—Soy libre, como el molinero, el velero y el cervecero —contestó el herrero, y declinó la invitación a sentarse.
—¿Cuánto tiempo llevas en Thaxted?
—Nací y me crié aquí, milord. Como casi todos —contestó, aunque Brice advirtió la pausa en su respuesta. De modo que hizo la pregunta evidente.
—¿Y lord Oremund? ¿Cuánto tiempo llevaba él aquí?
—Vino justo después de que su padre muriera en Stamford Bridge, el septiembre pasado.
—¿Tan poco hace? —preguntó Brice. Oremund se comportaba como si hubiera vivido allí desde niño—. ¿Dónde vivía antes?
—Lord Eoforwic le dio el control de una de sus fincas más grandes al joven lord Oremund hace unos años.
—¿Y por qué Oremund no obedeció la llamada a las armas de su rey y luchó en Hastings?
—No creo ser el hombre apropiado para responder a esas preguntas, milord —protestó Haefen.
—Pero eres un hombre libre, Haefen. Puedes ir y venir, y negociar tus pagos y tus condiciones. Es mucho mejor preguntarte a ti que a un siervo atado a su señor. De hecho, la mayoría de los siervos no conocerían el mundo más allá de las puertas de la fortaleza. Un hombre libre, en cambio, tiene una visión más amplia de las cosas.
Por un momento Brice creyó que el herrero se marcharía sin responder, pero finalmente lo hizo.
—Se convino que lord Oremund y Ruedan se quedarían atrás y protegerían al ejército del rey Harold por la espalda.
Aquello no tenía sentido, pues el duque Guillermo supo antes de Hastings que Harold había diezmado los ejércitos de Tostig y de Harald Hardrada. Los únicos ejércitos tras él habrían sido el de Mercia y el del norte.
Y su presencia en la batalla de Hastings habría resultado perjudicial para Guillermo. ¿Acaso Harold se había visto amenazado por su cuñado? ¿Se habrían sumado viejas rivalidades a los enemigos a los que se había enfrentado Harold Godwinson en sus últimos días de poder en Inglaterra?
Brice pensaba que el hijo de Harold, Edmund, aún se escondía entre sus seguidores, y a pesar del hecho de que su joven rey Edgar Atheling y los condes del norte estaban en Normandía con Guillermo, aún había suficientes lores sajones poderosos y sin derecho a voto que podrían causar problemas. Sobre todo si se materializaba un líder fuerte.
Respiró profundamente. Ya le había advertido a su amigo Giles que no era buena idea perdonarle la vida a Edmund meses atrás, y tenía la sensación de que los resultados de aquella clemencia estaban directamente relacionados con los problemas a los que ahora se enfrentaba. Era irónico que su destino estuviera aún ligado a Giles a pesar de los kilómetros que los separaban.
Pensó entonces en la mujer que descansaba en sus aposentos. Había todavía demasiadas preguntas sin respuesta.
—¿Qué quiere Oremund con Gillian? —le preguntó al herrero.
—Lo mismo que cualquier noble desea con una mujer soltera de su familia; utilizarla para hacer contactos con otras familias.
Ese Haefen sabía demasiado. Brice tenía la sensación de que nada de lo que hiciera lograría que aquel hombre traicionara a su sobrina. Al ver cómo el herrero se cruzaba de brazos, Brice se preguntó cuál de los dos era el profesor y cual el alumno cuando se trataba de testarudez.
—¿Tu esposa está aquí en Thaxted?
Por primera vez desde que viera a Gillian con ese hombre, Brice presenció cierta debilidad en él.
—Ella murió, milord —respondió Haefen.
El plan último se esfumó de su mente, aún era difuso, pero los hilos de la telaraña comenzaban a quedarle claros. Lo único evidente era que Haefen seguía en Thaxted por varias razones, pero la primera y más importante era proteger a Gillian. De él o de Oremund, no lo sabía aún. Brice se terminó la cerveza y se puso en pie.
—Puedes ver a tu sobrina si quieres. Estoy seguro de que tiene mucho que contarte. Pero dale tiempo para dormir y regresa antes de la cena.
—Muchas gracias —contestó Haefen con una inclinación de cabeza por primera vez.
—Y mañana trae aquí a los demás hombres libres para que podamos discutir sobre las necesidades de Thaxted y de su gente. Me gustaría tener las cosas claras mientras llevamos a cabo la reconstrucción.
—Sí, milord —otra inclinación.
Haefen se marchó; Brice le indicó a Lucais que lo acompañara de vuelta a la torre del guardia. Era el lugar más alto de Thaxted y podían verse desde allí kilómetros a la redonda. Además era el único lugar seguro para hablar cuando no quería ser oído.
Horas más tarde, cuando ya no pudo ignorar su estómago hambriento, se dio cuenta de que aún no había comido y de que no había hablado con Gillian de manera significativa en más de una semana.
Peor aún, no la había tocado ni besado, y ni siquiera había dormido en su cama por miedo a empeorar su herida. Ahora, sin embargo, tras ver que estaba recuperándose, deseaba verla.
En realidad deseaba arrancarle la ropa, sobre todo ese maldito velo que cubría su pelo y casi toda su cara, y descubrir qué había debajo en la comodidad y el calor de la cama, sin nadie que los escuchara o interrumpiera. Y deseaba oír esos suaves jadeaos que emitía cuando acariciaba sus partes más íntimas.
Estaba excitado de nuevo, como siempre que pensaba en su esposa, y se dio cuenta de que debía seguir el consejo que tan ingenuamente le había dado a Giles; «comienza como desees continuar». Ella era su esposa ante sus hombres, que habían presenciado los votos, pero no sabía lo que le habrían contado a la gente de Thaxted.
Ahora que iba recuperándose, encerrarla en sus aposentos sería como hacerla prisionera. Sin duda la visita de su tío sería vista de otra forma, pero Brice necesitaba que se mostrara visible para la gente de Thaxted. Aunque era similar a la situación de Taerford, aquello era diferente también. En Taerford, cuando Fayth había desaparecido, su gente había comenzado a preguntar por ella. En Thaxted, sin embargo, nadie, ni siquiera su tío, había ido a mostrar su preocupación. No estaba seguro de lo que eso significaría, pero sabía que no podía ser nada bueno.
Aquéllos que dormían en la sala principal de la torre se preparaban para acostarse mientras él caminaba hacia los aposentos de Gillian. Le pidió a una de las sirvientas que llevara algo de comida y comenzó a subir las escaleras.
Comenzar como deseaba continuar, pensaba. Y sabía perfectamente lo que deseaba.
Doce
Brice vio que Ernaut seguía de pie montando guardia frente a la puerta. Le daría una nueva misión al chico por la mañana y comenzaría a alternar con otros guardias. Teniendo en cuenta que había muy pocas habitaciones en aquel segundo piso de la torre, alguien podría montar guardia en esa escalera y controlar a los que iban y venían. Siempre que aquéllos que tuvieran acceso a las habitaciones fueran conocidos o de confianza, Gillian estaría segura en sus aposentos.
Le dio permiso a Ernaut para marcharse y abrió la puerta con la esperanza de encontrar a Gillian ya en la cama. En vez de de eso, estaba sentada en la silla, con el camisón, mientras Leoma le aplicaba un ungüento sobre la herida. Dado que estaba de espaldas a él, no podía verle los pechos, pero no importaba; su cuerpo recordaba aquella imagen, el tacto, el sabor e incluso el peso de sus senos en sus manos. Debió de emitir algún sonido, pues ambas se volvieron hacia él.
Aquello hizo que su melena cayera suavemente sobre sus hombros al volver la cabeza. Como una diosa mítica, se quedó mirándolo con esos ojos azul verdoso y él perdió la capacidad de hablar. El momento se alargó hasta que Leoma rompió el silencio.
—Milord,