Más allá del dolor. Magdalena Ierino. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Magdalena Ierino
Издательство: Bookwire
Серия: Quién soy, quién eres
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789877620566
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no sea más que en los pensamientos y dejamos entrar la duda en el corazón. Dudamos de la bondad de Dios. Eva dice: Podemos comer los frutos de todos los árboles del jardín. Pero respecto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: No coman de él ni lo toquen, porque de lo contrario quedarán sujetos a la muerte. La serpiente dijo a la mujer: No, no morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal (Gn 3, 2-5). Fíjate que el Diablo, al que Jesús califica de mentiroso desde el Principio, tacha a Dios de mentiroso. Lo sigue haciendo cuando nos sugiere: “¡Qué va a ser bueno Dios! ¡Mira lo que te pasó! ¿No podía Dios impedir que pasara lo que pasó en tu familia? ¿Que enfermaran y murieran tantos niños, que hubiera tantos accidentes?”.

      Aquí se nos está hablando de esa falta de confianza en la bondad de Dios que llevó a la desobediencia y con ella a todos los males. Es el primer pecado, el que está en el origen de todos los que siguieron, por eso se lo llama original. El mandato era y es simplemente obedecer, reconocer que Dios es Dios y nosotros sus hijos. Que Él es el que sabe lo que realmente es bueno y que si prohíbe algo es por nuestro bien. Tampoco era la prohibición de conocer, de saber lo que está bien y lo que está mal. El pecado consistía y consiste en querer decidir, al margen de Dios, lo que está bien y lo que está mal. La autonomía moral. Eso le pertenece a Dios.

      Tú habrás visto muchas veces, en el consultorio de tu esposo, cómo los niños lloraban cuando eran atendidos o vacunados. Cuando son muy pequeños, no se les puede explicar. A veces la mamá trata de calmarlo y le habla, pero no hay caso, lloran de lo lindo. Dios actúa muchas veces como ese médico sabio y lo que sentimos como un dolor es en realidad una medicina. No nos lo puede explicar, no estamos capacitados para entender razones, menos para ver algún bien en el dolor como hizo Job. Algún día los niños se hacen mayores, tienen sus propios hijos y entienden. Algún día nos haremos mayores y entenderemos, o más bien dejaremos de hacer preguntas. Ahora vemos confusamente, como en un espejo luego veremos con toda claridad (1Cor 13, 12), dice san Pablo. Seguramente comprenderemos que todo estuvo bien y diremos. “¡Ahora entiendo! ¡Gracias!”.

      A veces, me causa cierta inquietud que las personas nos llamen, ahora también nos escriben e-mail, pidiendo oraciones por infinidad de cosas. Muchas veces por situaciones graves de salud, una operación, un accidente, una separación. Dicen:

      —¡Recen, recen, a ustedes Dios las escucha!

      —Sí —les digo— a ustedes también.

      Nosotras no solo no tenemos el teléfono rojo de conexión directa con Dios sino que, además, Dios no está a nuestra disposición. Mi oración, muchas veces es para pedir la salud espiritual de esa persona, un poco lo que pedí y sigo pidiendo para ti: fortaleza, fe, esperanza y sobre todo, confianza. Dones espirituales que siempre Dios está dispuesto a dar y que pueden estar ocultos en este mal que sufrimos, en este dolor, en esta muerte. Mirar o intentar mirar con los ojos de Dios que puede sacar bien de todo mal, eso es lo que deberíamos pedir. Es difícil, lo sé. Uno quiere naturalmente lo otro, quiere no sufrir, no llorar, que no se muera nadie. Y eso pedimos. Y cuando no sucede nos enojamos, nos cuesta creer. Es normal, pero no muy lógico.

      Todo esto está en el Libro del Génesis Capítulos 1, 2 y 3 y en Job.

      ¿Te parece que puede haber una gradación en el conocimiento de las realidades espirituales? ¿Que se puede intentar, por este camino que estoy tratando de mostrarte, de conocer algo del actuar de Dios?

      ¿Pensaste que el dolor no es querido por Dios, sino que entró en el mundo a consecuencia del pecado?

      Si se pudiera vivir indefinidamente en la tierra renunciando a ver a Dios, ¿qué elegirías?

      Más tarea.

      Magdalena

      1- Thibon, Gustave, Vous seres comme des dieux, París, Libraire Arthéme Fayard, 1959.

      2- Sáenz,- Alfredo, sj, El fin de los tiempos y seis autores modernos. Dostoievski- Soloviev-Benson-Thibon-Pieper-Castellani, Buenos Aires, Editorial Gladius, 1996.

      ¡Me caso por Iglesia!

      Querida Graciela:

      Voy a dejar las preguntas difíciles y las historias antiguas por una más reciente, como la del niño. Hace unas semanas, me visitó una señora y me contó esta historia, la suya. Una intervención de Dios en su vida y lo que eso significó para ella y su esposo. Ricardo y Lucila llevaban varios años juntos, pero estaban casados solo por Civil. Tenían tres hijos y eran felices. Sus dos hijas mayores concurrían a una escuela pública y tenían amigas en el mismo edificio en el que vivían. Una de las niñas había regresado del colegio con una inquietud:

      —Mis compañeritas van a tomar la Primera Comunión, mami, ¿no puedo tomarla yo también?

      —¿Eh? No sé, hija, es que papi y yo no estamos casados por Iglesia. Ustedes no están bautizadas.

      —¿Por qué, mami?

      —Bueno, es que tu papá y yo nunca nos interesamos por esas cosas.

      —Pero yo quiero.

      —Veremos, hija, veremos.

      Ricardo era médico al igual que su cuñado Gerardo que vivía en el mismo edificio. Lucila comentó con él el pedido de la hija. No tomaron ninguna decisión. Un día ocurrió algo imprevisto. Los dos médicos estaban preparándose para ir a su trabajo en el hospital, cuando unos gritos desesperados les hicieron salir al pasillo.

      —¡Socorro!

      —Es Elisa.

      Era una vecina, madre de una niña de ocho o diez años, amiga de las hijas del matrimonio.

      —Elisa, ¿qué sucede?

      Varios vecinos acudían presurosos. La hija de Elisa, Marcela, se había desvanecido en el baño. Ricardo y Gerardo entraron, la tomaron en brazos y comenzaron la reanimación.

      —Paro cardio-respiratorio —susurró Gerardo.

      —Sí, tú le haces masaje cardíaco; yo, respiración. Lucila, ¡pronto! Llama al hospital que mande la ambulancia.

      Lucila corrió a su departamento y llamó al hospital.

      —Rápido, una ambulancia, una niña inconsciente, ahogada.

      Dio la dirección y esperó para dar la confirmación. La niña estaba como muerta. El calefón se había apagado y el gas la había adormecido y su cuerpo, exánime, se había hundido en la bañera. Cuando su madre acudió extrañada de no escucharla cantar, la encontró sumergida en el agua, inconsciente, ahogada.

      Ricardo y Gerardo se esforzaban por hacerla reaccionar. Lucila bajó a la calle para esperar la ambulancia. Se retorcía las manos pensando en sus propias hijas, las amiguitas de Marcela. Arriba su esposo y su cuñado, después de varios minutos y para poder sostener la reanimación sin disminuir el ritmo necesario, cambiaron posiciones, el tiempo pasaba y la niña no reaccionaba.

      —Si se salva me caso por Iglesia— dijo Lucila en medio de la calle, mirando al cielo.

      Al cambiar los dos médicos su posición, quizá en el mismo instante que Lucila decía eso, Ricardo quedó encargado del masaje cardíaco. Luego de unos minutos, el corazón le dio un brinco. La presión de su mano había hallado respuesta en otro corazón que volvía a latir.

      —¡Respira!, ¡reacciona! —gritó Gerardo a la madre de la niña que lloraba desconsolada sostenida por vecinos y parientes.

      Mientras tanto, la ambulancia había llegado ¡sin oxígeno! Más demora. Los minutos son esenciales en casos así. La cargaron precipitadamente y se fueron. Ricardo abrazó a Lucila:

      —Si sale, quedará con secuelas, fueron muchos minutos sin oxígeno.

      Salió