La mujer asintió y le entregó la vasija de barro.
—Aplicad esto por delante y por detrás y cubridlo con esas vendas.
Brice se echó a un lado para permitir que se marchara y luego se acercó a Gillian. Ella lo miró con los ojos muy abiertos mientras le apartaba el pelo de la cara. Se agarró los extremos del camisón suelto para que sus pechos quedaran cubiertos, pero eso no alivió el creciente deseo que Brice sentía ni disminuyó la imagen tan hermosa que representaba. La miró cuando suspiró al tocarle la piel cercana a la herida en la espalda.
—Perdón, Gillian. No quería hacerte daño —se disculpó mientras comenzaba a extender el medicamento sobre su piel.
Mientras Gillian se relajaba bajo sus caricias, él fue aplicando el ungüento cada vez más cerca de la herida, con suavidad. Aunque su mente sabía lo que hacía, su cuerpo reaccionaba por sí solo y pronto la sangre le retumbaba en las venas. La deseaba, pero no era el momento para esas cosas. Además, seguía sin estar seguro de si la noche que había pasado con ella antes de la batalla no habría sido sólo por compasión. Aquella noche él había buscado consuelo; ahora sólo buscaba a su esposa.
Intentando mantener sus necesidades bajo control, terminó de aplicarle el ungüento en la parte de atrás del hombro, la rodeó y se agachó frente a ella. Brice se había quitado la cota de malla y otras protecciones antes de entrar y descubrió que su erección era evidente si uno miraba. Temía y a la vez esperaba que Gillian mirase.
Brice se estremeció entonces, pues pudo verle los pechos a través del lino del camisón. Vio cómo su respiración se entrecortaba y cómo se humedecía los labios varias veces con la lengua, como si estuviesen demasiado secos. Trató de ignorarlo, trató de ignorar el calor que crecía entre ellos, incluso trató de no ver el modo en que sus manos comenzaban a deslizarse para dejar de ocultar los pechos. Lo peor, sin embargo, fue cuando ella cerró los ojos y suspiró al sentir sus caricias.
Brice dejó la vasija y se inclinó para besarla. Se habría detenido si ella hubiese apartado la mirada, o si hubiese mostrado alguna señal de no desear que lo hiciera, pero simplemente lo miró y volvió a humedecerse los labios. Peor aún, abrió la boca cuando tocó sus labios y Brice perdió casi todo el control que luchaba por mantener.
Brice saboreó su boca con la lengua, y la introdujo dentro para explorarla. Cuando ella imitó los movimientos con su propia lengua, Brice succionó como deseaba a hacer con sus pechos y entre sus piernas.
Se movió para acercarse y deslizó la mano hacia sus pechos. Sintió cómo se le endurecían los pezones y la besó con más pasión, utilizando la otra mano para sujetar su cabeza y mantenerla cerca.
Apartó la cara y vio cómo Gillian movía la mano como para tocarlo, y la excitación y la anticipación hicieron que su erección palpitara con más fuerza que antes. Intentó no presionar su cuerpo contra ella y aguardó aquella primera caricia.
El golpe en la puerta pareció tan potente e inesperado que perdió el equilibrio y comenzó a irse hacia atrás. Recuperó el equilibrio en el último momento, se puso en pie y dio un paso atrás; vio el brillo de excitación en sus ojos y el rubor de la anticipación en sus mejillas. Recordó entonces haberle dicho a la sirvienta que les llevara comida allí.
—Vuestra comida, milord —dijo la mujer a través de la puerta.
Brice vio cómo la sirena se convertía de nuevo en la chica inocente, que se cubrió los pechos y se echó por encima el chal que tenía en el regazo.
Él la ayudó en la tarea y luego abrió la puerta. Sin permitirle entrar a la sirvienta, agarró la bandeja de la comida y cerró de nuevo con el pie.
—Aún no habéis comido, milord —dijo Gillian. Intentó levantarse de la silla, pero él la detuvo.
—No se te ocurra levantarte de esa silla — llevó la bandeja a la cama, la dejó allí y se sentó al lado, todo sin derramar el cuenco de sopa ni la jarra de cerveza. Teniendo en cuenta que aún le temblaban las manos, fue tarea difícil—. He estado ocupado hasta ahora.
—Entonces comed —dijo ella, y giró los hombros para aflojarlos. Aunque eran otras partes de su cuerpo las que necesitaban relajarse, pues los pechos ansiaban sentir sus caricias y aquel lugar entre sus piernas palpitaba con deseo. Sentirse así era algo nuevo y Gillian no estaba segura de si era algo bueno o malo.
—¿Te duele? —preguntó él mientras devoraba el cordero que el cocinero había preparado para la cena.
—Está mejor cada día que pasa —respondió ella, se puso en pie y comenzó a dar vueltas por la habitación.
—¿Tu escapada al patio ha hecho que vuelva a sangrar?
Gillian se detuvo y lo miró; estaba intentando buscar información sobre cómo había abandonado la habitación sin ser vista. Pero por mucho que su tío pensara que Brice era de confianza, la explicación no saldría de su boca. Guardaría el secreto, por el momento.
—No, milord —respondió—. Como habréis notado, la piel se ha curado y, cuando baje el hematoma, Leoma dice que podré hacer uso normal del brazo.
No sabía cómo no le dolía el estómago con la velocidad a la que comía, pero pronto había devorado todo el cordero y se había bebido la jarra entera de cerveza. Cuando se levantó, imaginó que se marcharía, como tenía por costumbre.
—¿Estoy prisionera aquí, milord?
Había querido hacerle la pregunta durante todo el día, pero temía su respuesta. La llegada de su tío le había dado esperanza, pero tener visita no significaba que pudiera marcharse.
—No estás prisionera, Gillian. Ernaut o cualquier otro están en tu puerta por tu seguridad. Leoma está aquí para tu comodidad. Al principio, cuando te vi en el patio pensé que querías volver a escaparte. Puede que pienses que no entiendo los métodos de tu hermano, pero sé más de ellos de lo que imaginas, y el hecho de que vayas por ahí sin protección es como provocarlo para que actúe. Maldita sea, tú estás en el centro de lo que sea que persigue y, hasta que no averigüe por qué, tendrás un guardia en la puerta y compañía a tu lado.
Si no lo hubiera creído imposible, habría confundido su rabia con preocupación; preocupación por ella. Pero era un hombre acostumbrado a que se obedecieran sus órdenes y ella no había respetado su autoridad. ¿Cómo sería tener un marido que realmente se preocupara por ella y no por todo lo demás? La observaba con expectación en la mirada, así que Gillian asintió.
A pesar de asegurar entenderlo, la conducta de su hermano le había resultado sorprendente. Gillian no había apreciado su desesperación hasta que no mostró su verdadera naturaleza frente a sus enemigos. Eso no había ocurrido antes. Y una parte de ella se alegraba de contar con la protección de lord Brice, sin importar cuáles fueran sus razones.
—No eres prisionera, Gillian —repitió él, pero Gillian no sabía si estaría intentando convencerla a ella o a sí mismo.
Luego se dirigió a la pared opuesta, aquélla en la que se escondía el túnel secreto, y comenzó a palpar los bordes. Ella aguantó la respiración, pues estaba muy cerca de donde se encontraba el cerrojo que abriría la puerta. Lord Brice deslizó las manos por la superficie durante unos minutos y luego se volvió hacia ella.
—¿Vas a decirme dónde está? —Gillian se dispuso a negar su existencia, pero la interrumpió—. Es la única manera en que pudiste escapar de tu hermano y de mi vigilancia, así que sé que existe. Pero no sé dónde está.
—Milord… —dijo ella, intentando pensar en cómo argumentar, pero sin conseguirlo.
—No confías en mí. Lo entiendo. Sólo dime cuántos saben su localización.
—Sólo dos ahora, milord —respondió ella.
—Tu tío y tú —supuso él. Antes de que ella