Malcolm no podía negar que en eso tenía razón. No era su responsabilidad cuidarla, pero no podía evitar sentir ese instinto protector, de la misma forma que no podía evitar recordarla sin ese vestido amarillo, con el cabello alrededor de los hombros.
–Maldita sea, Celia, eres demasiado lista para esto.
Ella apretó los labios.
–Tienes que irte ya.
Malcolm contuvo el temperamento. Lo que sentía era inconfundible: un deseo frustrado. La atracción que sentía por ella era más poderosa de lo que esperaba.
–Me disculpo por haber sido tan poco diplomático. Me he enterado de lo de las amenazas y, si quieres llámame idiota y nostálgico, pero estoy preocupado por ti.
–¿Cómo te has enterado de los detalles? –le preguntó ella. Su rostro estaba lleno de sospecha y confusión–. Mi padre y yo lo hemos mantenido todo en secreto para que la prensa no se enterara.
–Tu padre es un juez poderoso, pero sus influencias no llegan a todos sitios.
–Eso no explica cómo lo has averiguado.
Malcolm no podía explicarle por qué lo sabía. Había cosas de él que no necesitaba saber. Era capaz de mantener un secreto mucho mejor que su padre.
–Pero tengo razón.
–Uno de los casos que está llevando mi padre se ha… complicado un poco. La policía lo está investigando.
–¿De verdad vas a depositar toda tu confianza en el feudo al que llaman departamento de policía? –no era capaz de ocultar el cinismo que teñía su voz–. La seguridad que tienes es envidiable. Voy a decirles a mis hombres que tomen nota.
–No tienes por qué ponerte sarcástico. Estoy tomando precauciones. No es la primera vez que alguien amenaza a nuestra familia por el trabajo de mi padre.
–Pero esta ha sido la amenaza más seria.
Si hablaba de las evidencias que tenía, tendría que explicarle cómo las había conseguido, pero eso era un último recurso. Si no era capaz de convencerla para que aceptara su ayuda de otra manera, le diría lo que pudiera acerca del trabajo que hacía fuera de la industria de la música.
–Parece que sabes muchas cosas sobre mi vida –le miró fijamente con esos ojos marrones que todavía tenían el poder de hacerle perder la razón.
–Ya te lo dije, Celia. Me preocupo lo bastante como para mantenerme informado. Quiero asegurarme de que te encuentras bien.
–Gracias. Eres muy… amable –Celia se relajó un poco–. Te agradezco la preocupación, aunque me resulte un poco desconcertante. Tendré cuidado. Bueno, y ahora que has cumplido con tu… sentido de la obligación o lo que sea, de verdad que tengo que recoger e irme a casa.
–Te acompaño hasta el coche –levantó una mano y esbozó su mejor sonrisa–. No te molestes en decir que no. Puedo llevarte los libros, como en los viejos tiempos.
–Bueno, ese estilo del servicio secreto no es como en los viejos tiempos.
–Estarás segura conmigo.
–Eso pensábamos hace dieciocho años –se detuvo y se llevó una mano a la frente–. Lo siento. Eso no ha sido justo por mi parte.
Malcolm se vio inundado por un aluvión de recuerdos adolescentes. Aquellas hormonas sin control los habían llevado a practicar el sexo más temerario, y mucho. Se aclaró la garganta. Era una pena que su mente aún siguiera anclada en el pasado.
–No hacen falta disculpas, pero te lo agradezco –sabía que la había decepcionado, y no quería cometer el mismo error de nuevo–. Déjame llevarte a cenar, y te cuento una idea que tengo para garantizar tu seguridad mientras se celebra el juicio.
–Gracias, pero no –Celia cerró el portátil que tenía sobre el escritorio y lo guardó en la funda–. Tengo que poner las notas de fin de curso.
–Tienes que comer.
–Y lo haré. Tengo media pizza en la nevera de casa, esperándome.
–Muy bien. Entonces no me dejas elección. Hablaré ahora. Esta amenaza contra tu vida es real. Muy real. Por mi trabajo… –ese trabajo que solo conocían unos pocos–. Tengo acceso a fuentes de inteligencia y seguridad que no puedes ni imaginar. Necesitas protección, mucha más de la que puede proporcionarte el departamento de policía y las influencias de tu padre.
–Creo que estás siendo un poco dramático.
–Son caciques de las drogas, Celia. Tienes mucho dinero y nada de escrúpulos.
En otra época había sido un chivo expiatorio para gente de esa calaña. Lo había hecho para proteger a su madre. Pero toda la culpa había sido suya, por haberse interpuesto en el camino de esos matones. Ponerse a trabajar en aquel club había sido el último intento que había hecho para ganar un poco de dinero y mantener a Celia y al bebé que estaba en camino.
–Te harán daño, mucho. Incluso pueden llegar a matarte para influenciar a tu padre.
–¿Crees que no lo sé ya? He hecho todo lo que he podido.
–No todo.
–Muy bien. Señor Sabelotodo –dijo Celia, suspirando–. ¿Qué más puedo hacer?
Malcolm la agarró de los brazos y se acercó. No quería sucumbir a la tentación de estrecharla entre sus brazos y besarla hasta hacerla cambiar de parecer, pero usaría la pasión para convencerla si era preciso.
–Deja que mis guardaespaldas te protejan. Vente conmigo en mi gira por Europa.
Capítulo Dos
¿Ir de gira? ¿Con Malcolm?
Celia se aferró al borde del escritorio para no perder el equilibrio. No podía estar hablando en serio, no después de dieciocho años en los que solo habían mantenido el contacto gracias a unas pocas cartas y alguna llamada de teléfono justo después de la ruptura. Habían roto, se habían alejado el uno del otro y finalmente habían interrumpido todo contacto una vez se había completado la adopción del bebé.
Al comienzo de la carrera musical de Malcolm, ella solo tenía unos veintitantos. Estaba en la universidad e iba al psicólogo religiosamente. Solía soñar con el momento en que Malcolm se presentara en su puerta. ¿Y si la tomaba en brazos y lo retomaban donde lo habían dejado? Solía soñar despierta por aquel entonces…
Pero esas fantasías nunca se hicieron realidad, sino que la hicieron poner los pies sobre la tierra. Poco a poco aprendió a hacer planes para el futuro, concretos y razonables. Aunque hubiera aparecido en su puerta, probablemente no se hubiera ido con él. Le había costado mucho recuperar la salud mental y hubiera sido arriesgado renunciar a la estabilidad por una vida en la carretera con una estrella del rock.
Celia se colgó el bolso del ordenador del hombro y miró hacia la puerta.
–La broma ha terminado, Malcolm. Por supuesto que no me voy a Europa contigo. Gracias por haberme hecho reír, no obstante. Me voy a casa ahora porque, por primera vez en mil años, no estoy en la lista para el servicio de autobús escolar. A lo mejor tú tienes tiempo para jugar a estos jueguecitos, pero yo tengo notas que poner.
Malcolm la agarró del brazo y la hizo detenerse.
–Hablo completamente en serio.
Celia sintió que el pelo se le ponía de punta y la carne de gallina.
–Tú nunca hablas en serio. Pregúntales a los reporteros de los tabloides. Escriben cientos de artículos cada día para hablar de tu encanto delante y detrás de las cámaras.
Malcolm se acercó más y la agarró con más