Debido a que el SNI es un instrumento en manos del gobierno federal sin mayor coordinación con las IES, la participación de estas en ese sistema se da sobre todo por medio de la integración de académicos del nivel III en las comisiones dictaminadoras. Se trata de la evaluación por pares que, aunque consagrada internacionalmente, no fue de inmediata aceptación cuando se discutía el funcionamiento del SNI en sus inicios. Para que los primeros comités se sobrepusieran a los cuestionamientos, se integraron con miembros prestigiosos de El Colegio Nacional y premios nacionales de ciencias.
Otra discusión giró en torno a la cantidad de integrantes que tendría el sistema. En una época de crisis en la que preocupaba la escasez de fondos, algunos funcionarios de gobierno propusieron un número cerrado de miembros, pero triunfó la posición de darle forma abierta sin límite de crecimiento, el cual, aunque lento, ha sido sostenido: los 1 396 integrantes de 1984 han pasado a 25 072, en 2016 (Rodríguez, 2016: 8).
Respecto a la composición por nivel, el incremento durante el mismo periodo ha sido escaso, sobre todo el nivel III ya que se ha mantenido en alrededor del 10%, pero no hubo decrecimiento, excepto en el nivel de candidatos cuando la exigencia de obtener el doctorado se volvió más rígida: en 1984 representaban aproximadamente el 15%, tres años después sobrepasaron el 40%, para después volver a valores de entre 18 y 20%. Posteriormente, dicho nivel recuperó la tendencia a aumentar cuando se flexibilizó el límite de edad, que finalmente se eliminó en el reglamento de 2017, al igual que el límite establecido en cuanto al periodo de quince años transcurrido desde la licenciatura (Rodríguez, 2016: 14).
La participación de mujeres, que actualmente es poco más de un tercio del total de investigadores nacionales, no representa su peso mayor en el conjunto de los académicos del país (50% o más); sin embargo, su presencia ha crecido de modo consistente pasando del 18.1, en 1984, al 36.2% en 2016 (Rodríguez, 2016: 11).
Los criterios de dictaminación del reglamento del SNI son homogéneos en términos generales, tanto entre áreas de conocimiento como entre regiones del país, aun cuando los criterios específicos por área marcan diferencias y sufrieron cambios importantes. Una preocupación de 1984 era que, dada la gran concentración de recursos humanos e institucionales en grandes centros urbanos y en particular en la capital del país, el SNI podía generar un efecto Mateo[15] beneficiando a los ya favorecidos. Aun así, se descartó fijar patrones de exigencia más blandos para académicos de entidades o regiones de menor desarrollo académico, porque se hubiera generado un SNI “de primera” al lado de otro “de segunda”. Se pretendía un sistema con parámetros internacionales de calidad y exigencia homogénea. El apoyo a la descentralización —y como parte de esta a las entidades o regiones menos aventajadas— se daría por el incentivo económico, que es mayor para los investigadores nacionales que trabajan fuera de la Ciudad de México.
La discusión sigue latente en lo que concierne a la aplicación de criterios similares de evaluación en las distintas áreas de conocimiento que actualmente son siete, en particular por la disparidad entre culturas académicas, universalidad temática y grado de desarrollo de la investigación en las áreas humanística y de ciencias sociales, por un lado, y las de ciencias básicas y experimentales,[16] por el otro, lo que en parte se corrige con la definición de criterios específicos en cada comisión dictaminadora, como más adelante se examina.
En los primeros días del SNI, se distinguía entre productos primarios y secundarios para evaluar. Los primarios se refieren a publicaciones de calidad; los secundarios, fundamentalmente son docencia y difusión. Los secundarios presentan dificultades específicas porque, si bien es importante su vinculación con la investigación, que ello se cumpla no es fácil de comprobar. En todo caso no se acepta que estos últimos sustituyan a las publicaciones, que son elemento central de juicio. Tampoco ha sido sencillo —aunque ha habido avances— valorar la investigación aplicada, cuando no se verifica en publicaciones sino en resultados distintos como las patentes. Como al iniciar este sistema de investigación había pocos participantes y escasa producción, se valoraba sobre todo la cantidad de productos sometidos a evaluación. El énfasis en la calidad, sopesando el prestigio de los sellos editoriales o, tratándose de revistas, su factor de impacto, fue posterior.
Desde su creación en 1984, el sistema ha ido delineando el perfil de lo que sería un buen investigador basándose en estimar la cantidad y calidad de la producción, el liderazgo de grupos de investigación, la independencia de juicio, las citas obtenidas (en especial en revistas de impacto), la dirección de tesis (en especial de doctorado, para los niveles II y III), la publicación en conjunto con estudiantes, la participación en comités editoriales y eventualmente la proyección internacional de la obra y de su autor. Sin embargo, han transcurrido más de treinta años desde entonces y a pesar del consenso de los beneficios que el SNI ha traído a las trayectorias individuales de los académicos, se ha observado la necesidad de mejorar aspectos de su diseño e implementación, como lo confirman los resultados de la investigación que se recoge en este libro.
El SNI en revisión
La revisión de la literatura que analiza los efectos positivos y algunos de los problemas del diseño e implementación de los mecanismos de evaluación, principalmente del SNI, así como la opinión de investigadores, funcionarios y otros participantes en diversos foros, dio fundamento a la construcción del cuestionario y la guía de los grupos de discusión y entrevistas individuales que se han empleado en esta investigación. El interés central de las distintas contribuciones recogidas en este apartado fue mejorar el desempeño de los mecanismos de evaluación por lo que, sin ignorar los avances logrados, se concentran más bien en identificar los problemas más relevantes. Puede adelantarse que, aunque las respuestas obtenidas en esta investigación no siempre avalaron los cuestionamientos más extremos, sí hay una gran coincidencia respecto a cuáles son las principales tensiones que se deben atender para lograr el fortalecimiento del SNI, tal como se observa en los siguientes apartados y en las conclusiones de este estudio.
Se ha destacado en la literatura especializada que la evaluación del desempeño de la investigación individual idealmente examina la productividad, el impacto científico y la calidad de la investigación (Sahel, 2011); y que simultáneamente genera impactos en la dirección y conformación de agendas de la investigación (Elzinga, 1988; Whitley, 2007; Van der Most, 2010). Sin embargo, en el ámbito nacional, se registran tanto opiniones positivas como otras que destacan los problemas que se fueron originando a través de los sistemas de evaluación. Por ejemplo, entre los resultados positivos, se destaca que la evaluación asociada a estímulos y recompensas ha modificado la conducta del personal académico que ha recibido el beneficio (los profesores investigadores de tiempo completo) en diversos aspectos. Uno de los resultados es que mientras en 1992 el 3% de los académicos de tiempo completo de las universidades públicas estatales tenía el grado de doctor, este porcentaje alcanzó el 34%, en 2007 (Valenti, 2013). Además de esta mejora en el ingreso, se consiguió retenerlos en las instituciones y se ha señalado que aumentó la productividad medida por el número de publicaciones científicas y tecnológicas