En la mentalidad de Israel, el gran intermediario para conocer el sentido profundo del presente y el futuro aún por acontecer, es el profeta. El texto del Deuteronomio recién citado que prohíbe consultar a agoreros y adivinos de todo tipo continúa con estas palabras: Esas naciones que vas a desalojar escuchan a astrólogos y adivinos, pero a ti Yahvé tu Dios no te permite semejante cosa. Yahvé tu Dios te suscitará de en medio de ti, de entre tus hermanos, un profeta como yo (habla Moisés): a él escucharéis... (Dt 18:14-15). Aunque este texto se usase posteriormente para justificar la esperanza de la venida de un profeta definitivo, semejante a Moisés, originariamente se refería a toda la serie de los profetas como transmisores de la palabra de Dios.
Las palabras de condenación de la adivinación y la magia con sumamente duras. En la “Ley de santidad” encontramos sentencias tan fuertes como estas: El hombre o la mujer que practique el espiritismo o la adivinación será castigado con la muerte: los apedrearán (Lv 20:27; cf. Ex 22:17). La condena tajante y absoluta tiene su razón de ser: la adivinación y la magia, en cualquiera de sus formas, son un rechazo al único y verdadero Dios: No acudáis a nigromantes, ni consultéis a adivinos haciéndoos impuros por su causa; Yo soy Yahvé, vuestro Dios (Lv 19:31; cf. 20:6-8).
Darse a la adivinación es prostituirse: Mi pueblo consulta a su madero (8), y su palo le instruye, porque un espíritu de prostitución le extravía, y se prostituye sacudiéndose de su Dios (Os 4:11-12). El presunto profeta o vidente, que invita a abandonar a Yahvé, por más prodigios mágicos que haga, es falso y deberá morir (Dt 13:2-6).
Una cosa es la profecía y otra la magia-adivinación. La primera es anuncio de salvación proveniente del Salvador y Señor, la segunda es falsedad y engaño (Jer 27:1-9; 29:8; Is 44:25; 47:12-15). Los profetas reciben y comunican; los magos-adivinos, dicen poseer y se guardan para sí mismos el secreto de sus falsos conjuros.
Uno de los reyes más impío del reino de Judá fue Manasés. Nos dice la Escritura que: inundó a Jerusalén de sangre inocente. Entre sus impiedades: arrojó un hijo a la pira de fuego, practicó la adivinación y la magia, consultó a adivinos y nigromantes (II Rey 21:1-18).
El libro de la Sabiduría, el más reciente de los libros de la Antigua Alianza, cuyo autor es un judío helenizado de la segunda mitad del siglo I antes de nuestra era cristiana, ridiculiza las artes mágicas. Recordando a los magos de Egipto, ironiza sobre los magos de su época (Sab 17:7-8).
Pero no solamente el Antiguo Testamento condena el ocultismo y sus prácticas sino también el Nuevo Testamento. La conversión a Jesucristo implica la fe en su Persona y Reinado junto con el rechazo a todo comportamiento mágico. La fe cristiana y la magia son absolutamente opuestas.
Pablo, escribiendo a los cristianos de Galacia, considera la hechicería como una obra de la carne (Gál 5:20), es decir: su “hombre viejo”, frágil y proclive al mal.
Resulta aleccionadora la experiencia de Pablo en la isla de Chipre durante su primer viaje misionero. Se encontró con un mago, falso profeta judío, llamado Barjesús o Elimas, este se oponía a la conversión de procónsul Sergio Paulo. Entonces Saulo, es decir, Pablo, lleno del Espíritu Santo, mirándole fijamente, le dijo: Tú, repleto de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia, ¿no dejarás ya de torcer los rectos caminos del Señor? Pues ahora, mira, la mano del Señor sobre ti. Te quedarás ciego y no verás el sol hasta un tiempo determinado. Al instante cayeron sobre él oscuridad y tinieblas y daba vueltas buscando quien le llevase de la mano. Entonces, al ver lo ocurrido, el Procónsul creyó, impresionado por la doctrina del Señor (Hech 13:4-12). Admirable victoria del Reino de Dios sobre el Príncipe de las tinieblas.
Poco más tarde, durante su misión en Éfeso, Pablo fue tajante, los ocultistas y magos, al convertirse al cristianismo debían renunciar definitivamente a todas sus prácticas: ... muchos de los que habían practicado la magia trajeron sus libros y los quemaron delante de todos... (Hch 19:19).
El libro del Apocalipsis nos dice que los adoradores del demonio y los hechiceros no se convierten ni siquiera con grandes castigos (Apo 9:20-21), serán, por lo mismo, aniquilados junto con la destrucción de la gran Babilonia (Apo 18:23) y los que sobrevivan arderán en el lago de fuego y azufre (Apo 21:8). Todos ellos, junto con los que amen y practiquen la mentira no tendrán ninguna parte en la Jerusalén futura (Apo 22:15).
La tradición cristiana primitiva continúa en la línea de estas enseñanzas. Para el autor anónimo de la Didajé –documento con ordenanzas eclesiásticas del primer siglo– la idolatría, la magia y los maleficios conducen a la muerte del alma. Poco más tarde, aún más tajante, Hipólito de Roma, en su reglamento eclesiástico conocido como la Tradición apostólica, excluye a los mayos, astrólogos y adivinos de la gracia del bautismo...
Las intervenciones del Magisterio de la Iglesia, del Derecho Canónico y de los Padres y teólogos han sido constante y unánime respecto a la condenación de las prácticas ocultistas.
Santo Tomás de Aquino, siguiendo y completando a San Agustín, dice lo siguiente sobre las prácticas supersticiosas y todo lo que se ordena a conocer (adivinar) el futuro:
Los ángeles malos están sometidos al dominio divino, y por eso Dios puede utilizarlos según su beneplácito. Mas el hombre no ha recibido autoridad para gobernarlos ni para servirse de ellos a su voluntad. Por el contrario, una guerra continua debe de reinar entre él y Satanás. De ahí que jamás le sea lícito al hombre pedir ayuda a los demonios, estableciendo con ellos pactos tácitos o explícitos. (9)
Estos signos (supersticiosos) son más bien fruto de la vanidad humana, socorrida por la malicia de los demonios, que se esfuerzan en embrollar la mente de los hombres con futilidades. Es, pues, manifiesto que tales prácticas son ilícitas y supersticiosas. (10)
Tratar de inquirir el futuro por medio de los demonios es pecado, no solamente por consultar a quiénes ignoran lo que se les pide, sino porque se establecen relaciones con ellos. (11)
La actualidad de esta tradición unánime queda bien reflejada en el Catecismo de la Iglesia Católica. En dos densos párrafos se nos dice:
Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone “desvelan” el porvenir. La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a “médiums” encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios (2116).
Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo –aunque sea para procurar la salud–, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aun cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legitima ni la invocación de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo (2117).
Un creyente en el verdadero Dios de Jesucristo no puede apoyarse en credulidades, tampoco puede aceptar que su vida dependa de fuerzas ocultas y manipulables o que su porvenir esté previamente escrito en los movimientos de los astros presagiando así el futuro. Y, mucho menos aún, puede consentir con la magia “negra” que invoca el auxilio del Diablo.
Toda adivinación hecha con invocación a Satanás es un pecado grave