Jesús, el Cristo, es nuestro punto de partida para nuestro conocimiento de Dios. Y Él nos enseñó que Dios es Amor y nos dejó en la escuela de su Espíritu para que nos llevara a la verdad completa. Dios es Amor, pero, no en la unidad de una sola persona, sino en la Trinidad de una sola substancia, tanto en la eternidad del misterio cuanto en su manifestación en la historia. En efecto, Dios Amor es:
~ Rico en misericordia (Dives in misericordia) y Padre.
~ Redentor del hombre (Redemptor hominis) e Hijo.
~ Señor y Vivificador (Dominum et Vivificantem) o Espíritu Santo.
Tres Personas que son un solo Dios: el Padre es Amor, el Hijo es Amor y el Espíritu es Amor. Dios es todo Amor y solo Amor: amor purísimo, infinito y eterno. Dios no vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente.
En una historia de pecado y salvación, el Padre Dios es el Amor crucificante, el Hijo Dios es el Amor crucificado y el Espíritu Santo es el poder invencible del Amor en Cruz.
En la cruz de Jesús contemplamos un misterio de “entregas” o donaciones amorosas reveladoras de las Personas de la Trinidad Santísima que, desde toda la eternidad, se entregan o donan recíprocamente en el amor de Dios. No en vano los cristianos nos hacemos la Señal de la Cruz en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo:
~ El Padre, que se entrega totalmente al Hijo en la intimidad trinitaria, entrega a Jesús a la muerte para mostrar su amor por nosotros.
~ El Hijo, que en el seno de Dios se entrega filialmente al Padre, se nos entrega para hacernos hijos y hermanos.
~ El Espíritu Santo es fruto y contexto divino de la mutua entrega divina tanto en la eternidad cuanto en la historia.
La Pascua cristiana nos revela a un Dios comprometido, sufriente y encarnado en nuestra historia; por otro lado, la teología afirma la impasibilidad divina: Dios no puede dejar de ser Dios, quedando absorbido en la historia y sujeto a nosotros. Estas dos verdades, aparentemente opuestas, se resuelven en una perspectiva trinitaria. En todas las acciones divinas en relación con la creación y con las criaturas están implicadas las tres Personas, pero de una forma diferenciada:
~ El Hijo es el que, habiéndose encarnado, está totalmente implicado en nuestro dolor humano. Él es el único de quien podemos decir que sufre históricamente en la cruz y comparte nuestro destino y sufrimiento. Su sufrimiento no es involuntario ni proviene de la imperfección o propio pecado.
~ El Espíritu Santo, según la Escritura, está unido al sufrimiento de toda la creación que gime con dolores del parto por la nueva creación.
~ El Padre, por último, sufre por el Hijo y en el Hijo, sin que podamos separar adecuadamente al Padre del sufrimiento de su Hijo, pero sin que podamos tampoco identificarlos totalmente.
La sabiduría y el poder de Dios se muestran en la cruz de Cristo. El sufrimiento de Dios es expresión de plenitud de su ser y, dado que su ser es amor, este lo lleva a asumir nuestra condición. Dios no puede padecer, pero se puede compadecer; no es incompasible sino impasible. El misterio de la Trinidad nos permite afirmar simultáneamente que Dios sufre y que Dios es impasible.
Este misterio, invisible y visible, de donaciones o entregas –que podemos contemplar también en la resurrección de Jesús (iniciativa del Padre, acontecimiento del Hijo y acción del Espíritu)– nos está diciendo que el Dios Amor es: Relación, Comunión, Esponsalidad, Familia, Comunidad, Solidaridad, Amistad... La Trinidad es: un Amante, un Amado y un Amor que son asimismo Uno solo aunque Tres En-Amor-Dados (¡Enamorados!). Teniendo siempre claro que no puede afirmarse tanta semejanza entre el Creador y la criatura, sin que haya que afirmarse mayor desemejanza; en otras palabras: afirmar, negar y trascender. Todo nuestro lenguaje sobre Dios es analógico, es decir: semejante en el contexto de una diferencia aún mayor.
Dios es espíritu, no es varón ni mujer, y para hablar de Él nos valemos de un lenguaje metafórico o simbólico. Y aunque es espíritu, creó a ambos, a la mujer y al varón, a su imagen y semejanza. Estamos acostumbrados a hablar de Dios “en masculino”, también podríamos acostumbrarnos a hablar de Él “en femenino” o en ambas formas a la vez.
Si bien la revelación bíblica nos habla de la Trinidad en términos de paternidad y filiación, esto no impide otras formas de hablar de Ella. Nuestro lenguaje jamás agotará el misterio. Siendo Dios Amor y siendo el amor esponsal entre un varón y una mujer la forma paradigmática del amor humano, no parece inconveniente encontrar en la Trinidad el analogado supremo de la esponsalidad. Esa esponsalidad que es: amor recíproco, donado y acogido, en comunión fecunda. A esto se refieren tantos místicos cristianos cuando hablan del Espíritu Santo como “Abrazo” y “Beso” que une a las dos otras Personas trinitarias. Tanto en la Trinidad cuanto en el amor humano se da la identidad en la diferencia y la diferencia en la identidad y esto es propio del amor esponsal.
Asimismo, Dios es Familia. Tanto la familia cuanto la Trinidad están compuestas por personas, es decir, seres dotados de individualidad y relación: igual naturaleza, diferencias individuales y comunión en el amor sin confusión. Además, tanto una como la Otra son uno en la multiplicidad: la reciprocidad Yo-Tú se abre a un Tercero dando lugar a un Nosotros. Por último, en la comunión de amor familiar, al igual que en el Amor Trinitario, las personas se compenetran recíprocamente: cada uno es con el otro, en el otro y por el otro sin mezcla ni confusión (perijóresis).
Toda la vida cristiana está basada en un hecho fundamental: Dios se nos ha entregado y nos invita a responder a su entrega. La Trinidad nos ha creado y recreado, nos invita así a participar de su misma Vida: en el futuro plenamente y ahora anticipadamente. La Uni-Trinidad mora en nosotros, nos inhabita y posibilita una relación íntima y fecunda con cada una de las Personas divinas, esta relación con Él es fecunda en relaciones con los demás.
La espiritualidad cristiana es una vida en el Espíritu Santo, por Cristo y hacia el Padre. Vida acogida con fe, actuada por la caridad y anticipada con la esperanza. Vida celebrada en la Liturgia, misterio eucarístico y eclesial en el que la salvación y bendición del Padre desciende por Cristo y se comunica en el Espíritu, misterio en el que nuestra acción de gracias y alabanzas asciende al Padre por el Camino que es Cristo en el ámbito vital del Espíritu Santo.
La Trinidad Santísima se nos ofrece como modelo y nos capacita para vivir cristianamente, es decir: en el amor.
~ Ninguna de las Personas divinas existe sin las Otras, cada Una es con las Otras, cada Una es distinta y cada Una coopera para que así sea; esta diferencia es una riqueza en la unidad de la naturaleza divina.
~ Nosotros