Psicología de la esperanza. Mario Pereyra. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Mario Pereyra
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789877650341
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idealizaciones. Ella emerge de sí mismo cuando las lecciones de vida no son impedidas sino enfrentadas, cuando se libera de las cadenas de la desilusión. Un adecuado sentido de la esperanza proporciona la habilidad para aceptar la pérdida y la vulnerabilidad en el enfrentamiento de la incertidumbre.

      Por nuestra parte, sostenemos que existe un solo tipo de esperanza. La llamada “falsa esperanza” es una de las tantas manifestaciones de la desesperanza. Muchos confunden la verdadera esperanza con actitudes y conductas que son expresiones de desesperanza. Así, la ilusión, los anhelos o los sueños futuros irrealizables o dudosos, la negación de la realidad, el optimismo exagerado o las fantasías futuras de omnipotencia y éxitos desmedidos son formas de desesperanza más que de esperanza. Eso es debido a que existe una gran confusión acerca de lo que es verdaderamente la esperanza, de cuáles son sus contenidos o reales dimensiones. A su vez, la confusión sobre lo que realmente es la esperanza y la desesperanza tiene orígenes muy antiguos; proviene de los mismos comienzos de la cultura occidental.

      Los fundamentos de nuestra cultura provienen de dos fuentes históricas básicas: el pensamiento greco-latino —derivado de la filosofía y la literatura griega— y la tradición judeo-cristiana, que proviene de las enseñanzas bíblicas. Procuraremos demostrar que la ambivalencia semántica y la confusión responden a la concepción negativa proveniente del pensamiento griego, en tanto el movimiento que rescata sus valores positivos emerge de la cosmovisión bíblica. Por tales motivos, se hace indispensable investigar los fundamentos teóricos históricos de esas tendencias semánticas, a fin de definir con precisión las dimensiones de la esperanza/desesperanza.

      “La esperanza era para los griegos un mal salido de la caja de Pandora y sembrado en el espíritu humano para confundirlo y abatir su orgullo”.

      J. Moltmann (1971, 182)

      En sus orígenes más remotos, la idea de esperanza surge del pensamiento mitológico procedente de la antigua Grecia. Según Hesíodo (1964), Prometeo robó el fuego a los dioses para favorecer a los hombres que habitaban las noches oscuras y frías de la tierra. Cuando Zeus, padre del universo, advirtió lo acaecido, juró venganza. Entonces formó a Pandora, la más hermosa mujer jamás creada, y la envió a Epimeteo, hermano de Prometeo, junto con una caja que traía el presente del cielo. Epimeteo no dudó en casarse con ella. Pero la mujer era tan hermosa como necia y curiosa. A pesar de la prohibición que pesaba sobre la caja, la abrió. De ella salieron todos los males que desde entonces han venido afligiendo a la humanidad: enfermedad, locura, dolores, vicios. Cuando las calamidades empezaron a salir de la maléfica caja, “sólo la Esperanza se quedó en el interior de la infranqueable prisión, sin rebasar los bordes de la jarra, porque Pandora había puesto nuevamente la tapa, siguiendo la voluntad de Zeus” (ídem, 45-47).

      En esta concepción, la esperanza es la última de las desgracias —que vino a sumarse a las desgracias que el hombre ya poseía— o la peor de las calamidades, pues en forma engañosa encubriría el duro presente con una vestidura de fantasías de incierto cumplimiento. La iconografía greco-romana representaba la esperanza con la figura de una joven ninfa, que los griegos reverenciaban bajo el nombre de Elpís y los romanos llamaban Spes. Era de rostro sereno y sonriente, alado, coronado de flores y cargada de frutos. El color verde era su emblema, ya que anunciaba la cosecha. Una “deidad alegórica, hermana del Sueño y de la Muerte” (Ruiz, 1963, tomo 1, 505), que exhibía las flores promisorias de un mañana fructífero que vuela más allá de todo presente. De ahí su parentesco con el sueño o con el ensueño, como afirma Ernst Bloch (1980), y su fraternidad con la muerte, la luctuosa realidad que palpita en sus negras entrañas revestidas de rosas.

      En esencia, el mito hace de la esperanza el último de los males, un mal esquivo, oculto, que tiene apariencia benéfica, pero en su corazón tiene un carácter maléfico. ¿Por qué se la concibe así? Porque engaña con sus ilusiones, colocando un imaginario manto de ficción sobre los padecimientos, alargando los dolores e incapacitando para enfrentarlos.

      “No sólo el mito, sino también los historiadores griegos clásicos, como Heródoto y Tucídides, participan de una visión fundamentalmente pesimista ante el futuro”, afirma el profesor Juan Noemi (2005, 23). Igualmente ocurre con las ideas filosóficas que tenían los griegos de la antigüedad. ¿Qué entendían los filósofos al respecto?

      Para Ferrater Mora (1965, T.1, 569) el concepto de esperanza no fue tematizado por la filosofía griega clásica, aunque la noción está presente en relación con las ideas de tiempo, de futuro o destino, en ciertas comprensiones ontológicas y en la cosmovisión general de la existencia. En líneas generales, los filósofos siguen las significaciones míticas y su concomitante actitud desvalorizante. Por ejemplo, para Platón, las esperanzas o “elpídes” son producidas por las anticipaciones de los deseos y las fantasías grandiosas. En el Filebo (Platón, 1966, 1259), expone esas ideas representativas de la noción griega, cuando expresa:

      SÓCRATES: Ahora bien: acabamos de decir que todo hombre está lleno de esperanzas, ¿no?

      PROTARCO: ¿Cómo negarlo?

      SÓCRATES: Y, en cada uno de nosotros, lo que llamamos esperanzas son discursos, ¿no?

      PROTARCO: Sí.

      SÓCRATES: Y las imágenes que las acompañan son pinturas: hay quien a menudo ve caer sobre él una gran profusión de oro y, como consecuencia del oro, una gran multitud de placeres; mucho más aún, él se percibe a sí mismo en esta imagen interior, desbordando de alegría y contento.

      PROTARCO: Naturalmente.

      Como puede apreciarse, Platón equipara la esperanza a la ilusión. Afirma que las “esperanzas” son “discursos”, “opiniones”, “reflexiones” o una “escritura” producida por la percepción de las impresiones sensoriales del medio externo. Estas “esperanzas” se acompañan de “imágenes” que representan “fabulosas cantidades de oro” tan abundantes que hacen rebosar el alma “de alegría y contento”. Se infiere que cuando la impiadosa realidad hiera los sentidos con la pobreza de la desnudez y tantas otras carencias, aparecerá la desilusión, seguida de frustración y decepción. Así lo reconoce el mismo Platón cuando escribe que si las esperanzas son falsas o no se pueden satisfacer se convierten en dolor (Filebo 36b). Por eso, las “elpídes” de los necios son engañadoras (Demócrito, Fragmentos 58 y 292; cf. Platón [1966, 1259]). Solo los dioses pueden no ser engañados por las esperanzas, dice Píndaro (ibíd).

      Por su parte, Aristóteles (1964, 1235) definió la esperanza como el “sueño de un hombre despierto”. Dice el estagirita en la Retórica que la esperanza es propia de los jóvenes, porque son “ingenuos” y “crédulos”. En razón de su edad, “no han sido testigos de muchas maldades” y por lo tanto “aún no han sufrido desengaños en muchas cosas”. Así, pues, son “fáciles de engañar, por lo dicho; porque esperan fácilmente” (ídem, 169). En contraste, los ancianos “maliciosos” y “suspicaces”, son “desesperanzados” (ídem, 170-171). No obstante, reconoce que “el esperar algún bien es algo que inspira resolución” (ídem, 169), confianza y valentía. Aristóteles compara la actitud del cobarde y el valiente, y destaca la virtud de la osadía. “El cobarde y el tímido es, de alguna manera, refractario a la esperanza. ¿Acaso no lo teme todo? El hombre valiente se conduce muy de otra manera, pues la confianza nace en él de una esperanza firme” (ídem, 1206).

      Los filósofos posteriores conservaron los temores y precauciones hacia elpís y aconsejaron no tomarla en cuenta, para sustraerse a sus engaños. Tanto los estoicos como los epicuros propusieron el paradigma ético de la existencia sin zozobras e inquietudes presentes como futuras. El ideal de la “ataraxia”, la “tranquilidad de ánimo” o la “imperturbabilidad”, enunciado tanto por Epicuro como por Epicteto, persigue “no sufrir y no agitarse”, eludir el dolor absteniéndose de lo que pueda producirlo. “Prudencia” es la palabra clave. Hay que vivir sin esperanzas para no sufrir la decepción y el cruel desengaño. Epicuro aconseja a Meneceo:

      A cada