Cristo quiere una iglesia con discípulos dispuestos a enfrentar con valor los desafíos que se presenten con una entrega genuina. Que sepan entender los tiempos y asuman la posición que les corresponde en respuesta a cada circunstancia.
¿A cuál normalidad quieres tú regresar?
Los fariseos atacaban a Jesús porque sus discípulos no cumplían con todo el ritual externo de purificación.
¿Cómo es esto que no se lavan las manos antes de comer con todo el ritual que tiene que ser?
Pero Jesús los confronta con su realidad.
Uds. se limpian por fuera pero por dentro están llenos de maldad, de envidias y de apariencias.
Uds. dan su dinero pero con grandes demostraciones para ser vistos por los demás, pero ¿dónde están sus corazones? ¿Acaso están amando al extranjero, a la viuda, al desvalido, al inocente? ¿Apariencia de piedad pero corazones que maquinan el mal? Apariencia, apariencia y apariencia.
A esos líderes religiosos de ese tiempo, les dijo que eran sepulcros blanqueados.
Uds. saben lo que significa un sepulcro. Por fuera puede ser blanqueado, puede ser adornado, puede ser incluso decorado con lujo, pero por dentro hiede, huele mal, hay corrupción y putrefacción.
Él les está diciendo: Uds. están muertos espiritualmente. No hay vida en Uds., solo apariencia de vida.
El Señor está buscando nuestros corazones entregados y no una simple apariencia externa.
Dios ha decidido cambiar la normalidad que teníamos y si no reconocemos esos cambios, entonces nos quedaremos estancados en el mismo lugar que estábamos antes y no podremos avanzar.
Dios no quiere rituales espirituales secos y sin vida, no. Quizás esa era la normalidad. Pero Dios quiere corazones entregados a su causa. Oídos abiertos que vibren ante la palabra. Espíritus despiertos que contagien de vida a los demás. Ojos que busquen en las necesidades de los demás para traer consuelo y ayuda. Manos que se abran para trabajar en la obra y pies que recorran los lugares donde la luz de Cristo tiene que brillar.
¿Cuál es la normalidad a la que quieres regresar?
Ya no preguntes más si has sido llamado para evangelizar o compartir con otros el mensaje de salvación. Esto no es solo tarea de pastores o líderes. Esto no es solo tarea de un ministerio específico. Todos sin excepción, todos los que disfrutan de la salvación eterna, todos los redimidos, todo el pueblo de Dios, recorriendo calles y lugares públicos, testificando del amor de Dios. Todos contándole al mundo que hay un Dios que nos ha librado de condenación y que también es poderoso para rescatar del hoyo la vida de quienes a Él se acercan.
Pablo diría: «Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (Hechos 20:24).
¿Te das cuenta? Dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios. Nada es más precioso que esto.
Pablo no se estaba contemplando a sí mismo. Él contemplaba la maravillosa gracia que había caído sobre su vida. ¿Lo estás haciendo tú también?
Los de la iglesia antigua no cesaban de predicar y enseñar porque era su tiempo. No podían parar, hubieran dejado pasar su momento.
Si nosotros no hacemos la obra del Señor ahora, en este momento, entonces vamos a dejar pasar nuestro momento y alguien más lo hará, porque la obra de Dios no se va a detener.
Por eso la frase clave de este mensaje es: entre vosotros no será así.
El mundo corre tras el dinero, la fama y el poder, pero entre vosotros no será así.
El mundo busca satisfacerse con más, más posesiones, más carros, más casas, más dinero en el banco, más ropa en mi closet, más y más, pero entre vosotros no será así.
El mundo vive de manera egoísta, individualista, pensando solo en el bien propio, pensando solo en la satisfacción de sí mismos, pero entre vosotros no será así.
El mundo se deleita en el pecado, vive en medio de la injusticia y la mentira, está lleno de vicios y de malos hábitos, pero entre vosotros no será así.
Nuestra normalidad no puede ser nunca como la normalidad del mundo que nos rodea. Dios prepara lo mejor de sus ejércitos para sus batallas más exigentes y es en medio del fragor de los grandes desafíos donde se conocen los verdaderos soldados que saben cómo ir al frente cuando la batalla se hace más cruenta.
¿Cómo quieres vivir? ¿Como el mundo vive o como los hijos de Dios debemos vivir?
Debemos inundar este mundo literalmente con el poder de Nuestro Señor manifestado en su palabra.
¿Cuál es la normalidad para el mundo y cuál es la normalidad para el cristiano?
Si tu normalidad era no dar frutos, llegó tu tiempo para fructificar.
Si tu normalidad era una vida sin servicio, entonces tendrás que pensarlo muy bien cuando vuelvas a escuchar al Señor, porque Él mismo te va a mostrar lo inútil de una vida así.
Si tu normalidad era Egipto, tu nueva normalidad será la tierra prometida.
¿Te estás preparando para eso?
Si te habías acostumbrado al desierto, llegó la hora de que cruces el rio Jordán.
La temporada ha cambiado, ya no es tiempo de sequía, ahora es tiempo de fructificación. ¿Estás preparado?
Para muchos esta temporada es de incertidumbre, pero para el cristiano, ningún tiempo es desperdiciado.
El desierto no fue en vano, Dios estaba formando un pueblo con identidad de tierra prometida.
Incluso en el desierto las bendiciones nunca cesaron. El maná cayó, el agua salió de la roca, la nube los cubrió y la columna de fuego los calentó. Los milagros no cesaron en el desierto porque la obra de Dios no se detiene en tiempos de dificultad.
La incertidumbre ronda por la mente de muchos hoy en día, pero debemos saber cómo enfrentar cada duda en nuestra vida.
Tú no tienes que saber todas las cosas, no sufras por ello. Solo Dios lo sabe. Pero sí tienes que saber lo que estás haciendo en este tiempo y la clase de persona en la que te estás convirtiendo.
¡Libérate de tu necesidad de saber, enfócate en tu necesidad de cambiar!
En un momento de la historia, en los días del profeta Samuel, la gran nación de Israel, el pueblo escogido de Dios, se cansó de su normalidad viviendo bajo los designios divinos y pidieron ser como los demás pueblos de la Tierra.
Tenían todas las prerrogativas de ser el pueblo guiado directamente por la mano de Dios y lo habían visto en la manera como ganaban batallas, como Dios les hablaba enviándoles profetas, en su prosperidad y el amparo que siempre tenían bajo la protección de Dios. Pero se cansaron de eso. Lo tomaron como algo natural.
Pensaron algo como esto: Dios siempre tiene que estar con nosotros porque somos su pueblo escogido, entonces ahora podemos vivir como los demás pueblos paganos y tener nuestro propio rey, y aun así, Dios tiene que seguir dándonos su bendición.
Por ese tipo de pensamiento es que en ocasiones Dios tiene que sacudir a su pueblo.
Samuel se entristece por lo que el pueblo está pidiendo, pero Dios le dice: no te preocupes, Samuel, no te desechan a ti, me están desechando directamente a mí. (1 Samuel 8:7)
Su Dios, su Señor, su cuidador, su sanador, el Dios omnipotente es ahora rechazado por un pueblo al que le gustó parecerse a los demás.
La iglesia de hoy en día se parece más al mundo que lo que debería ser la iglesia. Queremos vivir más como lo hacen los inconversos que como lo debe hacer un pueblo consagrado y santo.