenzara a acelerarse. Ya ni siquiera escuchaba el parloteo de la criatura. Si fallaba y Vecco se escapaba, podía darse por muerto. Esperó un poco más, tal vez aún hubiera tiempo de salvarlo. De hecho, estuvo a punto de desistir cuándo la idea volvió a punzarle el cerebro: ¿Acaso Gaela no estiraba sus manos hacia él cada vez que lo veía, incluso luego de comer? Ella buscaba la figura humana, era un predador. Se pasó el puño por la frente sudorosa, sin quitarle los ojos de encima. A fin de cuentas todo esto era por ella, ¿No?
En cuanto Vecco le dio la espalda, soltó el saco y lo rodeó con el brazo libre. Era tan pequeño que logró tomarlo con facilidad por la mandíbula. La cuchilla se hundió en el lado izquierdo de su cuello como si fuera mantequilla. A continuación todos los sonidos se extinguieron, excepto el de la sangre al latir en sus propios oídos. Se volvió a enjugar la frente, pero esta vez ambas manos estaban empapadas de un líquido entre rojo y púrpura, la sangre de los de su especie. El cuerpo le temblaba de la cabeza a los pies. Entonces los interrogantes comenzaron a surgir a raudales. Se preguntó cómo iba a atravesar el pueblo con un cadáver a cuestas, qué haría si había represalias por parte de los otros Sanguine. Vomitó sobre el suelo de hojas secas, era increíble la rapidez con la que absorbía todos los líquidos: el rocío, su propio vómito, la sangre de Vecco. Pronto no habría rastros de lo ocurrido.
Al verlo agonizar se dirigió hacia él para rematarlo con dos puñaladas en el corazón. Luego tras inspeccionar los alrededores para asegurarse de que estaba solo, vació el saco de los conejos e introdujo el cuerpo lo mejor que pudo.
La solución a su problema fue ampararse en la oscuridad de la noche. Sortear el pueblo le tomó más tiempo de lo esperado, pero con un cuerpo a cuestas no podía arriesgarse. Cuándo llegó a casa, se precipitó hacia el suelo y soltó las amarras tan rápido que asustó al caballo. El animal corrió unos cuántos metros lejos de la torre, pero él ni siquiera fue a buscarlo. Deshizo el hechizo de la puerta y subió a trompicones la escalera en espiral. El saco era cada vez más pesado, tardó en llegar hasta arriba. Cuándo se tenía un cadáver al lado, la calma del lugar resultaba inquietante. Se pasó las manos por los cabellos a la par que observaba el bulto ensangrentado, preguntándose si había hecho lo correcto. Si el sacrificio resultaba en vano, tendría que cazar conejos en otro lado durante una temporada.
El camino hacia abajo supuso una nueva serie de dificultades. A veces tropezaba y el peso lo arrastraba unos cuantos escalones hacia el suelo. Gracias al esfuerzo, el sudor le corría por la frente y pronto la capa de abrigo comenzó a estorbarle. Desde la distancia ya podía oír el sonido de cadenas entrechocar, la respuesta de siempre ante el eco de sus pasos.
Gaela estaba alerta, muy activa. En cuánto lo vio se lanzó hacia adelante en su busca. Los grilletes estaban bien sujetos y la fuerza contraria ejercida por las cadenas la hizo perder estabilidad. Al depositar el cadáver frente a la puerta de la celda, pudo ver el momento exacto en el que los pocos vestigios de su cordura se deslizaron fuera de su mente. Los sonidos guturales eran horribles. Si esa noche lograba conciliar el sueño, tendría pesadillas.
Rasgó el saco para descubrir el contenido. El cuerpo de Vecco ya estaba rígido. Observó los coágulos negruzcos alrededor de las heridas. Los Sanguine tenían capacidad de regeneración rápida, había tenido muchísima suerte con aquel. A continuación abrió la puerta de la celda y lo arrastró dentro, con cuidado de que ella alcanzara el cadáver antes que sus manos. En un principio Gaela detuvo el escándalo para quedarse mirando la novedad. Era una imagen extraña, incluso parecía un poco más humana. Luego cualquier pensamiento positivo acerca de ella se derrumbó. Atacó la presa con tanta ferocidad que él se hizo a un lado para volver a vomitar. Era bestial. La manera en la que comía le recordaba a una jauría de animales salvajes peleando por el alimento. Tragaba todo lo que podía sin siquiera detenerse a masticar. Lo peor era el sonido de los huesos al ser rotos cada vez que sus mandíbulas se cerraban accidentalmente en torno a ellos. La mismísima música del inframundo.
Jace sintió las lágrimas correrle por las mejillas y cerró los ojos, tal vez ya no hubiera solución. Luego volteó para echarle una última mirada y se quedó de piedra. Las venas oscuras de su rostro estaban desapareciendo. Al creer que era producto de su imaginación, se acercó un poco. Ella estaba tan entretenida que ni siquiera reparó en su presencia. Efectivamente su rostro estaba cambiando, ¡Los síntomas se esfumaban! Se acercó hasta que estuvo a escasos centímetros de ella y le miró los ojos, el tono dorado comenzó a apagarse bajo los efectos de algo desconocido. Era el milagro que durante tanto tiempo había esperado. Las náuseas volvieron a inundarle la boca cuándo ella abrió la cavidad torácica, arrancó el corazón y empezó a comérselo. Cuándo ya no soportó el olor nauseabundo del cadáver, se alejó y cerró la puerta de la celda. Tras dar unos pasos hacia atrás, su cuerpo alcanzó la pared contraria y se deslizó despacio hacia el suelo. Se quedó viéndola incrédulo hasta que los párpados comenzaron a pesarle, y sin siquiera darse cuenta, se sumió en un sueño tranquilo, libre de personajes infernales.
Al cabo de mucho tiempo el sonido constante de cadenas contra los barrotes lo despertó, un gruñido hizo que se apartara antes de que pudiera comprender la situación, luego suspiró aliviado al ver la puerta de la celda cerrada. Uno de los grilletes se había desprendido de la pared. Detrás de ella estaba el cuerpo de Vecco reducido a un esqueleto. La enfermedad había vuelto con más fuerza.
V
Los encantos del pequeño le robaron el corazón desde el primer instante. A veces mientras lo observaba, se preguntaba cómo el conocimiento para fabricar seres tan perfectos había quedado en el olvido. Los misterios sin resolver eran infinitos, muchos de ellos lamentablemente no se encontraban en los libros.
Se trataba de la criatura mágica más bonita que había investigado. Tenía el cuerpo proporcionado de un niño pequeño. Su cabello oscuro era como el de las plumas del cuervo utilizado para su fabricación, suave y con ligeros destellos azulados. Tal vez el color de los ojos se debiera al resto de la materia prima empleada. Su piel pálida siempre olía bien, con ligeras notas amaderadas gracias a la semilla. Drystan era su mayor logro, lo veía en cada fibra de su ser.
A Elwinda le tomó una semana enseñarle su nombre. Un día cualquiera, en cuanto lo llamó a comer, el pequeño se dio la vuelta para mirarla. El siguiente paso fue introducir palabras sencillas. Primero un par, luego oraciones cortas, más adelante llegaron las palabras complejas. La rapidez con la que aprendía la impulsaba a llevarlo cada vez más lejos: el jardín a los pies de la torre en la que vivían, los alrededores, el bosque. A él le gustaba el claro situado a unos cuantos metros en las profundidades, allí devoraba setas mágicas bajo la supervisión estricta de Elwinda. Comer demasiado era malo para los niños Sanguine,