Gillian abandonó la batalla y se dejó caer.
Cuando recuperó la consciencia, oyó a alguien moviéndose en la oscuridad junto a ella. El fuego había desaparecido, y aún sentía dolor. Pero parecía centrado en su brazo y en su hombro izquierdos. Incluso sin el tormento del calor, Gillian no podía moverse; era como si hubiera perdido toda la fuerza.
Abrió los ojos finalmente y miró a su alrededor. ¡Estaba en su cama, en su habitación de Thaxted! ¿Habría soñado el tormento y las duras pruebas de los últimos días? Intentó levantar la cabeza, pero no pudo.
—¿Estáis despierta, milady?
Gillian reconoció aquella voz profunda. Cuando él se acercó, pudo ver a un Brice muy diferente al que había conocido. Aquél tenía barba incipiente, ojeras y parecía como si no hubiese dormido en días. Trató de responder, pero las palabras se le agolparon en la garganta y la hicieron toser.
—Toma —susurró él. Le colocó una mano bajo la cabeza y se la levantó—. Bebe un poco antes de hablar.
Era cerveza aguada, que sabía maravillosamente y alivió su garganta seca. Dio varios tragos y habría bebido más, pero Brice le apartó la jarra de la boca y ella no tuvo fuerza para seguirla.
—Tranquila… tranquila. Habrá más después.
—¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo he llegado a estar en mi propia cama? ¿Mi hermano?
—Tu hermano huyó durante el ataque. Después de dispararte por la espalda… después de que nosotros entráramos por el túnel. Cuando ya habías dejado de sangrar te traje aquí para que estuvieras más cómoda.
—¿Cuánto hace, milord? ¿Cuánto tiempo llevo inconsciente?
—Éste es el cuarto día desde la batalla — contestó él con claro cansancio en la voz—. Empezaste a tener fiebre esa misma noche y hasta hoy has estado ardiendo. Hasta esta misma mañana.
Gillian intentó incorporarse, pero no lo logró. Incluso el intento de mover el brazo le provocaba un dolor insufrible. Volvió a recostarse e intentó no moverse más.
—¿Y vos habéis estado aquí desde entonces?
—Casi todas las noches —contestó él—. Leoma ha sido tu compañera más constante.
—¿Leoma? —el nombre no le resultaba familiar. Cuando murió su vieja doncella, Oremund no le había permitido volver a tener a alguien que se ganara su lealtad. Enviaba a ayudarla a cualquier mujer que ocupase su cama en aquel momento. Leoma no era un nombre que hubiese oído antes.
—Está casada con uno de mis hombres, pero es de Taerford. Te curó la herida y ha cuidado de ti mientras yo me encargaba de mis obligaciones.
Brice se acercó al brasero y regresó con una jarra. La ayudó a incorporarse y se la llevó a los labios.
—Es caldo de ternera para que te dé fuerzas —dijo—. Leoma dijo que debías bebértelo cuando te despertaras.
Gillian dio varios tragos y sintió cómo el caldo le llenaba el estómago con su sabor y su calor.
—¿Y dónde habéis dormido vos? —le preguntó a Brice.
—Aquí —señaló a la silla.
Gillian reconoció la mentira nada más oírla; su apariencia revelaba la verdad. No había dormido desde el día de la batalla.
—¿Qué hora es, milord?
Brice se acercó a la ventana y retiró la cortina. Los rayos iluminaron la estancia y Gillian oyó la lluvia cayendo fuera.
—Es ya de noche —contestó él—. Aunque es difícil de saber con el modo en que ha estado azotando la tormenta estos últimos tres días.
Gillian estaba convencida de que no la abandonaría, así que se lo ordenó.
—Debéis descansar, milord, o no estaréis en condiciones de defender la fortaleza cuando Oremund regrese.
Él se quedó mirándola sorprendido.
—Se ha ido, Gillian. No se le ha visto en kilómetros a la redonda. Mis hombres lo han rastreado.
—Se ha ido por ahora. Regresará cuando tengo suficientes hombres para expulsaros de aquí. No lo dudéis, milord. No va en con su carácter renunciar a algo que desea.
Entonces, al igual que se había despertado, su cuerpo comenzó a caer hacia el sueño. Le resultaba difícil mantener los ojos abiertos y elaborar argumentos lógicos. Pero más duro era no revelar la verdadera razón de la obsesión que Oremund tenía con ella.
—Deja que te ayude —dijo él antes de que pudiera pedirle ayuda—. No estás bien y necesitarás más tiempo para recuperarte.
Lord Brice la ayudó a volver a tumbarse sin que tuviera que utilizar el brazo herido. Con su ayuda no le dolía tanto. Cuando él se dispuso a apartarse, Gillian le agarró la mano.
—Por favor, milord —susurró—. Descansad un poco —la mano se deslizó de la suya y ella se recostó en las almohadas—. Por favor.
No supo si siguió su consejo o no, pero Brice no estaba cuando se despertó aquella noche. Había una vela encendida que dejaba ver que la estancia estaba vacía, con Ernaut montando guardia junto a la puerta abierta.
Lo próximo que supo fue que ya era por la mañana y que Leoma estaba sentada en la silla remendando. La luz del sol iluminó la habitación cuando Leoma descorrió las cortinas y Gillian se sintió preparada para estar sentada más tiempo y para comer y beber más.
Pocos días más tarde pudo por fin salir de la cama con un poco de ayuda y ponerse el vestido por encima de las vendas. Aunque su marido siempre la visitaba, nunca se quedaba más de unos pocos minutos y jamás hablaba de asuntos de importancia. A medida que iba recuperando las fuerzas, la cabeza de Gillian se había llenado de preguntas para él, pero no se quedaba lo suficiente para hacérselas. Cualquier intento de llamar su atención fracasaba. Cada vez que ella intentaba marcharse, tanto Leoma como Ernaut se lo impedían.
Y lo peor era que nadie le daba detalles sobre la batalla y el número de muertos. Nadie le decía quién había se quedado atrás y quién había seguido a su hermano en su huida. Y nadie le contaba qué planes estaría haciendo lord Brice para defenderse cuando Oremund regresara.
Finalmente, tras una semana, y cuando se sintió preparada para abandonar la habitación, Gillian aprovechó la ausencia de Leoma para utilizar la otra salida de la fortaleza que no conocía nadie. Si nadie quería hablarle sobre Thaxted y sobre su gente, lo averiguaría por sí misma.
Once
Gillian descubrió pronto que no estaba tan recuperada como creyó en un principio; le llevó un buen rato bajar las escaleras de piedra de la pared. Con el hombro lesionado y el brazo en cabestrillo, bajar las escaleras resultaba difícil como poco. Luego, cuando finalmente llegó al pie, necesitó tiempo para tomar aire antes de intentar abrir la puerta camuflada instalada para mantener oculta la entrada. Se asomó a la caseta del herrero y entró tras comprobar que estaba vacía.
Haefen, el herrero, no estaba trabajando allí. Era uno de los pocos hombres con los que se sentía a salvo, pues su mujer era su tía y era demasiado valioso en tiempo de guerra como para que Oremund lo desterrara. Él era la razón por la que su padre había construido el túnel secreto desde su habitación hasta allí. Haefen era grande y fuerte, y podría protegerlas a su madre y a ella si fuera necesario. Aunque el fuego estaba encendido, no había rastro de él.
¿Acaso los hombres de lord Brice lo habrían matado al entrar por el túnel? Salió de entre las sombras y lo buscó. Era el único pariente cercano que tenía, aparte de Oremund, y temía que, al tratar de salvar