Lo mismo sucedió con el pueblo de Israel en tiempos del profeta Samuel. Aunque Dios los gobernaba ellos prefirieron parecerse a los demás pueblos de la tierra y pidieron un rey como las demás naciones paganas.
Hay un nuevo reino que es diferente a los reinos de este mundo.
Hay un estilo de vida que es completamente diferente a lo que el mundo en general tiene.
El problema puede ser que tú estés haciendo toda clase de esfuerzo para parecerte al mundo, en lugar de estar anhelando parecerte cada día más a Jesús, tu Maestro.
Hoy en día la gente está ansiando volver a la normalidad. ¿Cuál normalidad?
¿La que teníamos antes en la que quizás como iglesia no estábamos teniendo niveles de consagración y santidad como lo exige el reino de los cielos?
¿La normalidad de tomar en nuestras manos las riendas de nuestra vida espiritual dejando a Dios de último en nuestras decisiones?
Si es esto lo que estamos anhelando, simplemente significa que no habremos aprendido nada y que la iglesia pasará por este tiempo sin crecer espiritualmente, sin madurar, sin hacer la voluntad de Dios.
¿Es esa la normalidad que tú anhelas?
Déjame darte hoy algunos ejemplos bíblicos para que comprendamos mejor este tema en particular.
Piensa esto: ¿Cuál era la normalidad de Babilonia?
Idolatría, paganismo, doblar rodillas delante de ídolos humanos, reprogramación de la mente, de la adoración, etc. Eso era lo normal para ellos, pero no para el pueblo de Dios.
Pero los judíos que fueron llevados allí en el tiempo del exilio se acomodaron a esa normalidad y pronto, aquellos que antes habían adorado al Único Dios verdadero, estaban hincados adorando la estatua de Nabucodonosor.
¿Es ese tipo de normalidad la que ansiamos tener?
Solamente un pequeño remanente de hombres fieles, Daniel, Sadrac, Mesac y Abed-nego se negaron a hincarse para adorar aquella estatua y estos últimos tres, fueron llevados al horno de fuego hirviente. Si conoces la historia, estos hombres no murieron allí sino que Dios mismo respaldó a aquellos que se atrevieron a hacer una diferencia. (Daniel 3: 16-30)
Cristo está sacudiendo a su iglesia en estos tiempos de pandemia, pero aún hay muchos que no se han dado cuenta. Siguen viviendo como si Dios estuviera mudo y toda esta pandemia no significara nada.
Aún están pidiendo: Dios, háblanos; Dios, háblanos. Y Él lo está haciendo pero no reconocen su voz en medio de todo lo que el mundo habla.
¿Cuál es la normalidad en el reino?
Jesús dice que lo normal en este mundo es que los reyes se enseñoreen de las naciones, que los poderosos ejerzan dominio, que los adinerados humillen a los pobres, que los fuertes se burlen de los débiles.
Pero el Señor Jesucristo vino a edificar un reino que es completamente diferente.
Un reino en el que cuando se es débil se es fuerte, porque el poder de Dios se perfecciona en la debilidad.
Un reino en el que se humilla será exaltado y el que se exalta será humillado.
Un reino en el que Aquel que vino del cielo y se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, se levanta en victoria y se le da un nombre que es sobre todo nombre y ante el cual algún día toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Él es el Señor por encima de todos los señores, reyes, emperadores, millonarios, potentados, poderosos, opulentos, monarcas, sumos pontífices, eméritos, de todo ser humano en los cielos y en la tierra.
¿Qué significa hoy en día volver a la normalidad?
¿Tener vidas tibias, sin compromiso, sin propósitos, sin desafíos, llenos de temor, dirigidos por un mundo que hace todo, y la iglesia escondida en el último lugar del desván?
¿Es eso lo que estamos anhelando?
En Mateo 20, Jesús acababa de decirles a sus discípulos lo que iba a padecer en Jerusalén.
Les estaba dando el mensaje que iba a cambiar este mundo.
Iba a ser entregado, condenado, escarnecido, azotado, golpeado y llevado a la cruz. Pero Santiago y Juan estaban pensando en la gloria del reino y en sentarse cada uno al lado de Jesús cuando se estableciera este reino.
El mejor lugar, eso querían. Un lugar privilegiado. Un lugar que resaltara. Un lugar sobresaliente.
Los demás discípulos se enojaron. ¿No se les ocurrió antes la idea a ellos? Estos dos se adelantaron.
Jesús los sentó a su lado y les empezó a hablar: “los gobernantes de las naciones se enseñorean de las naciones, y los grandes ejercen sobre ellas potestad.” (Mateo 20:25)
Jesucristo está estableciendo un contraste entre la gente del mundo y la gente del reino de Dios.
Mis amados, en la tierra suceden estas cosas, en un reino que no es de Dios, en medio de los hombres, en una empresa, en el gobierno, etc. Esa es la estructura que gobierna al mundo.
Pero “no así entre vosotros”. Entre ustedes debe suceder totalmente lo contrario. Una actitud totalmente diferente, algo opuesto. El que quiera hacerse grande será vuestro servidor, y el primero será el siervo.
¡La normalidad del mundo no puede ser tu normalidad!
Sin duda la imagen de los gobernantes era negativa y por eso ellos esperaban que el Mesías fuera un gobernante distinto y poderoso que aniquilara a todos los demás en el mundo y por eso no pudieron reconocer el estilo de liderazgo de Jesús.
Él decía: Dense cuenta cómo son estos hombres que se enseñorean y ejercen potestad sobre los pueblos, pero escúchenme bien: entre ustedes no será así.
Ese es uno de los más grandes problemas que tenemos como creyentes, que aún no hemos entendido cómo es el reino que Jesús vino a enseñarnos.
¿Cuál era la normalidad para los fariseos? ¿Porque no podían aguantar a Jesús?
Los fariseos querían colocar a Jesús bajo su propia forma de hacer su religión.
Las quejas contra Jesús siempre estuvieran dirigidas a la forma de establecer su ministerio.
¿Por qué hace milagros en Sábado?, ¿por qué perdona pecados?, ¿por qué come con prostitutas y publicanos?
La iglesia de los fariseos era sectaria, racista y clasista. No permitía el ingreso de aquellos que no les gustaban. ¿Sería eso lo que Dios quería? ¿La normalidad de los fariseos?
Los fariseos no clamaban por más misericordia, por más amor, por más compasión, por más perdón. No. Nada de eso. Tradiciones, reglas, religiosidad. Estatutos de hombres para practicar sus ritos. Oraban como ellos querían. Ofrendaban con gran pompa para ser vistos. Vestían para notarse, anunciaban sus actos públicos con gran ruido, pero sus corazones estaban vacíos, no seguían la voluntad de Dios.
Hay demasiado engaño en el mundo, mentira e hipocresía como para que la iglesia sea una extensión del mundo, manifestando lo mismo.
Hay una gran diferencia entre las cosas hechas a la manera de Dios y las cosas hechas a la manera de los hombres.
Los hombres cuando quieren vencer, matan; Jesús, para vencer, muere.
Para subir en la vida, el ser humano miente, lastima a los demás, pisa sus sentimientos, traiciona y no mide esfuerzos; Jesús, para recibir la gloria, se entrega, renuncia, se humilla, guarda silencio y finalmente perece. ¡Qué diferentes caminos para el mismo fin!
La paz que los hombres buscan es apenas la ausencia de lucha, y cuanto más la buscan más lejos la ven.
La paz que Cristo ofrece es la paz interior que genera esperanza