—Tú tío permanece aquí sólo para protegerte, según parece. Una deuda de honor, supongo. Pero eso no es lo que busca tu hermano de ti, ¿verdad? Hay algo mucho más importante para él que tú controlas, de lo contrario te habría matado cuando tomó este lugar tras la muerte de tu padre.
Los muros de la habitación comenzaron a girar ante sus ojos. Gillian intentó no mirarlos, pues hacía que aumentase el mareo. En su lugar, estiró la mano e intentó estabilizarse antes de caer. Al no alcanzar la pared, se agarró al chal e intentó protegerse el hombro.
En vez de la dura madera del suelo, o la piedra de la pared que tenía al lado, aterrizó sobre el pecho musculoso de Brice. La sujetó con las manos en la cintura y la levantó sin hacerle daño en el hombro. Sintió que la guiaba hacia abajo y, cuando recuperó el sentido, se dio cuenta de que estaban los dos sentados lado a lado en la cama.
Brice mantuvo el brazo alrededor de su cintura mientras con la otra mano le apartaba el pelo de la cara. Cuando terminó se levantó con ella, retiró las mantas y la ayudó a meterse en la cama. Sus palabras la aterrorizaron, pues habló de los días que había pasado con fiebre.
—No puedo decir que no haya matado a nadie jamás, pero nunca he asesinado a un hombre. Puedo ser tan despiadado en la batalla como se rumorea que es el rey Guillermo. Se trata de matar o que te maten, y un hombre hace lo que sea para sobrevivir, Gillian —dijo mientras recorría la habitación apagando las velas. Cuando llegó a la última, la miró por encima de la llama, lo que le dio a sus ojos una apariencia fantasmal—. Pero lo mataré por lo que te ha hecho —prometió con voz fría como el hielo—. Hermano o no, morirá.
Apagó la última vela de un soplido y Gillian aguardó a que se marchara para poder pensar en aquella ferviente promesa contra su hermano. La cabeza aún le daba vueltas por el miedo a haber revelado algo más durante los delirios de la fiebre, pero se sentía tranquila por su promesa no sólo de protección, sino de venganza contra los hechos de su hermano. Aunque a veces quería perdonar a Oremund por sus pecados, Gillian sabía que ni siquiera su padre le pediría eso.
El fuego del hogar estaba casi apagado, de modo que proyectaba poca luz, y se vio obligada a escuchar sus pisadas de camino a la puerta. Sin embargo, los pasos se acercaron a la cama.
—Milord, la puerta está en la otra dirección —dijo.
—No me marcho, Gillian.
—¿No? ¿Entonces dónde dormiréis?
Las cuerdas que sostenían su cama crujieron bajo su peso cuando Brice se sentó a su lado.
—He decidido que echo de menos el consuelo de los brazos de mi esposa. Dormiré aquí.
Gillian quiso protestar, apelar a su herida, pero el roce de su piel desnuda contra ella vacío su mente de cualquier argumento coherente. ¿Cuándo se había desnudado? Y con unos pocos movimientos Gillian se encontró a sí misma desprovista de su camisón, tendida sobre su costado bueno, con un hombre grande y fuerte a su espalda. Suspiró al sentir el placer de sus músculos fuertes rodeándola, pues Brice deslizó un brazo bajo su cabeza y con el otro protegió su hombro herido.
Su cuerpo traicionero reaccionó inmediatamente y se preparó para los placeres que había descubierto junto a él la última vez que habían compartido la cama. Pronto se olvidó de su lesión. No sabía cómo podrían fusionarse sin tener que usar el brazo y sin sentir dolor, pero su piel, sus pechos y sus piernas ansiaban recibirlo.
Y esperó.
Tan pronto como él se acomodó tras ella, dejó de moverse. Oh, esa parte de él sí se movía, Gillian podía sentir el calor de su erección frotándose contra sus nalgas, como buscando aquel lugar entre sus piernas. Pero no la presionó entre sus cuerpos ni la penetró como podría haber hecho. No deslizó la mano hacia la unión de sus muslos ni tocó su punto más húmedo. Tampoco acarició sus pechos ni estimuló sus pezones hasta hacerle pedir más.
La habitación quedó en silencio y, a pesar del calor de su respiración en la oreja, parecía no buscar el placer sexual que había buscado la última vez. Tras pocos minutos, el calor y la seguridad de su cuerpo enlazado al suyo, junto con el cansancio de su cuerpo, comenzó a arrastrarla hacia el sueño. Aunque estaba convencida de que jamás podría dormirse con semejante tentación tan cerca, su cuerpo acabó por sucumbir. O al menos comenzó a hacerlo hasta que sus palabras la despertaron.
—No te preocupes, Gillian. Pienso buscar la comodidad de tu cama con frecuencia cuando estés recuperada.
Acompañó sus palabras con un beso en el cuello que le produjo escalofríos. Entonces se rió, y su carcajada, llena de promesas sexuales, le hizo querer darse la vuelta entre sus brazos y pedirle que buscara los placeres de la carne con ella.
—Shhh —dijo él—. Necesitas dormir y yo necesito descansar. Habrá mucho tiempo para nosotros —susurró.
Gillian sintió el cansancio en su cuerpo y se rindió al sueño. Pero la promesa de sus palabras y el calor de su cuerpo provocaron los sueños más escandalosos durante toda la noche. Y por la mañana, cuando se despertó y descubrió la cama vacía, se preguntó si todo habría sido eso, un sueño.
Trece
—¿Milady?
Gillian estaba acurrucada entre las mantas de su cama, sola, pero si lo intentaba aún podía sentir la fuerza de los brazos de Brice a su alrededor. Ignoró la voz de Leoma, cerró los ojos y aspiró el aroma que había dejado tras de sí,
Masculino. A cuero.
—¿Milady? —repitió Leoma—. ¿Estáis despierta?
—Sí, Leoma. Estoy despierta.
Al menos ya lo estaba, a pesar de sus esfuerzos por permanecer en el reino de los sueños. ¡Qué sueños tan maravillosos! Pero la luz que inundaba la estancia prometía un precioso día primaveral.
—Lord Brice preguntó si os reuniríais con él para desayunar.
—¿Está esperándome? —preguntó ella mientras se lavaba la cara con el paño húmedo que Leoma le ofreció—. ¿Puedes ayudarme a vestirme deprisa?
Leoma le dedicó una sonrisa enigmática, como si supiera algún secreto, y luego ayudó a Gillian a aplicarse el ungüento, a vendarse el hombro y a vestirse. Poco después ya iba de camino al salón para encontrarse con Brice.
Con Ernaut a su lado y Leoma caminando tras ella, Gillian bajó las escaleras con cuidado y se sintió mejor que el día anterior. Fue al entrar en el salón cuando se vio embargada por los recuerdos de la última vez que había estado allí, y creyó oír la voz de Oremund obligándola a irse con lord Ruedan.
Cuando finalmente miró a su alrededor, no lo reconoció con los cambios llevados a cabo con la llegada de Brice. Todo estaba limpio y despejado, y parecía un lugar totalmente diferente.
La mejor parte de todas era que, por primera vez en muchos meses, se sentía segura caminando por allí. No recordaba haberle contado a Brice cómo la trataba Oremund; y no sólo a ella, sino a toda su gente. Sin embargo, claramente le había contado lo suficiente para que comprendiera la verdadera naturaleza de su hermanastro.
Lo único que enturbió su regreso al lugar fue la reacción de los sirvientes que trabajaban en el salón y en la cocina. Aunque Brice no pudo verlos, la miraron con abierto desdén mientras caminaba hacia los caballeros normandos y bretones. Algunos incluso susurraron insultos y la llamaron traidora al pasar frente a ellos.
No debería molestarla, pues estaban más del lado de Oremund que del suyo, pero algunos eran lo suficientemente descarados como para provocarle escalofríos. Conmovida por aquellas palabras tan odiosas, decidió regresar a sus aposentos en vez de enfrentarse a más insultos.
Le soltó la mano a Ernaut y se dio la vuelta, pero se chocó con Leoma, que