Armas ocultas de Satanás. Bernardo Olivera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Bernardo Olivera
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9789874043139
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      Los Israelitas que no tuviesen especial formación religiosa consideraban la adivinación no solo como imprescindible, sino también buena y necesaria. Pero la religión oficial de Israel se mueve, como enseguida veremos, en otro registro.

      La pretensión del adivino es falsa, la adivinación es una mentira supersticiosa, sea porque el adivino se engaña a sí mismo o porque juega con la credulidad ajena. Más grave aún, al intentar imitar las profecías auténticas, la adivinación resulta ser una falsificación impía. Por este motivo, tomando en serio su moralidad, es un pecado grave contra la virtud de la religión. La Biblia ha siempre condenado a los adivinos y embusteros, hasta nos dice que tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda, es decir, eterna (Apo 21:8).

      Sucede algunas veces que la mano del Diablo se descubre empuñando el arma con la que pretende atacar ocultamente. El carisma de discernimiento ayuda en este combate. Esta gracia y acontecimiento queda bien ilustrado en el encuentro de San Pablo con la esclava poseída por un espíritu pitón, o sea, de adivinación. Lo que decía el espíritu era verdad, hacía ganar mucho dinero a sus amos. Pero Pablo le hizo el bien de liberarla, aunque luego tuvo que sufrir las consecuencias de la obra buena y misericordiosa: azotes y cárcel (Hech 16:16-24).

      Ya hemos visto que las mediaciones usadas por los adivinos son muchas. Quizás las más comunes en nuestro medio son: los astros (astrología), los dados (cleromancia), las cartas (cartomancia), las líneas de las manos (quiromancia), los sueños (oniromancia), los difuntos (necromancia)...

      La astrología, que pretende conocer la suerte venidera en los astros, es una forma muy antigua de superstición adivinatoria. Nada que ver, por supuesto, con la astronomía científica, ni con la cierta influencia indirecta que puedan ejercer las estrellas y astros sobre la conducta humana, respetando siempre la libertad.

      El astrólogo afirma un influjo causal de los astros sobre los hombres, con lo cual tenemos un determinismo que anula la libertad; afirma también una armonía y acuerdo entre la marcha de las estrellas, las constelaciones y la vida humana. Digámoslo una vez más: resulta inverosímil que la ley de la libertad que rige la vida humana se ajuste a la ley de la necesidad que rige el curso de las estrellas y constelaciones.

      Dos formas comunes de astrología son las Cartas astrales y el Horóscopo. El recurso serio, formal y habitual a estos medios, como guía en la toma de decisiones importantes, sería una tontería, si no fuera porque también ofende gravemente a Dios. Tanto una como la otra suplantan la divina Providencia, que todo lo gobierna con sabiduría y amor, y la libertad, que le da a la creatura humana su especial dignidad.

      Es un hecho de fácil constatación la proliferación por doquier de adivinos y videntes, con sus “bolas de cristal”, “cartas orientales” y otros medios, que leen el futuro y anuncian el porvenir. La tecnología moderna facilita la búsqueda de estas personas, no hay más que “guglear”.

      Por supuesto que muchas veces se consultan adivinos o se procura adivinar el futuro como simple pasatiempo, sin tomar el asunto en serio y sin escándalo alguno... En este caso la gravedad del pecado, si lo hay, queda notablemente disminuida. Podemos opinar, con algunos moralistas, que las supersticiones son el lamentable tributo a la debilidad y necedad humana. Lo que no impide que el necio que juega con el fuego pueda terminar quemándose.

      La adivinación pretende hacer algo divino, intenta suplantar al Dios Omnisciente, usurpa algo que no pertenece a la criatura sino al Creador. El “adivino” se autoproclama “lleno de Dios”, lo cual es falso. La pretensión de conocer el futuro en forma indebida es ofensa grave a Dios. Peor aún si se adivina invocando el auxilio o ayuda del Diablo.

      No estoy hablando ahora de ilusionismo, juegos de manos o prestidigitación, medios honestos que recrean una fiesta infantil y que hacen pasar un buen rato a los adultos.

      Tampoco pongo el acento en la así llamada “magia blanca”. Quién la practica pretende influir sobre “fuerzas” de la naturaleza, en beneficio de la vida humana, por medios inadecuados (gestos, conjuros, rituales...). Lo más ridículo de la magia blanca es su irracionalidad, la cual muestra que la fe de estos magos, si se confiesan cristianos, no ha transformado la vida. Pero cuando estas fuerzas son usadas para oponerse a la Voluntad de Dios o contradicen su Providencia divina... la magia blanca se convierte en enemiga de Dios y su Reinado. En esta enemistad está también presente el Diablo. Un cristiano no puede sino condenarlas.

      Hoy día, por el contrario a otras épocas, la creencia en la magia y el miedo a los maleficios son manipulados por ciertos movimientos y organizaciones, aún religiosas. El proselitismo desleal y falso aprovecha la “mentalidad mágica y supersticiosa” de muchos. Los clientes no piden ni se les ofrecen explicaciones de sus males, se les diagnostica que son víctimas de un maleficio y que la “limpia” para deshacerlo costaría...

      El crecimiento del fenómeno de la magia en sus variadas formas, en el seno de una cultura racionalista y científica, parece obedecer a varias causas: los reclamos para encontrar alivio al sufrimiento y a la muerte, la búsqueda de seguridad ante el miedo, la incertidumbre ante el futuro, la búsqueda de “lo extraordinario” y milagroso...

      Los magos, adivinos, “profetas” e iluminados hacen propaganda en los diarios, revistas, radio y televisión. Compiten entre sí para ofrecer los mejores precios y una más vasta prestación de servicios. Estamos ante una “industria mágica” de proporciones alarmantes que embaucan a los crédulos y confunden a los creyentes.

      Urge hacer una distinción básica entre la religión y la magia. Se trata de dos fenómenos distintos y objetivamente diferentes; la manera de relacionarse con la “trascendencia” nos lo muestra:

       La religión se relaciona directamente con Dios y su obra, no hay experiencia religiosa sin esta relación y referencia.

       La magia recurre a la divinidad en forma funcional y subordinada, la precedencia la tienen las fuerzas ocultas e impersonales, que actúan mecánicamente y son dominadas por el mago mediante prácticas rituales. La referencia al Dios personal de la revelación y de la fe, queda totalmente de lado, ignorada y... en algún caso, rechazada.

      En conclusión, la magia no tiene nada que ver objetivamente con la religión. Y si tiene algo que ver, en definitiva, es para negarla y combatirla. La causa última de la magia, en cualquiera de sus formas, pareciera ser el deseo humano de querer ser como Dios. Re-edición de la tentación original.

      Dicho lo anterior, hay ahora que admitir que la magia cabalga muchas veces sobre la religión. Subjetivamente hablando, en el contexto de la celebración litúrgica, la celebración de los sacramentos de la Iglesia, separados de la fe y disociados de la vida cristiana, dan lugar a pensar que se ha introducido un “afecto mágico” que espera un efecto maravilloso e impropio del sacramento. Con la razón sabemos que estamos celebrando un sacramento de la fe, pero con el corazón deseamos y esperamos otra cosa. Lo que se cree, lo que se celebra y lo que se vive han de ser coherentes entre sí, caso contrario, se cuela el sentimiento mágico.