Los “lugares” en dónde buscarlo y encontrarlo son muchos porque el Espíritu sopla donde quiere; algunos son lugares que podemos considerar “ordinarios y normales”, a saber: la Iglesia, la Biblia, la Liturgia, la piedad devocional, el corazón del prójimo, los pobres, los santos, María santísima, las obligaciones del propio estado, etc.
El papa Francisco, con su habitual capacidad de síntesis, nos ofrece este testimonio personal:
La fe, para mí, nace del encuentro con Jesús. Un encuentro personal que ha tocado mi corazón y ha dado un rumbo y un sentido nuevo a mi existencia. Y así mismo, un encuentro que ha sido posible gracias a la comunidad de fe en la que he vivido y que a su vez me ha permitido acceder a la inteligencia de la Sagrada Escritura, a la vida nueva que como agua fluyente brota de Jesús a través de los Sacramentos, a la fraternidad con todos y al servicio de los pobres, verdadera imagen del Señor. Sin la Iglesia no habría podido encontrar a Jesús, sabiendo bien que ese inmenso don de la fe reposa en la frágil vasija de arcilla de nuestra humanidad. (15)
Fe y “Ojos de Jesús”
La Escritura nos enseña que la fe abre los ojos del corazón (Ef 1, 18). La fe, en efecto, mira a Jesús, pero no solo lo mira sino que también ve desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos. Usando una analogía, el papa Francisco explica en la Lumen fidei, que, así como en la vida diaria confiamos en la gente que sabe las cosas mejor que nosotros –el arquitecto, el farmacéutico, el abogado– también en la fe necesitamos a alguien que sea fiable y experto en las cosas de Dios, y Jesús es aquel que nos explica a Dios. Por esta razón, creemos a Jesús cuando aceptamos su Palabra, y creemos en Jesús cuando lo acogemos en nuestras vidas y nos confiamos a Él.
Mediante la oración del Padrenuestro el cristiano aprende a compartir la misma experiencia espiritual de Cristo y comienza a ver con los ojos de Cristo (46).
En la oración final de la Encíclica, Francisco-Benito piden la intercesión de la Virgen María, diciéndole: enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino.
Todo parece indicar que la fuente última de esta enseñanza se encuentra en una carta de san Agustín, en la que dice: la fe tiene sus propios ojos. (16) Dos jesuitas del siglo XX hablaron de los “ojos de la fe” (el padre Rousselot) y del “ojo de amor religioso” (Bernard Lonergan). Y alguien, unos treinta años antes del texto papal, escribió:
La contemplación es una manera de ver. Una forma particular de conocer. Con el regalo de la fe, Dios nos da nuevos ojos: ¡sus propios ojos! Con el don del amor nos da un corazón nuevo: ¡el suyo! Si aceptamos su regalo y lo sabemos aprovechar, podremos ver con sus ojos y vivir con su corazón. Ahora bien, la fe sin amor está muerta: el amor vivifica la fe. De igual manera, los ojos sin corazón están muertos, no pueden ver: el corazón da vida a los ojos permitiéndoles ver. ¿Qué es la contemplación? Ver con los ojos del corazón: ¡con los ojos del corazón de Dios! La contemplación es un regalo que debemos conquistar. Con la fe y el amor ya hemos recibido su anticipo. Si ellas crecen, se convertirán en fe enamorada que reconoce a Dios en todas partes y nos une a Él [...] La contemplación cristiana es visión con los ojos del corazón de Jesús resucitado. Y Jesús quiere que a Él y todo lo suyo lo recibamos en el Espíritu Santo y en María la Llena de gracia. Por este motivo queremos ser contemplativos en María. Queremos contemplar a Dios con la fe y el amor de María, con los ojos de su corazón. (17)
Ahora bien, como ya hemos anticipado, en la Encíclica Lumen fidei encontramos algunos textos importantes sobre el tema que nos ocupa:
La plenitud a la que Jesús lleva a la fe tiene otro aspecto decisivo. Para la fe, Cristo no es solo aquel en quien creemos, la manifestación máxima del amor de Dios, sino también aquel con quien nos unimos para poder creer. La fe no solo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver (18).
En la fe, el “yo” del creyente se ensancha para ser habitado por Otro, para vivir en Otro, y así su vida se hace más grande en el Amor. En esto consiste la acción propia del Espíritu Santo. El cristiano puede tener los ojos de Jesús, sus sentimientos, su condición filial, porque se le hace partícipe de su Amor, que es el Espíritu. Y en este Amor se recibe, en cierto modo, la visión propia de Jesús (21).
La fe se hace entonces operante en el cristiano a partir del don recibido, del Amor que atrae hacia Cristo (Cf. Gl 5, 6), y le hace partícipe del camino de la iglesia, peregrina en la historia hasta su cumplimiento. Quien ha sido transformado de este modo adquiere una nueva forma de ver, la fe se convierte en luz para sus ojos (22).
La fe no solo mira a Jesús, sino que también ve desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos. La participación en el modo de ver de Jesús es un aspecto decisivo de nuestra fe en Él, y una plenitud a la que Jesús lleva nuestra fe. La palabra “participación” merece una explicación.
En la filosofía escolástica, la participación es un aspecto clave de la analogía del ser: lo análogo es lo que es en parte similar y en parte diferente. Solo Dios es el ser por esencia; las criaturas tenemos el ser por participación, Las criaturas en cuanto son, son semejantes a Dios, que es el primer principio universal de todo ser, pero Dios no es semejante a ellas: esta relación es analógica.
El concepto teológico y técnico de participación implica:
Toda perfección que hay en el ser que participa procede del ser que es fuente de aquello que se participa;
La perfección del ser participado junto con el ser que es fuente no es superior a la de este último considerado en sí mismo. (18)
Cuando decimos que la fe es ver desde el punto de vista de Jesús, con los ojos de Jesús, es decir (analógicamente) que Jesús tiene fe (además de visión) y nos hace parte de ella a fin de poder creer (sin ver).
Carnet de identidad
Si le pidiéramos a la fe cristiana que nos mostrara su documento de identidad, lo cual sin lugar a dudas podría resultar de utilidad para identificarla, nos presentaría algo bastante similar a lo que sigue:
Dimensión objetiva (fides quae)
≈ El Espíritu Santo mora, santifica-agracia e infunde virtudes y dones.
≈ Dios como objeto “material” o Misterio (Credere Deum; creer a Dios; en qué creemos): el acto de fe como conocimiento de la verdad revelada o del contenido objetivo de la fe. Básicamente:
Núcleo: Trinidad y Redención (kerigma: 1 Cor 15, 3-6)
Credos (Símbolo Apostólico, Niceno Constanti-nopolitano, Atanasiano, Credo del Pueblo de Dios de Pablo VI, etc.)
Formulaciones dogmáticas (Infalibilidad, Inma-culada, Asunción, etc.)
≈ Dios como Testigo o Razón suprema (Credere Deo; creer por Dios; por qué creemos): objeto “formal” del acto de fe, la autoridad divina como fundamento y motivo del acto de fe, lo cual implica adhesión y obediencia.
≈ Dios como fin o Verdad suma y Bien atractivo (Credere in Deum; creer en-hacia Dios): el acto de fe en cuanto entrega confiada, la cual se consuma en la plena comunión con Dios en el cielo.
Dimensión subjetiva (fides qua)
≈ Encuentro personal: la persona humana, acogiendo el don de la fe, se adhiere y asiente a la Persona y Palabra divina.
≈ Proceso: la fe es una puerta que nos permite entrar en un camino por el cual vamos peregrinando y creciendo.
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