La triple etimología clásica del término religión nos ayudará a comprender aún más hondamente su relación con la vida humana. Recordemos que la etimología de una palabra nos presenta la raíz de dónde procede el significado (aunque no siempre etimología y significado se identifican):
~ Re-ligare (atar): somos y estamos unidos a Dios.
~ Re-eligere (re-elegir): somos continua elección de Dios.
~ Re-legere (re-leer): nuestra inteligencia nos permite entender la realidad desde Dios.
La religión, en cuanto virtud, se expresa por medio de actos interiores y exteriores. El primer acto interior de esta virtud es la devoción. El devoto se ofrece a Dios a fin de complacerLe cumpliendo su Voluntad. De aquí nace la oración, como actividad básica del devoto. La oración, a su vez, vivifica todo otro acto exterior de culto, público y privado, litúrgico o no. El culto cristiano, verdadero y auténtico, siempre es fecundo en obras de misericordia en favor del prójimo.
Superstición
Teniendo presente lo recién dicho, podemos ahora afirmar que la superstición es el uso indebido de la religión. ¿Por qué indebido? Por cuatro motivos principales: lo que se hace no se ordena de suyo a la gloria de Dios; además, no ayuda para elevar la mente hacia Él ni sirve para moderar y encauzar los deseos desordenados; no es causa de ningún tipo de amor y servicio al prójimo, creado a imagen de Dios; por último, se opone a lo instituido por Dios y por la Iglesia, y hasta puede oponerse a las sanas costumbres reconocidas por todos.
Quien rinde culto a la materialidad de una imagen determinada, sin referirse a la realidad que la imagen representa, rinde un culto supersticioso y hasta idolátrico. La idolatría es una forma de superstición. ¡El culto a la imagen ha de dirigirse al original!
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice a este respecto:
La superstición es la desviación del sentimiento religioso y de las prácticas que impone. Puede afectar también al culto que damos al verdadero Dios, por ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de algún modo, mágica a ciertas prácticas, por otra parte, legítimas o necesarias. Atribuir su eficacia a la sola materialidad de las oraciones o de los signos sacramentales, prescindiendo de las disposiciones interiores que exigen, es caer en la superstición (2111).
Es decir, la superstición atribuye a criaturas poderes que no poseen. Esta atribución presupone la existencia de un poder paralelo o contrario a Dios y la confianza en esta fuerza oculta. Por último, lleva a la invocación tácita o expresa de dicho poderes.
La superstición doctrinal admite el poder extraordinario de algunos seres creados; la superstición práctica, por el contrario, solo la afirma mediante los mismos actos supersticiosos.
En nuestros días y en nuestro contexto socio-religioso y cultural, la superstición designa todo un conjunto vasto y complejo de prácticas, gestos, comportamientos religiosos y profanos que desafían a la razón y al sentido común. Por eso podemos hablar en plural y referirnos a “supersticiones”.
Algunas veces las supersticiones nacen espontáneamente del pueblo, otras veces se originan y comunican desde grupos esotéricos y, también hay que decirlo, no faltan supersticiones que son propagadas por vividores y embusteros que lucran con ellas.
Cuando las supersticiones se refieren a fuerzas ocultas y misteriosas de la naturaleza, que superan las leyes naturales conocidas, estamos en el ámbito natural. Otras veces se relacionan con el mundo de los demonios y de los muertos, hemos pasado a un orden preternatural. Finalmente, pueden referirse al orden sobrenatural, pero en una forma indebida, esperando efectos extraordinarios de la gracia de Dios. Ejemplos de todo esto se encuentran en ciertas formas de adivinación, magia, descabelladas observancias y rituales irracionales...
Todos hemos recibido alguna vez una invitación para participar en “cadenas de oración” cuya repetición inin-terrumpida garantiza su efecto. O, peor aún, el contenido de dichas oraciones de petición rosan el ridículo o el sentido común. En algunos casos extremos, vienen acompañadas con devociones de mal gusto, tales como: a la cabellera de la Virgen María o a la espada de San Pablo. Y qué decir, cuando prometen una infalibilidad total en relación con la salud y la felicidad, pero condicionada al absoluto secreto respecto a los demás. ¡Puras supersticiones!
Cuando el creyente católico suplanta a Dios por sus santos, ha caído en el ritualismo, venera en exceso objetos sagrados y acompaña su fe con creencias como estas:
~ pasar por debajo de una escalera trae mala suerte;
~ casamiento seguro para quien le cae en su cabeza el corcho de una botella de sidra recién abierta;
~ cruzarse con un gato negro trae mala suerte;
~ una pata de conejo como llavero trae buena suerte;
~ tirar el salero sobre la mesa presagia una desgracia;
~ abrir el paraguas dentro de la casa causa mala fortuna;
~ una herradura sobre el marco de la puerta aleja el mal;
~ tocar madera intercepta una eventual desgracia;
~ no hay que casarse o embarcarse un martes trece...
Entonces, cuando esto sucede, se comprende que el hermano evangélico protestante diga que el catolicismo es supersticioso.
Las supersticiones falsamente religiosas, se expresan por medio de talismanes, amuletos, fetiches a los que se les atribuye un poder maravilloso, que suplanta la gloria debida a Dios. El trasfondo religioso del ser humano, expresado algunas veces en formas de credulidad enfermiza, da lugar a estos fenómenos.
La superstición tiene dos hijas predilectas, ambas llevan los genes de su madre, se llaman: adivinación y magia. Los magos y adivinos, junto con quienes acuden a ellos, son supersticiosos.
Adivinación
La adivinación y la magia están estrechamente unidas: la primera trata de conocer el futuro; la segunda, modificarlo. El Mago y el Adivino suelen ir asociados o confluir en una misma persona.
Un mago y un adivino no son lo mismo que un carismático y un profeta. Los dos primeros dicen poseer habitualmente poderes superiores al ordinario de los mortales. Los dos últimos son poseídos temporalmente por una fuerza divina para cumplir una misión.
La incertidumbre del futuro y la curiosidad por conocerlo, a fin de controlarlo, da lugar a esa forma peculiar de superstición que llamamos adivinación. La adivinación es la pretensión de predecir acontecimientos futuros por medio de signos, no importa si estos acontecimientos dependen de la libertad humana.
Reparemos que las palabras mismas: adivinación y adivino, hacen referencia al mundo de lo “divino”. Se los llama “adivinos” pues usurpan un derecho divino (el conocimiento del futuro contingente) y fingen estar llenos de Dios y rebosar divinidad.
Las mediaciones y signos utilizados por el adivino son muchos, los ejemplos abundan en Grecia y en Roma. Veamos algunas mediaciones que estaban presentes en el pueblo de Israel.
En relación con la naturaleza: astrología (Is 47:13), aeromancia (II Sam 5:24)...
En relación con los animales (I Sam 6:7-9): hepatocospía (Ez 21-26)...
En relación con objetos: hidromancia (copas) (Gn 44:5), belomancia (flechas: Ez 21-26; II Rey 13:14-19); bastón (Os 4:12), cleromancia (dados: Jos 7:17-18; I Sam 10:19-21; Jos 14:2; 18:1-21,40)...
Además de las mediaciones recién mencionadas, hay otras formas de adivinación, algunos especialistas las llaman “intuitivas”, por ejemplo:
Oniromancia (sueños: Gn 20:3; 28:11-16; 37; 40; 41; Juec 7:9-15; I Rey 3:5; Dn 2:27-28...).
Necromancia (difuntos: Dt 18:9-11; I Sam 28:3-25; II Rey 21:8; Is.8:19; 65:4).
Oráculos o respuestas divinas comunicadas por un intermediario en un lugar