Desde su primera publicación, La vorágine disfrutó de gran popularidad entre sus lectores. Sin embargo, muchos de ellos, inclusive algunos críticos, no lograron comprender plenamente el papel de la novela en permanecer próxima a la verdad histórica sobre la violenta expansión del capitalismo y de la esclavitud moderna en la Amazonía. Una revisita a La vorágine en el siglo XXI nos trae a la memoria esa época olvidada de acumulación insaciable de riquezas en América del Sur y el genocidio que suscitó, principalmente, en las regiones de Putumayo, Caquetá y Orinoco, en el curso de los años 1900, 19107 y 1920. Desgraciadamente, los genocidios de este tipo en las tierras remotas que las potencias coloniales tildan de “no civilizadas” son frecuentemente ignoradas cuando se relatan las historias de las naciones. De esa forma, los crímenes en contra de la humanidad en la Amazonía se suman a los genocidios en el Congo en la década de 1890 y en el año de 1996, de los armenios en 1915, al Holocausto de la Segunda Guerra Mundial, a las masacres de Ruanda en 1994 y a muchos otros.8 Las sobresalientes lecciones sociales e históricas que provee La vorágine son valiosas para nuestra comprensión de los abusos en contra de los derechos humanos, de los genocidios cometidos y financiados por naciones “civilizadas”, y del poder de la selva tropical frente a la vulnerabilidad de los individuos que deciden explotarla con una agresiva velocidad industrial. Paradójicamente, la novela de Rivera también nos ofrece instrumentos vitales para aprehender la fragilidad de la selva amazónica, que en los días de hoy se ve amenazada por los llamados de diferentes gobiernos en el sentido de acelerar el ritmo del cuestionable progreso de la región.
Antes de lanzar la primera edición de La vorágine, Rivera hizo tres ruidosas denuncias públicas en contra de los patrones de aquellas caucherías: una, en un informe oficial al ministro colombiano de Relaciones Exteriores, y, nuevamente, en dos artículos de prensa.9 Con su novela, sin embargo, evitó los géneros del reportaje y de la narrativa histórica, y utilizó un medio más poderoso para llevarle al público la explotación y la masacre de los trabajadores practicados por la PAC.
En La vorágine, la representación de la Amazonía ocupa cerca del 75 % de la materia narrada. Aunque la primera parte de la novela transcurre en una única región —específicamente los llanos colombianos— nuestro foco se centró principalmente en la región transnacional de la gran selva tropical. La violencia sufrida por los caucheros en ese territorio desdeñó las fronteras nacionales, tal como señala esa deliberadamente inexacta cartografía de la América Latina fin-de-siècle. El genocidio de la industria del caucho reúne, de modo indiscriminado, a colombianos, venezolanos, peruanos, bolivianos, ecuatorianos y brasileños en un inmenso drama transnacional de opresión y explotación. Aunque ese genocidio tenga un significado histórico y cultural específico de esa región, este se extiende más allá de su periodo y su geografía. Los relatos de esos malos tratos y asesinatos en masa resuenan en las historias contadas por los testigos del nazismo, en el segundo cuarto del siglo XX, en la Europa Occidental y Central, teniendo en cuenta que ambos regímenes dejaron a las maltratadas víctimas que sobrevivieron espoliadas de su derecho a vivir o de su dignidad humana, y las aprisionaron en una cultura del terror.
Además de ofrecer un relato poderosamente cruento de un momento brutal en la historia de América Latina, La vorágine es una obra notoriamente difícil de clasificar en términos discursivos. Es tal vez una de las novelas más mal interpretadas de todo el canon latinoamericano. Algunos críticos que intentaron clasificarla descubrieron que el proceso es verdaderamente problemático y difícil. Carlos Alonso, uno de sus críticos más agudos, la sitúa entre las novelas de la tierra o novelas regionales, observando que Rivera se involucra en una representación “negativa” de una “concepción de autoctonía”.10 Los estudiosos vienen trabajando durante casi cien años para ofrecer una lectura definitiva de La vorágine, dedicándose solo a algunos aspectos del libro e ignorando gran parte de sus múltiples capas de sentido y su compleja composición. Por ejemplo, aunque le deba mucho a la poética del Romanticismo, esta novela de Rivera posee una importante filiación con la escuela naturalista. Aunque el lenguaje exquisito, a veces, aparezca en el texto, existe también una profusión de coloquialismos, notas de colorido local y regionalismos que coexisten con el preciosismo poético que tanto recuerda el estilo preconizado por el Modernismo hispanoamericano.11 Del mismo modo, considerar a Rivera solo como un penetrante crítico social es ignorar su notable desempeño como artista. Al contrario, insistir en que él es simplemente un maestro de la forma significa rebajar el contexto social e histórico de su libro.12 Solamente investigando el vínculo de esos aspectos estéticos y sociopolíticos puede reconocerse la verdadera dimensión artística de La vorágine como una de las novelas más importantes y elaboradas del siglo XX en América Latina.
Tracemos ahora algunos breves comentarios, de naturaleza más práctica, para explicar cómo fue estructurado Paraíso sospechoso. En el capítulo primero (“Rivera y sus lectores”), al intentar la revaluación de los aspectos principales de la larga bibliografía crítica de La vorágine, inevitablemente tuvimos que optar por una difícil selección de esos trabajos académicos que principalmente destacan la vitalidad de la novela de Rivera cuando ella es puesta a prueba. Pasado casi un siglo desde su publicación, ofrecemos una visión general de su recepción crítica, para demostrar la relevancia cultural y literaria de esa obra y por qué hoy es importante leer este libro. El segundo capítulo (“Rivera y el Brasil”) llamará la atención de los lectores hacia la relación de ese autor con Brasil, un tópico nuevo en la rica bibliografía sobre Rivera. En el curso de nuestra investigación de archivos de Bogotá, fue particularmente gratificante descubrir ese eslabón perdido. En general, los críticos de La vorágine ignoraron la relación intertextual entre la novela de Rivera y algunos textos brasileños. Algunos de ellos hicieron comentarios esporádicos, pero aquí presentamos una comparación textual más rigurosa que muestra, definitivamente, los puntos de contacto de Rivera con Da Cunha y otros autores brasileños leídos por él, revelando al mismo tiempo una rica documentación sobre el uso que el escritor colombiano hizo de las fuentes escritas. El tercer capítulo (“La novela como arma sociopolítica”), como ya lo revela el título, examina La vorágine como un texto literario que se transforma en un instrumento de acción política y social con todas sus ventajas y desventajas. El cuarto capítulo (“La mirada de un naturalista”) analiza los diferentes elementos nativos que componen la novela: narrativas históricas sobre la estructura de la industria del caucho, mitología indígena, observaciones naturalistas, etnografía, tradición oral y la representación que Rivera hace de las torturas y crímenes en las caucherías de la Amazonía. El quinto capítulo (“Los infortunios de la ficción”) discute el realismo de la novela como uno de sus aspectos fundamentales. Nuestro objetivo en este capítulo no es leer La vorágine como una especie de novela histórica; tampoco creemos que cualquier ficción pueda o deba reflejar la realidad de modo mecánico o especular. No obstante, queríamos leer esta novela como a Rivera le habría gustado que la leyéramos, es decir, como una narrativa ficcional históricamente convincente de las atrocidades cometidas en la Amazonía a inicios del siglo XX. Rivera dedicó un enorme esfuerzo en también intentar convencernos de que lo que se lee en su libro es ficción y no historia per se. Y para complejizar el asunto, su decisión inicial de jugar con la fotografía en su novela, agregándole una dimensión artística moderna, acentúa aún más su importancia literaria. Fue exactamente ese diálogo entre lo visual y lo textual, que no había sido investigado antes, lo que nos estimuló a examinar más de cerca el papel que la fotografía desempeña en esta obra en particular y en la literatura en general.
Imaginamos y esperamos que existan muchos otros tópicos por investigar en esta notable novela de Rivera. Trabajamos solo en aquellos que requerían expandirse, que habían sido relegados o que no habían sido planteados de ninguna manera por parte de los críticos. Tenemos plena consciencia del desafío que supone lidiar con una novela canónica como esta, estudiada por un buen número de excelentes especialistas en todo el mundo y esperamos, sinceramente, que nuestras contribuciones