Gillian consiguió llegar sin ser vista hasta el lugar en el que guardaban los caballos. Una amplia porción del patio había sido vallada y allí fue donde finalmente encontró a Haefen trabajando. Atravesó la verja y lo llamó. Parecía estar bien, y Gillian sintió las lágrimas en los ojos por la alegría de encontrarlo con vida.
—Chica —dijo él mientras la abrazaba. Mientras la mecía, Gillian quiso gritar de dolor, pero el consuelo de sus brazos era demasiado agradable en aquel momento.
—Tío —susurró—. Me alegro de encontrarte vivo. Temía… temía que hubieras muerto — pero no se sentía lo suficientemente fuerte para admitir que habían sido sus palabras las que habían revelado la entrada secreta a la fortaleza. Haefen la soltó y ella le dio la mano.
—No —dijo él—. Me enteré de los planes de tu hermano. Vi los soldados de lord Brice y supe que conquistaría Thaxted. Tu hermano dijo que habías muerto. Nos dijo que él era el único que podía protegernos contra estos normandos. Debería haber sabido que eres demasiado testaruda para morir.
A Gillian se le escaparon las lágrimas y se las secó con la mano.
—¿Qué ha pasado con los demás? ¿Cuántos hombres ha perdido Thaxted?
—No muchos. Casi todos los muertos eran soldados de Oremund. Oremund mató a unos pocos que intentaron escapar cuando desapareciste. Casi todos los demás están aquí, en alguna parte, esperando a ver quién acaba siendo señor de la fortaleza.
Gillian asintió, sabiendo que ambos comprendían que aquello no había acabado aún. Antes de poder hacer otra pregunta, su tío la interrumpió.
—¿Confías en este normando?
—No estoy segura —contestó—. ¿Por qué?
—Porque viene hacia aquí y parece que quiera matarte —respondió su tío—. Últimamente pareces provocar esa reacción en mucha gente.
Su comentario reflejaba la verdad. En efecto parecía irritar a muchas personas, pero sobre todo a aquéllas que intentaban controlarla. Miró por encima del hombro de Haefen y escuchó las palabras malsonantes de Brice. Gillian no temía que pudiera hacerle daño, pero aún no lo había visto reaccionar a aquéllos que lo desafiaban. Su tío podía ser el que corriese peligro, y trató de interponerse antes de que su marido llegara hasta ellos.
Mientras la observaba desde la torre del guardia, a Brice le quedó claro que tendría que atarla a la cama, como habían hecho sus hombres en la tienda de campaña, si pretendía que se quedara donde la había dejado. Mientras corría hacia ella, miró a su alrededor por el patio y no vio a Ernaut ni a Leoma; los dos que se suponía que tenían que estar con ella siempre que él no pudiera. Bajó corriendo los peldaños de la torre y ya estaba a medio camino cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo. De modo que aminoró la velocidad. Lucais, a quien había dejado con la palabra en la boca, lo siguió de cerca y a ellos se les unieron más hombres, antes de llegar al lugar que habían asignado temporalmente para los caballos.
Las carcajadas de Lucais cada vez que Brice maldecía no calmaron su rabia, sobre todo al ver al fornido herrero abrazar a Gillian. Y al ver que su esposa parecía cómoda entre sus brazos. Entre los brazos de otro hombre. En público. Brice debió de sacar entonces la espada, pero apenas fue consciente hasta que la tuvo en la mano. El herrero reconoció el peligro, pues se colocó ante Gillian como para protegerla.
Y su esposa, al mismo tiempo, se colocó ante él al verlo aproximarse y oír sus blasfemias. A pesar de no poder casi mantenerse en pie, a pesar de la herida que aún no se había curado, a pesar de la espada amenazante, se mantuvo firme. Brice se detuvo a pocos metros de ella y bajó la espada.
—¿Acaso nunca os quedáis donde se os dice, milady? —le preguntó, aunque no deseaba una respuesta. Cuando ella empezó a ofrecerle una, la miró con odio.
Aunque le alegraba ver que tenía mejor aspecto, aún no estaba lo suficientemente fuerte para andar por el patio. Sola.
Abrazando a hombres.
—Su difunto padre a veces se quejaba de lo mismo, milord —respondió el herrero.
—¿Quién sois vos?
—Milord —dijo ella—. Éste es mi tío, Haefen.
Brice entornó la mirada y observó al hombre al que sólo conocía como herrero de Thaxted.
—Creí que no os quedaba familia, milady.
—Yo me casé con su tía, milord —contestó el herrero—. No estamos emparentados por sangre.
—¿Y qué hacéis con él, milady, cuando deberíais estar en la cama?
—Sólo quería asegurarme de que estuviese vivo —contestó Gillian con voz débil y rostro cada vez más pálido.
—Regresad a vuestra habitación y lo discutiremos más tarde —ordenó él.
—No puedo, milord.
Sus palabras no representaban un desafío a sus órdenes, sino una explicación; una que Brice comprendió un segundo antes de que Gillian se pusiera blanca y se desmayara. No cayó al suelo gracias a que su tío la tenía agarrada por la cintura. Brice enfundó la espada y la tomó en brazos con cuidado de no lastimarle el hombro.
—Hablad conmigo en la torre —le ordenó a Haefen mientras se alejaba.
Le llevó sólo unos minutos llevarla de vuelta a su habitación y meterla en la cama. Ernaut se sobresaltó al verlos acercarse, probablemente creyendo que la dama estaría en la habitación. Brice vio cómo el joven se daba cuenta del fracaso de su cometido. No podía excusarlo, pero tampoco castigarlo por algo que él tampoco había logrado hacer.
—Milord —comenzó Ernaut mientras le abría la puerta. Luego esperó a que depositara a Gillian en la cama.
—Solucionaremos esto más tarde, Ernaut. ¿Dónde está Leoma?
La mujer en cuestión apareció después de que Brice tapara a Gillian con una manta y enviara a Ernaut al pasillo. Llevaba una bandeja con comida, probablemente la misión que le habría encomendado su esposa al planear su huida.
—La he encontrado en el patio. Dado que no le han salido alas y dado que sé que Ernaut no ha abandonado su puesto, tiene que haber otra salida oculta en sus aposentos. Encárgate de ella, Leoma. No creo que tenga fuerza para volver a escaparse, pero no quiero que se ponga en peligro al intentarlo.
Con la sospecha de que existían más entradas secretas bajo los muros o a través de ellos, Brice y sus hombres habían registrado la fortaleza habitación por habitación. Incluyendo el dormitorio de Gillian. Pero no habían encontrado nada. Regresó al piso principal y encontró al herrero esperándolo, custodiado por Lucais. Brice le indicó que lo siguiera y lo condujo a una mesa con bancos donde normalmente se reunía con sus capitanes.
Pidió que les llevaran cerveza y vio cómo la sirvienta se demoraba.
Negó con la cabeza, a punto de perder los nervios por el comportamiento de los sirvientes, tanto en la fortaleza como fuera. Recibían cualquier orden con desdén y tardaban en llevarla a cabo. Las miradas estaban vacías o llenas de malicia, y nadie intentaba disimularlo. Incluso había visto a varios de sus hombres responder a tales muestras de desprecio, pero no estaba en su naturaleza hacer eso.
O no lo estaba antes.
Le sirvió la cerveza al herrero, que permanecía de pie, y luego envió a Lucais de vuelta a sus tareas.
Sabía que Oremund había dejado espías allí, sirvientes leales a él, encargados de informar de todo lo que fuera posible. Brice tenía que encontrarlos