En esta evolución, el SNI ha pasado por varias fases: desde su fundación como mecanismo extrasalarial de emergencia a su papel en la institucionalización de la investigación científica y tecnológica para fungir como instrumento auxiliar en la evaluación y acreditación de programas de educación superior. Lo que parecía un dispositivo transitorio se convirtió en un programa permanente que se explica por muy diversos factores. Entre estos se encuentra el interés de los investigadores que aspiran a la distinción de la membresía, asociada a prestigio e ingresos adicionales, aparte de los que les confiere la universidad o instituto de adscripción. Para el gobierno federal se trata de una modalidad de financiamiento al margen de la asignación presupuestal ordinaria a las IES y al mismo tiempo, para estas últimas y los programas de posgrado, es un modo de prestigiarse y solicitar más recursos argumentando que cuentan con un número representativo de investigadores nacionales en sus filas. Esto permite que la autoridad educativa maneje parte del financiamiento prescindiendo de las IES, aunque proporcionándoles, para la negociación de su presupuesto, una justificación que se basa en el número y nivel de sus investigadores, reconocidos por la evaluación de una agencia del gobierno.
En tanto régimen permanente de evaluación, el SNI contribuyó en su segunda fase a la profesionalización de la ciencia mediante el reforzamiento de elementos estipulados por la política educativa tales como la contratación y estabilidad de tiempos completos académicos de calidad, contrarrestando la fuga de investigadores de las aulas y normando la obligatoriedad de sus miembros de impartir docencia. No existía nada parecido en otras naciones y por eso después se imitó en varios países latinoamericanos. La información acumulada en este sistema ha generado una imagen más precisa del mapa de la investigación nacional y de sus limitaciones y ha dado opciones para mejorarla. Son datos que se suman a los de otras fuentes relativas al conglomerado de instituciones y programas dedicados a investigación.
El SNI reposa en un modelo de evaluación por pares, con la exigencia de que sus miembros tengan publicaciones, asignación de ingresos individuales adicionales al salario y fortalecimiento del investigador en el desempeño de su función. Sin descartar las dificultades en el logro de sus objetivos, aspira programáticamente al desarrollo de marcos de referencia de nivel internacional y a favorecer la formación de grupos de investigadores dentro y fuera de la capital del país. Es un sistema que se complementa con los programas institucionales de estímulos y que ha transformado la preexistente lógica de investigación. La participación de distintas comunidades disciplinarias en la implementación o en la crítica del sistema ha buscado que este no discrimine entre ciencias sociales y humanidades por un lado, y ciencias básicas y exactas por otro, como podría ser la tentación en una perspectiva tecnocrática del desarrollo nacional.
Los académicos participan en el SNI como miembros de las instituciones y grupos profesionales en sus instancias colegiadas de toma de decisiones, aparte de la tarea propiamente dicha de evaluación que realizan otros tantos en las comisiones dictaminadoras y revisoras (Reglamento, 2017: 105-118).
Se evalúan productos terminados y no actividades o promesas de cumplimiento: el reglamento del SNI enumera los productos que se aceptan y privilegian “fundamentalmente” en la evaluación (Reglamento, 2017: art. 31). Antes de su existencia no era obligatorio para los investigadores publicar y, según se dice, había quienes no lo hacían.
Este sistema ha provocado que aumente el número de investigadores pero, al igual que en la educación superior pública, tiene ante sí el desafío del envejecimiento de sus miembros. Sin embargo, siendo meritocrático antes que gerontocrático, la permanencia no está asegurada, ni tampoco el rango, dado que en sucesivas evaluaciones se puede ascender, descender o ser excluido; el propósito es que los integrantes sigan investigando, aunque para los críticos esto acarrea efectos negativos de “cuantitativismo”.[12] En efecto, el afán de establecer comparabilidad de criterios entre instituciones para juzgar la productividad ha traído polémica debida a ese cuantitativismo. Tal cuestionamiento apunta a que la buena calidad se debería lograr más por el impulso a la cooperación que por el reconocimiento y los premios a los individuos, que solo indirectamente benefician a las IES e institutos de investigación. Por su parte, la negativa sindical a que se rompa la paridad de ingresos en un mismo puesto ha dificultado que el sistema de evaluación institucional personalizada se extienda con criterios propios al personal del área administrativa de las mismas instituciones.
Más allá de sus beneficios, el SNI ha enfrentado diversas críticas por aspectos vinculados a su diseño y a su implementación en distintos momentos. Por ejemplo, se argumenta que la descentralización de la ciencia por regiones tiene un alcance relativo y la orientación conductista estímulo-respuesta fomenta una investigación estandarizada más que impulsar la innovación. Se sostiene que, al pretender incorporar a un número creciente de investigadores, se fomenta la cultura de cumplir requisitos, en cantidad estimada y tipo de productos para cada nivel, por encima de otras valoraciones. Es decir, que de esta forma se estaría inhibiendo la generación de proyectos estratégicos más arriesgados y trascendentes: el aspirante elige la opción que promete dinero y ascenso en un plazo razonable, antes que el riesgo intelectual de años de esfuerzo con poca producción intermedia que lo avale.
Una demanda pendiente es utilizar los criterios de evaluación del SNI para establecer la figura del profesor-investigador nacional con un tabulador homogéneo, lo que permitiría una rotación deseable de académicos de buen nivel entre instituciones y regiones (Valenti, 2013: 46-64) y aceleraría la descentralización de la investigación científica y tecnológica. Pero, entre otros factores, el contumaz pluralismo institucional en materia de información no facilita una reforma de este calibre que supera los límites del SNI.
La implementación del SNI
Al rechazar el gobierno la idea original de que la Academia Mexicana de Ciencias operara el SNI, este quedó inserto en la esfera de la SEP (en la entonces Subsecretaría de Educación Superior e Investigación Científica, SESIC) y después en la del Conacyt. Esto último ha traído consecuencias como la de separar la investigación de la educación superior y, desde el punto de vista financiero, generó una sobrecarga en el presupuesto del Conacyt. De haber permanecido en la órbita de la SEP, la incidencia presupuestal del SNI sería porcentualmente muy reducida. En principio solo se crearon los niveles I, II y III, pero por sugerencia del gobierno se incluyó el nivel de Candidato con el fin de facilitar el ingreso de los jóvenes investigadores. Idealmente debía coordinarse con el PRONAES (Programa Nacional de Educación Superior) que se concibió, entre otros objetivos, para financiar la investigación de las IES en un periodo de crisis; sin embargo, este vínculo no se concretó,[13] por lo que el apoyo a la investigación quedó concentrado en el SNI. Esto llevó a una nueva exclusión, puesto que este sistema quedó funcionando como una agencia externa al sistema de educación superior, sin participación directa de las IES, aunque sí de grupos de académicos seleccionados de estas instituciones. Se supone que tal separación evitaría a los directores de las IES los conflictos derivados de una distribución desigual de fondos dentro de una misma categoría laboral. No obstante, la medida se ha criticado porque da la pauta para que las IES retengan a sus mejores investigadores y les resta motivos para mejorar internamente las condiciones en que se desarrolla la investigación por medios