c.la confiada expectación de lo bueno, de un futuro dichoso el cual traerá la ocasión para el presente regocijo (Salmos 13:5; Proverbios 10:28; 11:23);
d.una espera paciente y fortalecida en que el Señor traerá su salvación. El reconocimiento de la demora de la promesa de la pronta ayuda, fortalece en medio de la presenta adversidad (aquí yhl es la palabra clave; cf. Salmos 31:24; 33:18-22; 38:15; 42:5,11; 69:3; 71:12-14; 119:114-116; 130:6-8; Isaías51:5).
Por eso, se considera una esperanza falsa como aquella que sustituye la confianza en Dios por la riqueza (v. gr., Salmos 52:9 y Job 31:24), la fuerza del hombre (ver Jr 17:5), el poder político (por ejemplo, 2 Re 18:24; Isaías31:1; 36:6; Jr 2:37; Ez 29:16; Os 10:13) y aún las cosas religiosas (v. gr., Jr 7:4; 48:13; Hab 2:18).
En síntesis, la noción veterotestamentaria de esperanza incluye las siguientes ideas básicas:
1. espera un bien;
2. tiene un futuro fundado en la promesa;
3. está centrada en la confianza;
4. el objeto principal es Dios;
5. contiene las ideas de aguantar, resistir, perseverar (v. gr., Job 6:11; 13:15; 14:14; 30:26; Sal 71:14);
6. abre la posibilidad de cambios en medio de la crisis;
7. aparece en un estado de tensión dialéctica con respecto a la desesperanza; dice David que clamó desde el pozo cenagoso de la desesperación y fue liberado por Dios, debido a que “pacientemente esperé a Jehová”, Salmos 40:1-4.
En el Nuevo Testamento
“Y el Dios de esperanza os llene de toda gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo”.
Apóstol Pablo (Rom 15:13)
La palabra elpís se encuentra 53 veces en el Nuevo Testamento (Petter, 1976, 187-188) y con una sola excepción (donde traduce como “fe”: Hebreos 10:23), la versión Valera la reproduce siempre como esperanza. Valera traduce la palabra esperanza de cuatro términos griegos:
•elpís, en 52 oportunidades;
•elpizö, 3 veces; Lucas 23:8, 1 Timoteo 3:14 y 6:17;
•ekdoquë, 1 vez; Hebreos 10:27 y
•prosdokaö, 1 mención, en 2 Pedro 3:14.
Estos términos aparecen en los escritos paulinos y pospaulinos. No aparecen en los evangelios, en la carta de Santiago y tampoco en el Apocalipsis. Esa ausencia no significa ausencia de la realidad de la esperanza, dice Minear (1962). Por su parte, el verbo elpizö, esperar, comprende 31 referencias. Sus contenidos presentan un alto grado de continuidad con el Antiguo Testamento (Minear, 1962, 640), aunque con matices e intensidades diversas.
Los distintos autores novotestamentarios, más allá de sus diferencias individuales, hacen un uso secular y otro teológico del término esperanza. En el lenguaje profano, la palabra connota un sentido de expectación en conformidad con los intereses del sujeto. Es el caso del sembrador que espera los frutos de su trabajo (1 Co 9:10) o del prestamista que aguarda la devolución de su dinero (Lucas 4:34). También esa espera puede responder a propósitos y planes determinados. Así, pues, el fin de las Escrituras es “mantener la esperanza” (Rom 15:24) y Pablo espera que los destinatarios lean sus cartas (1 Tim 3:14). Es cierto que a veces esta esperanza puede fracasar o desvanecerse, como ocurrió con la “esperanza de ganancia” que perdieron los amos de una muchacha poseída que adivinaba, al ser exorcizada (Hch 16:19) o la “esperanza de salvarnos que iba desapareciendo” (Hch 27:20) en medio de una tormenta marítima que padecieron Pablo y sus compañeros cuando viajaban en un barco que naufragó.
En el contexto teológico, igual que en el Antiguo Testamento, Dios emerge como el autor y la fuente de toda esperanza. Dice Pablo en Romanos 15:13: “Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo”. Siempre se trata de la espera de un bien, jamás de un mal (en Hb 10:27 la “horrenda expectación de juicio”, no utiliza elpís, sino ekdoquë). Se asienta en la fe, ya que la esperanza nace de la fe con la que abraza su objeto. Precisamente, “la fe es la firme seguridad de lo que esperamos, la convicción de las cosas que no vemos” (Hb 11:1). Los ejemplos que presenta el capítulo 11 de Hebreos demuestran esa conexión e intercambio entre fe y esperanza (ver Ga 5:5 y Col 2:23). Para Hoffmann (1966, 15), la esperanza “acentúa el ‘todavía no’ de la experiencia cristiana de la fe”, sin dejar de reconocer la “dura realidad” (ver Romanos 8:23), que es percibida como “pruebas” (δoκιμή = dokimë; ver 1 Pe 1:6,7; 2 Co 8:2 y Rom 5:2-5).
La esperanza en el Nuevo Testamento también se encuentra estrechamente unida a la paciencia (ὑπομονή = hupomoné; ver Romanos 12:12; 15:4; 1 Tes 1:3; 5:8; Hebreos 6:11-12). Por ejemplo, San Pablo declara: “Porque nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve? Pero esperar lo que no vemos, es aguardar con paciencia” (Romanos 8:24-25). Asimismo, se apoya en las promesas, como es el caso de Abraham, citado en Romanos 4:17-21. En ese sentido, el autor del libro de Hebreos exhorta: “Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la Promesa” (Hebreos 10:23). Entre las promesas, la más importante es la parusía (“presencia”, término técnico para significar el regreso de Cristo a la tierra por segunda vez; BJ, 1423), la cual es reconocida como la esperanza bienaventurada o feliz (Tt 2:13 y 1 Tes 4:13s), de lo cual trataremos en el capítulo tres. Por último, junto con la fe y la caridad (v. gr., 1 Co 13:13; Colosenses1:4; 1 Tes 1:3,5; 5:8.), la esperanza ha sido catalogada de “virtud teologal”.
La virtud teologal de la esperanza se define como ‘hábito sobrenatural infundido por Dios en la voluntad, por el cual confiamos con plena certeza alcanzar la vida eterna y los medios necesarios para llegar a ella, apoyados en el auxilio omnipotente de Dios’. De la definición se deducen las propiedades de esta virtud: a) es sobrenatural, por ser infundida en el alma por Dios (cf. Rom 15:13; 1 Cor 13:13), y porque su objeto es Dios que trasciende cualquier exigencia o fuerza natural...; b) se ordena primariamente a Dios, bien supremo y secundariamente a otros bienes necesarios o convenientes para llegar a El (cf. Mt 6:33); c) es una disposición activa y eficaz, que lleva a poner los medios para alcanzar el fin, no es mera pasividad; d) es actitud firme, inquebrantable, porque se funda en la promesa divina de salvación (cf. Romanos 8:35; Fil 4:13) (Peláez y Monge, 1981, 170).
Por otra parte, el concepto de esperanza se vincula con el tema de mirar hacia adelante, como se enseña al establecer los requisitos para ejercer el ministerio apostólico. “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Lucas 9:62). Esta idoneidad “para el reino de Dios” sobreviene por empuñar el arado y apuntar al objetivo futuro. La metáfora alude a las prácticas rurales de aquellos tiempos cuando había que roturar un campo, entonces se colocaba una señal en el extremo del mismo, para dibujar imaginativamente el trazo por donde pasaría el surco. Hacia allí dirigía el agricultor su arado sin voltear a izquierda ni derecha, para no desperdiciar terreno. Darse vuelta a contemplar los surcos abiertos era una imprudencia que fácilmente llevaba al desvío y se pagaba con tierra improductiva. Por tanto, era imprescindible mantener la mirada fija en el blanco si se quería abrir toda la tierra a la fecundación de la semilla. Esa misma idea aparece en el consejo paulino de olvidar “lo que queda atrás” y aplicarse a “lo que está delante”, “la meta” o el “premio” del cristiano (Filipenses 3:13,14).
Por el contrario, la desesperanza se relaciona con la exhortación a no “volverse atrás”, como refiere Jesús cuando advirtió: “Acordaos de la mujer de Lot” (Lucas 17:32), quien se volvió a mirar hacia atrás (v. 31). La referencia está en el contexto de la destrucción de Sodoma y Gomorra. Un mensajero celestial había sido comisionado para salvar