A este respecto, consideramos pertinente aclarar que, aunque la división expuesta resulta hoy en cierta forma canónica, nos suscita algunos reparos. Baste simplemente en este contexto con señalar dos. En primer lugar, que se trata de una disyunción incompleta, puesto que en ella no se consideran algunos AR interesantes. Así, por ejemplo, el hilemorfismo y la doctrina aristotélica de las cuatro causas podrían constituir una alternativa racional relevante frente al R fisicalista a la hora de explicar la estructura ontológica del viviente (Arana 2009, 24-28). En segundo término, que no hace un análisis explícito del R en el plano que la tradición filosófica clásica denomina gnoseológico, por lo que no pone en discusión al empirismo que, las más de las veces, es un marco común tanto de los R como de algunos AR.
Ya en el ámbito epistemológico, el sentido más específico del término reducción alude a una relación de unificación o derivación que puede establecerse entre teorías formalizadas. Sin embargo, esta palabra cuenta también con una acepción más general. Según Ingo Brigandt y Alan Love, el núcleo de las posiciones R radica en la
[…] idea de que el conocimiento de un ámbito científico (típicamente de un nivel superior de organización) puede ser reducido a otro cuerpo de conocimiento científico (típicamente concerniente a un nivel más bajo). (Brigandt-Love 2015)
En este caso, la reducción no implicaría el mero establecimiento de correlaciones causales entre ámbitos de diferente nivel de complejidad, sino la pretensión de que los niveles superiores sean explicados suficientemente a partir de causalidades de nivel inferior. De este modo, las explicaciones de mayor jerarquía deberían ser reemplazadas, una a una, por las de niveles más elementales. Un ejemplo extremo de esta postura fue el R eliminativista de algunos neurocientíficos como Patricia Churchland, que postulaba que el progresivo conocimiento del funcionamiento cerebral provocaría inexorablemente la erosión de principios psicológicos de sentido común como la existencia de un yo sustancial capaz de obrar por razones (Churchland 1986, 69). El AR, por su parte, argumenta de dos formas diferentes que no es posible operar la mencionada reducción de los niveles superiores a los inferiores. En su versión más débil, sostiene que esta imposibilidad no obedece a una cuestión esencial sino fáctica, que es la limitación de nuestras capacidades cognitivas en su estado actual. La reducción es imposible aquí y ahora, pero no sería impensable que esta situación tendiera a revertirse en el futuro con el progreso del conocimiento. El AR más robusto, por su parte, supone que la imposibilidad de reducción no es relativa, sino que se desprende de la naturaleza misma de las cosas que no pueden ser explicadas suficientemente a partir de sus partes. Así, el núcleo de la disputa entre R y AR radicaría, según Dupré, en si se reconoce o no la existencia de factores que hagan imposible de suyo la mentada reducción, y en la naturaleza que se conceda a estos «obstáculos» (Dupré 2010, 34).
Por último, habría que considerar al R metodológico, que constituye la versión más moderada en esta línea y, por lo tanto, menos problemática. Es el R inherente a la dinámica natural del método científico, que muchas veces solo accede a explicaciones satisfactorias analizando los fenómenos, despojándolos de sus aspectos accidentales y descomponiendo los procesos complejos en causalidades de tipo elemental (Ayala 1984, 7). Un claro ejemplo de este tipo de R metodológico se observa en el desarrollo actual de la denominada perspectiva molecular en el ámbito de la medicina. Resulta interesante señalar, en este sentido, que muchos de los científicos que contribuyeron al desarrollo de esta área provenían de las ciencias físicas, lo que contribuyó de modo significativo a profundizar el marco conceptual R de la biología. Siguiendo esta lógica, los sistemas biológicos serían explicados a partir de las propiedades físicas y químicas de sus componentes, y el proceso de la vida se entendería como un simple proceso molecular directa y linealmente regulado por la información genética. En palabras de Crick: «Casi todos los aspectos de la vida están diseñados a nivel molecular, y sin un conocimiento molecular solo podemos alcanzar un conocimiento muy limitado de la vida» (Crick 1988, 61). Sin embargo, la misma biología molecular, y las ciencias biológicas en general, han suavizado estas pretensiones reconociendo que, a pesar de la gran fertilidad heurística del abordaje R, no es posible reducir de hecho un fenómeno biológico a sus causas físicoquímicas siguiendo esquemas lineales (Mazzocchi 2011).
3. FORTALECIMIENTO POLÉMICO DE LAS POSICIONES
Resulta habitual en el ámbito de la filosofía que los debates se vuelvan más nítidos a medida que las posiciones antagónicas se radicalizan, profundizándose y fortaleciéndose mediante la tensión dialéctica. En este proceso, que acentúa la polarización, se observa un robustecimiento en la presentación de las propias tesis y una explicitación de las consecuencias últimas de los planteamientos. De este modo, los extremos opuestos muchas veces ganan en consistencia interna, ya que queda más claro qué quieren decir y a qué se oponen. Sin embargo, estas posturas fortalecidas pagan parejamente un costo teórico, que consiste en cierto repliegue de su capacidad explicativa.
En pocas palabras, frente a la necesidad inexcusable de salvar los fenómenos que enfrenta toda teoría, el R o el AR «duros» parecen sumamente apropiados para dar razón de algunos tipos de fenómenos en los que naturalmente se apoyan, al tiempo que, a causa de sus extrapolaciones, se muestran absolutamente insuficientes para explicar otros. Así, por ejemplo, la unificación de los fenómenos magnéticos y eléctricos en «una estructura unitaria subyacente maravillosamente más sencilla (la fuerza electromagnética)» fue considerada como un gran aliciente para las pretensiones del programa R (Sanguineti 2010, 195), mientras que, en otro orden, la explicación reduccionista de la conciencia sigue siendo a día de hoy el paradigma de un «problema duro» para este tipo de proyectos.
A causa del animus pugnandi que vivifica toda la discusión sobre el R, y aun suponiendo la buena voluntad de los interlocutores, también es posible que en ocasiones pasen desapercibidos los matices más razonables de cada una de las posiciones. De este modo, se puede cometer el error de asimilar acríticamente cualquier tesis antagónica a las propias a su forma más robusta y, por ejemplo, pretender que todo R, aun el metodológico, implica o deriva en un R eliminativista o, por el contrario, que todo AR desconoce ingenuamente cualquier relevancia a las causalidades direccionadas desde la parte hacia el todo (Rosenberg-McShea 2008, 97-99). Un debate inteligente, sin desconocer el núcleo fundamental y real de las divergencias, está llamado, a nuestro juicio, a explorar y explicitar esa zona gris en que las posiciones en disputa se solapan y se hacen mutuamente concesiones teóricas relevantes.
4. CARÁCTER ESENCIALMENTE INTERDISCIPLINAR Y TRANSTEORÉTICO DE LA DISCUSIÓN
Sin duda, una de las notas más salientes de un debate que trasciende el tiempo es su capacidad de mantener vigente su atractivo. En este caso, si bien el término R recién se populariza a partir de la segunda mitad del siglo XX, cuando se incorpora como una discusión interna en algunas disciplinas científicas, la cuestión de fondo contaba ya con una interesante historia de controversias (Stöckler 1991). En este sentido, desde hace por lo menos 200 años, el R y la posibilidad de una unificación de las teorías forman parte de los problemas habituales en el ámbito de la física (Rohrlich 1990; Anderson 1995; Weinberg 1995; Chibbaro et al. 2014). De igual modo, hoy es claramente un problema vivo: en la biología (Mazzocchi 2012), en la psicología (Putnam 1973; Block 1980) y en las ciencias sociales, donde como bien señala Hodgson, las explicaciones requieren por fuerza una metodología especialmente «sensible» frente a las propiedades emergentes (Hodgson 2000, 75). Un tratamiento