Con tanta frivolidad crítica concentrada en sus “defectos”, quedó evidente que La vorágine era un libro incómodo en la historia de la novela latinoamericana, por lo menos para la generación del boom. Quedó claro, incluso, desde su publicación, que, a pesar de que la novela hubiera suscitado mucho debate, ciertos críticos del boom no se habían familiarizado de ningún modo con la historia de esa diatriba o difícilmente entendieron la reacción de Rivera a sus primeros críticos.
Aunque la mayoría de los escritores del boom mantuvieran sus dudas sobre los aspectos regionales de La vorágine, Rivera vio un potencial de esta forma:
… crear, o mejor, descubrir una veta autóctona dentro de la literatura nacional es tarea muy ingente, escollo que no se atrevieron a sortear hombres de gran altura mental entre nosotros. Literariamente hablando, lo nacional es grande cuando posee un valor universal, porque afecta la sensibilidad, también, de los hombres de otras latitudes…47
Lo que percibió Rivera en la novela, y sus críticos no, fue la posibilidad de combinar, incluso en términos formales en el nivel lingüístico, lo regional y lo universal. Esa solución más favorable, encontrada igualmente en João Guimarães Rosa, otro escritor identificado comúnmente con representaciones regionales, atrajo la atención de más de un lector informado. Álvaro Lins señala con respecto al autor de Grande Sertão: Veredas (1956) un feliz matrimonio entre “el mundo regional y el espíritu universal”.48 Antonio Cândido también observó que, en Sagarana (1946), el primer libro ficcional de Guimarães Rosa, frecuentemente considerado como literatura regional, “nació universal por el alcance y por la cohesión de factura”.49
NUEVAS LECTURAS
Como lo hemos demostrado hasta aquí, en su gran mayoría, los autores de la generación del boom latinoamericano eran enteramente escépticos respecto a la novela de Rivera. Sin embargo, en la década de 1970, los críticos posboom hicieron una nueva evaluación, esta vez positiva, de La vorágine. En 1972, Cedomil Goic, por ejemplo, resaltó sus aspectos formales, elogiando su estructura narrativa singular, el argumento y la hábil combinación de verdad y misterio.50
Los debates más vigorosos, consistentes y continuos sobre la novela de Rivera fueron escritos en las décadas de 1980 y 1990. Doris Sommer, Sylvia Molloy, Montserrat Ordóñez Vila, Carlos Alonso, R. H. Moreno Durán, Juan Loveluck, Elzbieta Sklodowska y otros críticos dominaron ese periodo de la recepción crítica de La vorágine y la interpretaron de muchas maneras diferentes: crítica social, novela sentimental, autobiografía, texto romántico-modernista y combinaciones de todas las tesis. Sklodowska, llamando la atención sobre el hecho de que la obra de Rivera se hubiera resistido al rótulo de “novela primitiva” que le fue aplicado por algunos críticos, observó que el libro del escritor colombiano “anticipa los problemas éticos […] del testimonio hispanoamericano, una forma narrativa” del futuro.51 Según Sklodowska, la crítica a la esclavitud y a las masacres en la Amazonía sitúa la novela en la tradición de la novela de testimonio. Más recientemente, Flor María Rodríguez-Arenas endosó la evaluación que Carpentier hizo de la novela como melodrama e incentivó sus implicaciones.
En este capítulo, intentamos ofrecer una síntesis de la crítica de La vorágine, demostrando como esta novela disfrutó de un grupo de lectores amplio y variado desde su publicación. Intentamos también evidenciar como los lectores de ese libro eran todo menos pasivos, algunos reaccionando en forma de una diatriba, otros con elogio o desaprobación entusiastas. Esperamos haber señalado, aún así, cómo, de cualquier modo, las discusiones en torno de La vorágine también ayudaron a fomentar un debate más general sobre la función social de la novela como género. Al presentar este panorama crítico de la ficción de Rivera, quedó claro que las diferentes opiniones expresadas, algunas incluso contradictorias, indican la plétora de intereses por los aspectos formales e ideológicos del libro. El acalorado debate también es un testimonio del vigor inusual con que esa obra logró inspirar y provocar la reacción de sus lectores. La incansable búsqueda de la verdad y de la belleza emprendida por Rivera en su ficción no deja duda sobre su seriedad de escritor comprometido socialmente y de su talento de artista. En el segundo capítulo mostraremos cómo La vorágine nunca agotó sus múltiples posibilidades de lectura. La conexión entre esta novela y el Brasil no debería sorprendernos, porque es posible verla en su trama por medio de una serie de personajes brasileños y por el empleo de palabras portuguesas. Sin embargo, también existe una relación más profunda, aunque menos visible, con la literatura brasileña en un nivel intertextual que aún estaba por ser investigada. Como se verá adelante, el diálogo intertextual con algunos escritores brasileños contemporáneos abrió otro camino para la aproximación a La vorágine a partir de perspectivas que la crítica todavía no había considerado.
NOTAS
1 El crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal observa que “después de la edición de Madrid en 1930, la novela se reimprimió constantemente en todo el mundo hispánico”. Emir Rodríguez Monegal, The Borzoi Anthology of Latin American Literature (Nueva York: Alfred A. Knopf, 1977), 410.
2 Véase Lesley Wylie, Colonial Tropes and Postcolonial Tricks: Rewritting the Tropics in the “Novela de la Selva” (Liverpool: Liverpool University Press, 2009); Lesley Wylie, Colombia’s Forgotten Frontier: A Literary Geography of the Putumayo (Liverpool: Liverpool University Press, 2013); Flor María Rodríguez-Arenas, “Introducción”, en José Eustasio Rivera, La vorágine (Doral: Stockcero, 2013).
3 Véase en Monserrat Ordóñez Vila (comp.), “La vorágine”: textos críticos (Bogotá: Alianza Editorial Colombiana, 1987), 37-39, 45-47, 77-81, y en Eduardo Neale-Silva, Horizonte humano: vida de José Eustasio Rivera (México, D. F.: Fondo de Cultura Económica, 1986), 379-380.
4 Véase Saul de Navarro, O Espírito Ibero-americano (Río de Janeiro: Librería Española, 1928), 153.
5 La segunda edición (1926), de Bogotá, contiene trece reseñas de Manuel Ugarte, Pedro César Dominici, Moisés T. Vicenzi, Saul de Navarro (una firmada por él en forma de carta para Rivera y otra sin firma del autor, pero con indicación de la fuente, extraída de una reseña más extensa, firmada y publicada en A Illustração Brasileira, Río de Janeiro, año VI, n.° 57, mayo de 1925), Alejandro Andrade Coello, Antonio Gómez Restrepo, Maximiliano Grillo, Luis María Mora, Carlos E. Restrepo y los tres críticos anónimos de La Nación (Buenos Aires), de la Revista de Semana (Río de Janeiro, 25 de abril de 1925, 31) y de A Vanguarda (Río de Janeiro). La tercera y la cuarta ediciones (sin fechas), de Bogotá, contienen las trece reseñas de los mismos críticos usadas en la segunda edición y cinco más de Alfonso Reyes, Enrique González Martínez, Rogelio Sotela, Concha Espina y Carlos Wyld Ospina. La quinta edición (1928), de Nueva York, publica veinte reseñas que incluyen once de la tercera o cuarta edición, más nueve de Mariano Latorre, Domingo Melfi, E. K. James, Luis E. Nieto Caballero, Alfredo Gómez Jaime, Manuel Antonio Bonilla, Francisco Bruno, Luis C. Sepúlveda y Ernesto Montenegro.
No obstante, aparece en esta misma edición algo intrigante en la manera como Rivera decidió aumentar su lista anterior de dieciocho selectos críticos, usados en las tercera y cuarta ediciones, y sustraer a siete de ellos, con lo que resulta un total de veinte comentarios. Se eliminaron las reseñas de Manuel Ugarte, Pedro César Dominici, Moisés T. Vincenzi, Alfonso Reyes, Enrique González Martínez, Rogelio Sotela y de Concha Espina.
Es probable que Rivera tuviera buenos motivos para excluir siete nombres (el argentino Manuel Ugarte, el venezolano Pedro César Dominici, los costarricenses Moisés Vicenzi y Rogelio Sotela, los mexicanos Alfonso Reyes y Ernesto Montenegro y el español Concha Espina), sin embargo, mientras no dispongamos de un documento que esclarezca esa exclusión, habrá muchas preguntas sin respuestas. Nuestro novelista era un hombre de profundas convicciones. Neale-Silva advierte que Rivera recibió más de veinte reseñas y que, obviamente, tenía que escoger algunas de ellas para incluirlas en la sección de la novela denominada “Algunos conceptos de La vorágine”. En 1928, cinco días después de la muerte del novelista, el periódico colombiano El Espectador,