El secularismo y la espiritualidad popular consideran al mundo en forma divergente: todo se explica por sí mismo o todo depende de la Providencia divina; pura inmanencia o trascendencia operante.
Hasta el momento presente, el secularismo no ha arrasado con la espiritualidad popular, pero la ha erosionado con la ayuda de los medios de comunicación social. No es exagerado decir que estamos en situación de riesgo. Pero, si la religión es el corazón de la cultura, y si esta cultura está sellada en Latinoamérica por el cristianismo de tradición católica, creemos entonces que difícilmente la ideología secularista podrá acabar con la espiritualidad popular sin antes arrasar con nuestra cultura. Una cultura popular evangelizada tiene más recursos frente a los embates del secularismo que una mera suma de creyentes; posee, además, valores que pueden provocar el desarrollo de una sociedad más justa y creyente. (5)
Y, si la catequesis está al servicio de: personalizar la fe mediante el encuentro con Jesucristo; promover la dimensión contemplativa; alimentar la gratitud y favorecer un encuentro poético y sapiencial con la creación; podemos pensar que, quizás, en el futuro, la espiritualidad popular podría redimir a la ideología secularista y a su cortejo.
Por la ley de la polaridad, el racionalismo secularista científico-técnico dio lugar a un irracionalismo fundamentalista mágico-supersticioso. Solamente la vida teologal es capaz de renovar la fe frente a la in-creencia, la religión ante la i-rreligiosidad y la razón frente a la i-rracionalidad.
Por otro lado, el avance de las sectas y algunas formas de religiosidad sin compromiso carcomen la espiritualidad de nuestro pueblo. Se puede constatar fácilmente que ha disminuido el número de católicos y, entre los que lo siguen siendo, disminuyen los bautismos y matrimonios. Por eso, la evangelización sigue siendo un imperativo a fin de que todos tengamos más vida en Cristo.
Sea como sea, es claro que el cristianismo latinoamericano, mayoritariamente católico y minoritariamente evangelista, está pasando hoy día por un cambio profundo. La urbanización, la democratización y el racionalismo secularista son las principales causas de esta transformación.
Se dice que entre el 70 y el 80 % de los latinoamericanos viven en ciudades: esto implica un cambio enorme en relación con un pasado no tan lejano. En las causas de este fenómeno se encuentran las migraciones del mundo rural, de otras regiones y de otros países que convierten a las grandes ciudades en laboratorios de cultura tan plural cuanto compleja. Allí conviven pobres y ricos, profesionales y artesanos y, lo que es peor, mucha gente sin trabajo estable o justamente remunerado. Obviamente esto influye en la espiritualidad popular y reclama seguimiento y cuidado pastoral a fin de que la “ciudad terrena” se convierta en la “Ciudad Santa” que desciende del cielo. Nuestra fe cristiana nos enseña que Dios vive en la ciudad (6), lo que no significa que esté ausente en los campos y desiertos.
Mientras esto tiene lugar, el pueblo se auto-evangeliza siendo fiel y expresando su fe de manera tal que la comunica a nuevas generaciones. Y, con frecuencia, en muchos fieles la espiritualidad popular se convierte en mística popular o entrada experiencial en el Misterio de Dios en Cristo. Porque Dios vive también en la ciudad, pues vive en el corazón de cada bautizado.
5. Francisco, Evangelii gaudium 68.
6. Documento de Aparecida 509-514.
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ESPIRITUALIDAD
La palabra “espiritualidad” tiene una historia más bien compleja, esto explica que el término denote una gran variedad de vivencias humanas y que las definiciones más conocidas no coincidan entre sí.
El término proviene del francés spiritualité, el cual, deriva a su vez del latín spiritualitas-is. Detrás de esta terminología encontramos el verbo latino spirare (soplar, aspirar, respirar) y el sustantivo spiritus, el cual traduce al griego pneuma y al hebreo ruah. En sentido amplio y general, la espiritualidad designa la relación interior del hombre con Dios, relación posibilitada por el Espíritu.
No faltan hoy día cristianos secularizados que intentan quitarle a la fe (teologal) todo lo sobrenatural y teológico, reemplazando estas dimensiones con una hermenéutica crítica y científica de la fe bíblica. Se llega así a concebir la espiritualidad como una experiencia subjetiva, en la que la fe verdadera es una construcción humana y la experiencia, una realidad psicológica, natural y útil. ¡Nos encontramos muy lejos de nuestra concepción de la espiritualidad cristiana!
La espiritualidad cristiana consiste en vivir en el Espíritu de Cristo o, desde otra perspectiva, vivir de fe obrando por el amor. Y esto significa vivir como hijos y hermanos, como hijos del Padre y hermanos unos de otros. Para esto es necesario creer y obrar en consecuencia. En otras palabras:
La espiritualidad cristiana es
una vida filial y fraterna en el Espíritu,
por Cristo y hacia el Padre.
Vida acogida con fe,
obrada en el amor
y anticipada por la esperanza.
Por su misma naturaleza, esta vida, casi sobra decirlo, es eclesial; no hay duda sobre esto. La Iglesia es una comunidad de fe, esperanza y caridad, reunida en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. (7) La Palabra de Dios y los Sacramentos, especialmente el Bautismo y la Eucaristía o Cena del Señor, son los medios que alimentan y hacen posible esta vida.
La divina Revelación nos enseña también que la Virgen María es Madre del Verbo encarnado, Jesucristo; y por eso mismo es también Madre de su místico cuerpo, que somos nosotros, su Iglesia. Ella, la Mujer Nueva, llena del Espíritu que la hace fecunda, es Madre nuestra en el orden de la gracia, Madre de nuestra vida en Dios. Claro está que María, en cuanto redimida, aunque en forma inmaculada, es también miembro de la Iglesia. En ella, la Iglesia encuentra toda su perfección evangélica; ella es modelo pleno y acabado de vida en el Espíritu de Cristo. Por esto, ella es creyente, seguidora y discípula de su Hijo, Jesús.
Todo esto es común, aunque con variados matices, a las diferentes Iglesias cristianas, tanto reformadas como evangélicas, ortodoxas y católica. Además, en el seno de una misma Iglesia, la espiritualidad se diversifica. Consideremos, por ejemplo, la forma de vivir la fe común, que es diferente para los laicos, para el clero y para los religiosos dentro de nuestra Iglesia católica. Para complicarlo todavía más, estas espiritualidades pueden recibir por otros factores (personas inspiradas, cosmovisión, cultura, situación eclesial y, sobre todo, la Divina Providencia) diferentes énfasis que dan lugar a distintas modalidades de vivir la fe y, en consecuencia, distintos tipos de espiritualidad. Finalmente, las distintas culturas no son ajenas tampoco a las causas de la diversidad de espiritualidades.
Vida teologal
En su sentido más amplio, la gracia divina es todo don de Dios ordenado a la nueva vida conferida en Jesucristo. Considerada en su causa, la gracia es la benevolencia divina fundada en la insondable Vida Trinitaria, que quiere comunicarse y hacernos partícipes de su Misterio. Si se considera la miseria e indigencia del hombre a quien se dirige dicha comunicación, la gracia se puede denominar misericordia.
Desde el punto de vista de sus efectos, la gracia es el don derivado de la benevolencia de Dios; este puede ser:
Externo: constituyendo una realidad objetiva y presente en la historia, a saber: la Sagrada Escritura, la Iglesia y los sacramentos. Se trata de dones que acompañan la Alianza y la Encarnación; mediante ellos somos conducidos al conocimiento y amor de Dios.
Interno: es recibido en el acto de la justificación y puede ser:
Gracia gratis data o carismas.
Gracia actual: siempre transitoria, ilumina la mente y robustece la voluntad.
Gracia gratum