Mejor vivir bien en el presente y desconfiar de todo hipotético porvenir por más atractivo que parezca.
Uno de los estudios más serios y profundos sobre el concepto griego de la espera (ἐλπίξειv) y de la esperanza (ἐλπίς) fue realizado por el teólogo y erudito alemán Rudolf Bultmann, publicado en el Diccionario Teológico de G. Kittel (1974). Bultmann resume el concepto griego de esperanza y afirma que “contiene la imagen del futuro que el hombre se ha forjado” de acuerdo a sus deseos. Concluye que se basa en las imágenes o “proyecciones que el hombre se forma de su futuro”. Se fundamenta en el deseo y se identifica con la ilusión y el sueño. Reitera la idea de los peligros de su engaño e inseguridad, y la conveniencia de prescindir de ella, aunque reconozca la capacidad para hacer actuar con resolución y tenga una importante función de consuelo.
Pensamiento judeo-cristiano
“… tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma…”.
Hebreos 6:18-19
Muy distinta es la concepción de la esperanza en el pensamiento judeo-cristiano. En la Biblia, la esperanza se representa con un arco policromático que se dibuja en el amplio firmamento del cielo, después del diluvio universal, con la promesa de que nunca más la civilización sería destruida por el agua (Génesis 9:11-17). Es un hombre anciano que confía en la promesa divina de tener un hijo a pesar de su avanzada edad, mirando las noches estrelladas, con la confianza de que su descendencia sería tan numerosa como los astros del universo (Génesis 15:1-6). Es un pueblo que atraviesa el desierto buscando los nuevos horizontes de una tierra que “fluye leche y miel” (éxodo de Israel). Es un enfermo atormentado por terribles dolores que afirma con absoluta convicción que ha de ver a Dios aun después de muerto (Job 14:7-15). La Biblia identifica a la esperanza como un lugar de refugio (Sal 62:5-8), un castillo (Sal 91:2), una puerta que se abre “en el valle de la desgracia” (Os 2:17; el texto reza: “el valle de Akor lo haré puerta de esperanza”, donde “Akor... significa valle de desgracia”, BJ, 1978, 1301), un ancla para el alma (Hb 6:18-19). En esencia, la esperanza bíblica es sinónimo de confianza en Dios (Sal 14:6; 39:7; 71:5; 91:9; Rom 15:13; Col 1:27), creer que él cumplirá sus promesas. Por eso, dice el salmista: “Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza se halla en ti” (Salmos 39:7).
Esa es la gran diferencia con la esperanza griega, que es la espera en el cumplimiento de sueños, ilusiones o deseos que se depositan en el futuro, basada en las “proyecciones que el hombre se forma de su futuro” (Kittel, 1974, 26). En cambio, la esperanza bíblica no espera algo, espera a Alguien, no espera cosas. Espera a una persona que vendrá, el regreso glorioso de Cristo a la tierra por segunda vez. Mientras que la esperanza humana es confiar en las propias expectativas —lo que significa confiar en uno mismo—, la esperanza bíblica confía en Dios y en su hijo Jesucristo, que según el apóstol Pablo, es “entre vosotros, la esperanza de la gloria” (Col 1:27, BJ).
En el Antiguo Testamento
“Porque tú, oh Señor Dios, eres mi esperanza, mi confianza desde mi juventud”.
Salmo 71:5
En un estudio más pormenorizado, la esperanza en el Antiguo Testamento, a diferencia del concepto griego que se elabora a partir del sustantivo, prioriza el verbo (Westermann, 1985, 783). Por lo tanto, se presenta como un “proceso más que un estado de cosas” (Shildenberger, 1963, 176). Tanto en griego como en hebreo, el sustantivo enfatiza el objeto de la expectativa, “mientras que el verbo más frecuentemente acentúa la actitud humana de esperar” (Minear, 1962, 640). Asimismo, la esperanza bíblica siempre indica la expectativa de un bien futuro, especialmente la salvación (Hoffmann, 1966), a diferencia del uso griego que puede “significar la expectación de un bien o de un mal”, según De Ausejo (Haag et al., 1981, 602).
En forma más específica, el término ἐλπίς (elpís), empleado en la versión griega de la Septuaginta o versión de los Setenta (LXX), translitera 17 vocablos hebreos, en tanto, el verbo ἐλπίξειv (élpizein = esperar) traduce 15 palabras diferentes del Antiguo Testamento (Hatch y Redpath, 1998, vol. I, 453-454). Por lo tanto, la idea de esperanza veterotestamentaria cubre un amplio espectro de significados (Hubbard, 1983). En una investigación que recoge las diferentes traducciones de elpís de la Septuaginta (Pereyra, 1995), se encontró que el universo lingüístico que comprende la esperanza en el Antiguo Testamento contiene 75 referencias que son traducidas por 15 términos diferentes. Estos últimos se citan en la totalidad del canon bíblico hebreo en 1274 ocasiones, que en la versión inglesa reproducen 84 expresiones, muchas de ellas repetidas. En la evaluación cuantitativa porcentual de las acepciones, encontramos que los significados de mayor peso estadístico son las siguientes:
1. Seguro o seguridad (25 %)
2. Confianza o confidencia (24 %)
3. Esperanza (22 %)
4. Resguardo o refugio (9 %)
5. Expectación (8 %).
Completan el cuadro otras 57 acepciones de significados muy diversos.
Con relación a la actitud del hombre del Antiguo Testamento hacia el futuro, Wolf (1983, 202-203) asegura que esta es descripta por medio de cuatro raíces básicas, a saber:
1. kwh, “aguardar tenso”, por ejemplo, Isaías 5:2,4,7.
2. chkh, “expectativa paciente”; ver 2 Reyes 9:3, Isaías 64:3 y el caso de los “bienaventurados” que tienen la capacidad de “esperar” pacientemente hasta el cumplimiento del tiempo profético anunciado, según Daniel 12:12.
3. jchl, “aguardar perseverante con confianza”; hay 48 referencias de esta acepción, por ejemplo, el caso de Noé que esperó pacientemente que las aguas del diluvio bajaran, Génesis 8:10,12. En Proverbios 10:28 se contrasta la raíz jchl con kwh, al decir: “La esperanza —tochêlet— de los justos es alegría; mas la esperanza —tikwah— de los impíos perecerá”. La primera mención es confianza perseverante, en tanto, la segunda —de kwh—, expectación ansiosa o angustiada.
4. sbr, “esperar escrutador”; por ejemplo, los ojos escrutadores que esperan el alimento de Dios, según declara Salmos 145:15.
Es de hacer notar que la mayor parte de los textos del Antiguo Testamento se refieren a la esperanza religiosa. Aproximadamente dos tercios de los textos referidos a “esperar” tienen un sentido teológico (Westermann, 1978, 1002). Los autores bíblicos enfatizan la idea de la esperanza orientada y fundamentada en Dios (v. gr., Sal 39:7; 38:15; 130:5-7 y Lam 3:24), por ser el único digno de confianza, que otorga seguridad (Sal 71:5), protección y amparo (Sal 119:114). Frecuentemente, la palabra confianza (bth) y refugio (chsh) aparecen en paralelo con los términos de esperanza. Los derivados de la raíz bth aparecen en paralelo sinonímico con aguardar (jchl) en Salmos 33:20,21 y con esperar (kwh) en Salmos 40:2,4s y 52:8,9. En Salmos 25:20,21, el paralelismo se realiza entre chsh (procurar refugio) y kwh. Según Zimmerli (Wolff, 1983), la Septuaginta traduce 47 veces bth con elpízein y 20 veces chsh con la misma palabra elpízein. Los traductores de la Septuaginta “usan bth en sentido negativo predominantemente con pepoithénai, ‘confiar en, creer en, poner confianza en’, pero cuando un texto usa bth para traducir la idea de descansar en Dios, ellos ordinariamente emplean elpízein, ‘esperar’” (Jepsen, 1990, 89). Por ejemplo, en Salmos 115:8 se emplea pepoithótes, pero en los versículos 9-11, elpízein.
Dios es reconocido como la “esperanza de Israel” (Jr 24:8) y la razón principal de la espera humana. Minear (1962, 641), distingue cuatro actitudes del hombre en respuesta a ese Dios que personifica la esperanza humana, actitudes que constituyen la esperanza como respuesta. Ellas son las siguientes:
a.una confianza en Dios, a través de la cual uno transfiere