≈ La “adhesión” a Dios implica entrega y confianza (Credere in Deum = creer en-hacia Dios), y, en la medida en que ellas crezcan, se hará más firme la adhesión.
Según “cómo creemos”:
≈ La adhesión a Dios y el conocimiento creyente del Misterio pueden crecer bajo el influjo del Espíritu Santo: por ciencia (luz de la fe), por caridad (adhesión de amor) y por una y otra conjuntamente.
En el mundo de hoy, los principales enemigos culturales-sociales de nuestra fe, son: la ideología secularista (ateísmo práctico y antropocéntrico), las sectas, los movimientos pseudo-espirituales y otras formas para-religiosas. La primera ataca los motivos de nuestra fe y, finalmente, niega a Dios. Los otros embisten contra aquello que creemos, el objeto de nuestra fe, confundiendo, recortando, agregando, tergiversando, suplantando...
El ejercicio de la fe, la esperanza y la caridad constituye el instrumento fundamental de la vida espiritual por el que tocamos a Dios y participamos de su Vida. (11) Y para esta vida tenemos a María: tipo-modelo de la Iglesia en el orden de la fe, la esperanza y la caridad. (12)
Fe y Encuentro
Hace unos cincuenta años, un joven teólogo alemán que llegó a ser Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia Universal con el nombre de Benedicto XVI nos decía en unas conferencias sobre el sentido del Cristianismo:
Todavía no hemos hablado del rasgo más importante de la fe cristiana: su carácter personal. [...] Su enunciado clave no es ‘creo en algo’, sino ‘creo en ti’. Es encuentro con el hombre Jesús, y en ese encuentro se experimenta el sentido del mundo como persona. [...] La fe es, pues, encontrar un tú que me sostiene [...] La fe cristiana vive de esto: de que no existe la inteligencia en estado puro, sino la inteligencia que me conoce y me ama; de que puedo confiarme a Él con la misma seguridad con que un niño ve resueltos todos sus problemas en el tú de la madre. (13)
Esa experiencia personal selló su persona y lo acompañó durante toda su vida. En la Encíclica Lumen fidei, escrita a “cuatro manos”, las suyas y las de su sucesor, afirmó:
La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida (4).
Hay dos palabras que necesitan una aclaración previa y breve: experiencia y encuentro.
La experiencia personal es:
un conocimiento inmediato o directo de un objeto o de otro “tú”, que sobresale en la realidad del entorno e impacta la interioridad del sujeto.
Y por experiencia espiritual entendemos:
el conocimiento directo (sin la mediación de objetos o personas) y teologal (en la fe, esperanza y amor) de Jesucristo presente y de la relación con Él, que repercute en la interioridad (consciencia, corazón) en forma integral o global (afectividad, voluntad, inteligencia y, a veces, corporal).
El tema del encuentro (en + con + entrar) es un poco más complejo. Se refiere a un tipo experiencial de relación interpersonal y comunión de presencias (mutuo estar delante, existiendo frente a otro existente), caracterizada por:
La hondura: de existencia a existencia, abiertas ambas a la trascendencia.
La mutua descentralización: de sí mismo para centrarse en el otro.
El mutuo aprecio: las dos partes reconocen mutuamente su valor.
La recíproca transformación: cada parte incorpora a la otra.
Con ocasión del Tercer Milenio del Cristianismo, el papa Juan Pablo II centró su magisterio en la persona de Jesucristo. Y, más concretamente, en el “encuentro” con su persona viva y operante en la Iglesia. Tres documentos que llevan su firma e impronta muestran esto con claridad: Tertio Millenio Adveniente (1994), Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in America (1999) (14) y Tertio Millenio Ineunte (2001).
En el Documento de Aparecida las palabras “experiencia” y “encuentro” aparecen alrededor de cincuenta veces (experiencia aparece cuarenta y seis veces). En la sección sobre el Itinerario formativo (cap. VI), la palabra experiencia se encuentra diecisiete veces.Veamos cuatro de los textos más significativos:
Un primer texto nos deja una pregunta en la boca: ¿qué significan la experiencia bautismal (quién y cuándo la hace) y de la Trinidad? Dice el texto:
Una auténtica propuesta de encuentro con Jesucristo debe establecerse sobre el sólido fundamento de la Trinidad-Amor. La experiencia de un Dios uno y trino, que es unidad y comunión inseparable, nos permite superar el egoísmo para encontrarnos plenamente en el servicio al otro. La experiencia bautismal es el punto de inicio de toda espiritualidad cristiana que se funda en la Trinidad (241).
Un segundo texto que nos presenta la experiencia de encuentro de los discípulos es modélico y fundante. Notemos el rol del deseo (hambre y sed) como mediación e instrumento de la experiencia; el deseo mueve a la búsqueda que llevará al encuentro:
La naturaleza misma del cristianismo consiste, por lo tanto, en reconocer la presencia de Jesucristo y seguirlo. Esa fue la hermosa experiencia de aquellos primeros discípulos que, encontrando a Jesús, quedaron fascinados y llenos de estupor ante la excepcionalidad de quien les hablaba, ante el modo cómo los trataba, correspondiendo al hambre y sed de vida que había en sus corazones. El evangelista Juan nos ha dejado plasmado el impacto que produjo la persona de Jesús en los dos primeros discípulos que lo encontraron, Juan y Andrés. Todo comienza con una pregunta: “¿qué buscan?” (Jn 1, 38). A esa pregunta siguió la invitación a vivir una experiencia: “vengan y lo verán” (Jn 1, 39). Esta narración permanecerá en la historia como síntesis única del método cristiano (244).
Un tercer texto nos dice que la finalidad de la formación cristiana, gracias a su dimensión espiritual, es fundamentar la vida en la experiencia del Dios en Cristo. Se refiere a esas experiencias o sucesión de encuentros que paulatina e insensiblemente van transformando la existencia humana en una existencia cristiana y nos va descubriendo diferentes rostros de Cristo:
[La dimensión espiritual, entre las diversas dimensiones de la formación cristiana] es la dimensión formativa que funda el ser cristiano en la experiencia de Dios manifestado en Jesús y que lo conduce por el Espíritu a través de los senderos de una maduración profunda. Por medio de los diversos carismas se arraiga la persona en el camino de vida y de servicio propuesto por Cristo, con un estilo personal. Permite adherirse de corazón por la fe, como la Virgen María, a los caminos gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos de su Maestro y Señor (280 b).
Un cuarto y último texto se refiere a la “mistagogía” y subraya la importancia determinante de la experiencia-encuentro y de la vida sacramental para transformar la propia existencia y el mundo circundante:
Recordamos que el itinerario formativo del cristiano en la tradición más antigua de la Iglesia tuvo siempre un carácter de experiencia, en la cual era determinante el encuentro vivo y persuasivo con Cristo, anunciado por auténticos testigos. Se trata de una experiencia que introduce en una profunda y feliz celebración de los sacramentos, con toda la riqueza de sus signos. De este modo, la vida se va transformando progresivamente por los santos misterios que se celebran, capacitando al creyente para transformar el mundo. Esto es lo que se llama “catequesis mistagógica” (290).
Para echar un poco más de luz sobre estos textos recién citados, y a fin de que no queden