Es de hacer notar que la experiencia de investigar la esperanza ha sido algo altamente gratificante, ya que esta noble virtud abre los horizontes promisorios del futuro, permite esperar lo mejor, da fuerzas y motivación para enfrentar la adversidad, proporciona fortaleza para no bajar los brazos, estimula la resiliencia, da confianza, ayuda a sentirse mejor, incrementa los lazos de solidaridad y sociabilidad, brinda orientación en cuestiones particulares y da sentido a la vida en general, y es una fuente inagotable de bienestar y felicidad.
Aún más, la esperanza trascendente amplía las virtudes de la esperanza ordinaria y terrestre, para superar los límites de la vida y de la muerte, y abre los espacios infinitos de la eternidad, que descansan bajo las promesas divinas de glorias sin fin. Las virtudes de la esperanza son generosas e ilimitadas; esta es fuente inagotable de felicidad, bienestar y salud.
Mario Pereyra
Desde la Colina de la Esperanza,
Libertador San Martín, Entre Ríos, Argentina,
31 de diciembre de 2017
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Fundamentos epistemológicos de la esperanza
Resumen
Se formula el marco teórico. Se ofrece una reseña de una investigación bibliográfica sobre las concepciones filosóficas de la esperanza, desde las ideas de los antiguos griegos a los autores contemporáneos, pasando por pensadores cristianos, del medioevo y de la época moderna. Al evaluar las concepciones elpídicas (derivado del griego elpís = esperanza) desde la perspectiva epistemológica se observan dos tendencias semánticas contrastantes u opuestas axiológicamente. Ya decía Sófocles que “la vagarosa esperanza que para muchos hombres es una ayuda, es para otros engaño de fútiles anhelos...”. También la Biblia reconoce dos tipos de esperanza, cuando declara: “La esperanza de los justos es alegría; más la esperanza de los malos fracasará.” (Proverbios 10:28; BJ). Ese carácter anfibológico de la elpidología se encuentra presente a lo largo de toda la historia, como se ilustra en forma más detallada en el siguiente capítulo. Específicamente esa ambivalencia deriva de dos cosmovisiones diferentes, proveniente una de la concepción greco-romana y la otra, del pensamiento judeo-cristiano. Se analizan ambas vertientes en sus presupuestos ideológicos fundamentales para concluir valorando como un enfoque más positivo la propuesta epistemológica derivada de la concepción bíblica de la esperanza.
La ambivalencia conceptual
“Pues, en verdad, la vagarosa esperanza que para muchos hombres es una ayuda, es para otros engaño de fútiles anhelos...”.
Sófocles (1968, 641)
La idea de esperanza es ambivalente. Hay quienes la conciben como algo virtuoso y benéfico, en tanto otros la entienden como peligrosa y dañina. Esa ambigüedad se observa también en las diferentes acepciones que tiene la esperanza en el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española.
Esperanza. (De esperar.) f. Estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos || 2. Virtud teologal por la que esperamos en Dios con firmeza que nos dará los bienes que nos ha prometido || 3. V. ancla de la esperanza. || 4. Mat. Valor medio de una variable aleatoria o de una distribución de probabilidad. || Alimentarse uno de esperanzas. fr.fig. Lisonjearse con poco fundamento de conseguir lo que desea o pretende. || dar esperanza, o esperanzas, a uno. fr. Darle a entender que puede lograr lo que solicita o desea. || llenar una cosa la esperanza. fr. Corresponder el efecto o suceso a lo que se esperaba (Real Academia Española, 1984, 593).
Como puede apreciarse, la primera acepción es una definición neutra, carente de juicio de valor, en tanto las dos siguientes poseen una clara valoración positiva o virtuosa, a diferencia de la figura del quinto apartado que tiene una significación peyorativa, ya que se asocia a una actitud jactanciosa “con poco fundamento”. También la palabra “espera” contiene significados de valores opuestos.
Esperar. (Del lat. sperare.) tr. Tener esperanza de conseguir lo que se desea.|| 2. Creer que ha de suceder alguna cosa, especialmente si es favorable.|| 3. Permanecer en sitio adonde se cree que ha de ir alguna persona o en donde se presume que ha de ocurrir alguna cosa.|| 4. Detenerse en el obrar hasta que suceda algo. Esperó a que sonase la hora para hablar.|| 5. Ser inminente o estar inmediata alguna cosa. Mala noche nos espera.|| esperar en uno. fr. Poner en él la confianza de que hará algún bien.|| sentado. Dícese cuando parece que lo que se espera ha de cumplirse muy tarde o nunca (ibíd.).
La primera es una definición objetiva. La segunda tiene un carácter positivo. La tercera y cuarta acepciones tienen un sentido pasivo, en tanto la última presenta un matiz negativo, ya que espera una “mala noche”. Igual ocurre con las aplicaciones del término que recoge el diccionario, donde puede significar la “confianza” de “algún bien” como esperar algo que difícilmente se cumplirá o jamás ocurrirá.
Esos matices contrastantes del Diccionario también se encuentran en los dichos, las coplas, los proverbios y las expresiones populares. Por ejemplo, la Enciclopedia Larousse (1865, T.VII, 912) recoge algunas expresiones ilustrativas. Mme de Saint decía: “La esperanza nos grita sin cesar ¡adelante!, ¡adelante! y nos atrae así hasta la tumba”, reconociendo que tiene un poder motivador y alentador de superación, pero concluye con términos extremadamente pesimistas. Por su parte, Catalina (1947, 152) la define en forma paradojal y con alto grado de ironía, declarando: “La esperanza es una adorable enemiga del hombre, y una amiga pérfida de la mujer” (obsérvese el contraste entre adorable y amiga, con enemiga y pérfida). Muy parecido es un bello poema del poeta español José Zorrilla (Marías, 1985, 26), quien asocia la ilusión y la esperanza con la muerte: “¡Blanca ilusión! ¡Benéfica esperanza! Triste y última luz del corazón, a cuyo tibio resplandor se alcanza un más allá en el hondo panteón”.
Cuando recorremos las páginas de la literatura, encontramos que predominan las opiniones críticas o desvalorizantes de la esperanza. Nicolás de Chamfort, por ejemplo, afirmaba: “La esperanza no es más que un charlatán que nos engaña sin cesar” (Larousse, ibíd.). “Peor que desesperar, peor que la amargura a la muerte, es la esperanza”, dice en forma más contundente Shelley, el gran poeta inglés (cf. Menninger, 1959, 483). También, la esperanza suele ir acompañada de adjetivos tales como “seductora, presuntuosa, temeraria, funesta, fatal, peligrosa, loca, ciega, ridícula, incierta, engañosa, fugitiva, efímera, frágil, vana, vaga, falsa, pérfida” (Larousse, 1865, T. 7, 912), que como puede apreciarse, no hablan bien de ella, sino por el contrario, manifiestan descrédito. Estas expresiones están muy lejos de la esperanza virtuosa y benéfica, que es un “ancla del alma”, es decir, algo que sustenta y asegura a quienes atraviesan circunstancias tormentosas o turbulentas.
A esta altura de la exposición podemos decir que hay una ciencia de la esperanza, una disciplina dedicada a su estudio, denominada elpidología, cuyo nombre proviene del griego, elpís, esperanza. La elpidología reconoce ese rasgo ambivalente entre los contenidos semánticos que tiene el concepto. Así, por ejemplo, hay pensadores que postulan una falsa esperanza y otra genuina. Por ejemplo, el filósofo y teólogo germano Paul Tillich (1965) refiere que hay una esperanza engañosa, que atrapa a los necios, en tanto, hay otra que es patrimonio de los sabios. Por su parte, el investigador Silberfeld (1981, 415-417) distingue ambos tipos, al observar las reacciones de los pacientes oncológicos cuando reciben el diagnóstico de cáncer y encuentran las posibilidades de expectativas de vida disminuidas. La “falsa esperanza” se revela con rabia y deseos de venganza.