Psicología de la esperanza. Mario Pereyra. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Mario Pereyra
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789877650341
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del fuego celestial que destruía las ciudades condenadas. La mujer de Lot no pudo contenerse. Volvió su cabeza para mirar el espectáculo. Allí quedaban sus afectos, propiedades, bienes, útiles y tantas otras cosas. Probablemente la fuerza de esos intereses provocó la desobediencia al mandato divino. Inmediatamente, quedó transformada en una estatua de sal. Ese monumento salitroso de la mujer erigido sobre la colina de Sodoma fue el símbolo al que aludió Jesús para referirse a la fijación al pasado, ejemplo que configura una metáfora de la desesperanza.

      El mensaje bíblico enfatiza que la vida está en el futuro, y desaconseja la valoración de los tiempos pasados. Por eso, Salomón enfatiza: “Nunca digas: ¿cuál es la causa de que los tiempos pasados fueron mejores que estos? Porque nunca de esto preguntarás con sabiduría” (Ecl 7:10). Las tendencias a privilegiar el pasado o el futuro plantean un dilema existencial, donde la orientación prospectiva, la esperanza, significa maduración y desarrollo, y la dirección retrospectiva, la desesperanza, la regresión y el estancamiento. Por ejemplo, en el libro de Jeremías, el andar hacia adelante significa escuchar la voz de Dios y alcanzar prosperidad (7:23), mientras que ir hacia atrás es dejarse llevar por “la dureza del corazón malvado” (v. 24) y sufrir los juicios divinos. La misma idea aparece en el Nuevo Testamento cuando Pablo trata del “viejo hombre”, que se refiere a “la pasada manera de vivir” (Efesios 4:22), del cual hay que despojarse (Colosenses3:9) para revestirse del “nuevo hombre” (Ef 4:24; Colosenses3:10). Hay un llamado a ir “adelante a la perfección” (Hebreos 6:1) para alcanzar un nivel de plenitud y excelencia en Cristo. Quienes desoyen la exhortación adoptan una conducta regresiva que los retrotrae a formas superadas de creencia y vida (Hebreos 6:6-8), como volver a ser “niños” (Ef 4:14). De ahí la exhortación a tomar el camino prospectivo del crecimiento, “para plena certeza de la esperanza” (Hebreos 6:11).

      En conclusión, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, la esperanza se expresa a través de varios términos, y comprende un rico campo semántico que incluye diferentes dimensiones. Se trata de la espera confiada en un bien futuro, que en su forma más realizada tiene un carácter trascendente y escatológico. No es el resultado de la imaginación humana, sino de las promesas de Dios, por lo tanto, se asienta en la fe y en la confianza en la Proverbiosidencia. Involucra una relación personal que privilegia al Dador más que al don. Es en ese vínculo religioso donde se desarrolla la textura anímica de la esperanza, que contiene valentía, empuje, fortaleza, paciencia y paz. Desde las sombras del presente, la esperanza ilumina el mañana de un “todavía no” feliz, que aguarda a quien espera confiadamente. No impide el sufrimiento de las tragedias actuales, pero abre las posibilidades del cambio. Es la idea de que “a pesar de” la adversidad y el acoso del mal, “todas las cosas ayudan a bien” (Romanos 8:28).

      En esencia, la esperanza cristiana es una orientación prospectiva de vida, que abre las puertas a un nuevo y excelente futuro, una posibilidad construida por las promesas de Dios, que es accesible por la fe. Se centra precisamente en la confianza en Dios. Surge del entramado vital y dramático de la vida cotidiana, cuando la tentación al abatimiento y la melancolía invade, para despertar la conciencia de lo divino y del destino glorioso, en un acto de libertad, que proporciona fortaleza moral, un espíritu de desafío y afrontamiento, diseñando un sentido productivo de vida, movido por el amor.

      “El mundo griego es un mundo cerrado, sin trascendencia; este mundo es todo lo que es, y eso incluye a los dioses que rigen los destinos de los hombres; en un mundo tal, enmarcado por las coordenadas de la necesidad, determinismo y fatum, no es posible la esperanza. Así como la esperanza dilata el tiempo, la desesperación lo cierra impidiendo su progresión”.

      López Escalona (1988, 320)

      La cosmovisión metafísica griega privilegia el presente sobre el futuro en base a presuposiciones gnoseológicas que sostienen un pensamiento temporal cíclico repetitivo, el “eterno retorno” a las cosas (ver Nietzsche y Eliade). Aunque Lloyd (1979, 132) dice que “oponer una concepción griega del tiempo a una concepción judía y considerar a la primera como esencialmente cíclica y a la segunda fundamentalmente lineal, es, al menos en el caso de los griegos, adoptar una actitud completamente errónea”, por la razón de que “la concepción llamada ‘cíclica’ del tiempo tenía... significaciones muy diferentes según los autores griegos”. Sin embargo, es un hecho, que a pesar de esas diferencias, la noción cíclica fue una idea propia de la cosmovisión griega. El mismo Lloyd reconoce:

      El pensamiento griego conforma, expresiva y profundamente, dos maneras opuestas de vivir el tiempo. Por una parte, el ciclo de las estaciones y los movimientos diarios y anuales de los cuerpos celestes son los ejemplos más evidentes de un proceso repetitivo y, a nivel social, la celebración de las mismas fiestas religiosas en los años sucesivos confirma, o da valor, a esta idea del tiempo. (1979, 139).

      Las reflexiones de los filósofos abundan en ideas cíclicas. Por ejemplo, Anaximandro se refería al “eterno ciclo de generación y de disolución de los seres” (Mondolfo, 1959, T.1, 43). Heráclito afirmaba: “Este mundo... que siempre fue, es y será fuego eternamente vivo, que se enciende con medida y se apaga con medida” (Mondolfo, ídem., 49). Empédocles también aseguraba que la “eternidad e inmutabilidad de los elementos en la vuelta cíclica de unión y de separación” (ibíd.). Los pitagóricos y órficos creían en la doctrina de la transmigración (Widengren, 1976, 417), que era compartida por Platón (1966, 852-857). Para Mircea Elíade (1985, 7-8) la “nostalgia de un retorno periódico al tiempo mítico de los orígenes” es un principio de la ontología arcaica de las sociedades tradicionales, diferente de la concepción lineal e histórica que emerge del pensamiento bíblico.

      Otras características de la cosmovisión griega, según López Escalona, son el inmanentismo, el determinismo, la predestinación y el fatalismo. “El destino lo ha encadenado a ser todo enteramente e inmóvil”, sentencia Parménides en el Fragmento 8. El destino no se madura desde la decisión y la libertad, ya que su trama está prefijada en forma irrevocable por los dioses; lo único que puede hacer el hombre es descifrar sus signos con la ayuda de los oráculos. Un personaje de Sófocles, Antífona (1968, 627), dice: “… vengo fortalecido con la esperanza de que no me podrá pasar nada fuera de lo que me tenga reservado el destino”. Aquí la esperanza no abre nuevos horizontes ni construye futuros posibles; solo obedece dócilmente el destino inexorable que ha diseñado el mapa de la vida.

      El tiempo está convertido en un muro infranqueable, donde la suerte es aciaga, proliferante de la ruina; un espacio aterrador, vacío, que no tiene salida (aporeo). Fernando Canale (1987) considera el presupuesto de la atemporalidad parmenidiana y el ahistoricismo —que fuera retomado y profundizado por Platón— como una dimensión básica en la estructuración del pensamiento filosófico y teológico, tanto antiguo como moderno. Asimismo, debido al carácter irreversible del ciclo vital y el paso inexorable del tiempo que sucumbe en la muerte, “a partir de Homero la literatura griega abunda en pasajes emotivos a propósito del carácter transitorio de la juventud y la marcha ineludible del tiempo” (Lloyd, 1979, 139). Un ejemplo sintomático de ese pesimismo es la declaración de Edipo en Colono, de Sófocles (1968, 570): “Para solos los dioses no hay vejez ni muerte jamás; que todo lo otro, lo destruye el omnipotente tiempo: se esquilma la fuerza de la tierra, se arruina la del cuerpo, muere la fe, nace la perfidia...”.

      El logos (razón) griego es “la epifanía del presente eterno de ser”, apunta Moltmann (1969, 49.) a diferencia del kerygma (mensaje) cristiano que está urdido por la promesa. Por estas y otras razones, la visión griega de la esperanza está saturada de desconfianza y ha favorecido la tendencia descalificadora que hemos descrito más arriba.

      El mismo Moltmann (1971, 182) contrasta y resume las categorías epistemológicas griegas y bíblicas que fundamentan la elpidología al decir:

      La esperanza era para los griegos un mal salido de la caja de Pandora y sembrado en el espíritu humano para confundirlo y abatir su orgullo. Según ellos, el sentido y la verdad sólo pueden hallarse en lo constante, en lo intemporal, en lo eternamente presente, pero no en la historia