Sabiduría, naturaleza y enfermedad. Mauricio Besio Roller. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Mauricio Besio Roller
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Медицина
Год издания: 0
isbn: 9789561425453
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está mal hecho o inconcluso, hay mucho por hacer todavía en él. ¿Qué hacer para corregirlo o completarlo? ¿A quién compete esa tarea?

      No puede ser otro que el mismo ego que está en él contenido, el que tenga que asumir, quiéralo o no, esa responsabilidad: es su imperativo ético. Combatir la enfermedad, la polución, la fealdad, la deformidad física, la tristeza, el dolor, el sufrimiento, el malestar psicológico, la ancianidad y la muerte, con los medios técnicos cada vez más poderosos e invasivos, de los cuales dispone, aparece como la principal responsabilidad ética de nuestra cultura. Y aunque algunas de estas aplicaciones pudieran en un principio chocar a la sensibilidad rutinaria de la masa, una vez que esta se habitúa a presenciarla, cualquier medio termina apareciendo, tarde o temprano, como legítimo para controlar estos males.

      La esterilización eugenésica, las técnicas de fertilización artificial, el trasplante indiscriminado de órganos, el uso incontrolado de ventiladores mecánicos, de maniobras de resucitación y otras medidas para prolongar la vida, no son sino unas pocas acciones que aparecen como comprensibles en esta lógica. Entre el plano de las aplicaciones técnicas y la curación de la enfermedad no hay ni puede haber limitación o regulación de principio a su aplicación, que pueda surgir de la naturaleza misma, que no es sino un cuerpo carente de significado.

      Entre el vértigo y el hastío

      Sin embargo, el hombre actual ha tomado progresiva conciencia de los colosales problemas individuales y colectivos a los cuales la lógica inmanente al desarrollo científico-técnico contemporáneo –nacido de la revolución galileo-cartesiana– lo ha conducido. En efecto, la tan ansiada felicidad a la que el desarrollo de la ciencia y la técnica nos hace apostar sin fijarse en gastos, parece alejarse cada vez más en lontananza, mientras que, por otra parte, asistimos al ascenso exponencial de los costos de manutención de esta aventura, y a la secuela de daños y sufrimiento que deja en su caminar. El hastío y la aversión hacia la ciencia y hacia la técnica empiezan callada pero eficazmente a hacerse lugar en grandes sectores de la humanidad. Podemos decir, sin exagerar, que estamos asistiendo en los tiempos actuales, tanto a la apoteosis del desarrollo científico-técnico como al comienzo de su destrucción. Por una parte, una porción de la humanidad pareciera exigir que este llamado progreso se continúe y se acelere, y presionan porque se proporcionen todos los medios y se eliminen todos los obstáculos que puedan interponerse en su camino. Por otra parte, el grupo creciente de los desencantados que temen –con o sin fundamento– su perdición, hacen oír sus voces contra quien consideran el gran culpable: el desarrollo científico técnico moderno.

      Entre el vértigo irresponsable de un cada vez más ilusorio y utópico progreso, y el desencanto radical de la ciencia y de la técnica, ¿queda lugar para una posición intermedia? ¿Hay alguna posibilidad de salida de este inconfortable punto al que hemos venido a parar? Creemos que sí.

      Vías posibles de solución

      Pensamos que la solución al dilema que muy esquemáticamente acabamos de esbozar, no puede sino venir de un intento de recuperar y de reasumir todo lo que de sensato existía en los puntos de partida, para integrarlo con lo que de sensato se encuentra en el punto de llegada. Tanto en la cultura como en la navegación, un error pequeño al principio se hace grande al final. Debemos reexaminar el problema y ver dónde estuvo el error, junto con discriminar lo que vale la pena conservar del proceso actual. No es demasiado tarde para intentar conciliar aquello que nunca debió estar disociado.

      Nadie podría razonablemente desconocer el aporte inmenso que significó para el conocimiento del mundo físico y para el progreso de la técnica y de la humanidad, el nacimiento y el desarrollo de la ciencia físico-matemática, y su aplicación a la comprensión de vastos sectores de la realidad natural. Negar valor objetivo a la ciencia y a la técnica moderna significaría intentar un retorno imposible a estados de desarrollo material y espiritual, ya superados al menos para un vasto sector de la humanidad.

      No obstante, así como hoy la ciencia y la técnica piden y exigen de la comunidad consideración y respeto, del mismo modo es necesario pedirle a los científicos y técnicos –y ya no a la ciencia ni a la técnica en abstracto– que atenúen su arrogancia en relación a los problemas que generan con su actuar. No es posible que teniendo ante sus ojos las muestras patentes del drama y del sufrimiento causado, sigan insistiendo en la visión mítica de un progreso científico-técnico indefinido. Es aquí donde nos parece que la ética y la filosofía tienen un papel que jugar.

      Pero se nos dirá: ¿qué ética y qué filosofía? Una ética y una filosofía que junto con asumir, en su integralidad, aquello que en la ciencia, la técnica y la filosofía modernas haya de verdaderamente valioso, sean capaces de conectar con el rico patrimonio que el pensamiento clásico venía constituyendo desde los griegos. Habrá que pedirle además a esta ética y a esta filosofía –cuyo fortalecimiento es también un desafío– que nos re-enseñe a asombrarnos ante el misterio inteligible de las cosas, oculto bajo los datos de los sentidos, y a volver a observar con cariño y admiración, a esta naturaleza que ama a la vez mostrarse y ocultarse. Tendremos que pedirle a esta visión del hombre y del mundo, que nos enseñe a redescubrir en el hombre enfermo, su insondable riqueza y su rica individualidad, que, más allá de sus aspectos objetivables y cuantificables por la ciencia empírica, clama por amor, compasión y respeto. Tenemos que dejar de servirnos con mezquindad de las personas y de los enfermos, para volver a servirlos con devoción.

      La técnica tiene que poder volver a subordinarse a la naturaleza, que lejos de ser una colección de elementos sin sentido, producto de un devenir azaroso, revela, a quien la sabe observar, constancia y armonía. No se trata de buscar una divinización supersticiosa timorata y absurda de la naturaleza, ni de dejar de reconocer sus límites, imperfecciones y carencias. Se trata de que la técnica vuelva a actuar con ella y no sin ella o contra ella.

      Los hombres tenemos que poder volver a redescubrir la realidad, el sentido y la vocación de nuestro cuerpo; frágil, limitado, sufriente, sexuado, marchitable y perecedero como es. Ya que el ser humano no es un ego subsistente y despótico, encerrado en la cárcel de una carne perecedera y vulnerable, sino que es con su cuerpo, por su cuerpo y en su cuerpo, que el hombre vive todo lo que vive. Y para que volvamos a ser solidarios con nuestra corporeidad, no debemos permitir que se toque de modo injusto ni una sola célula del cuerpo de nuestros hermanos, por pequeña, malformada o indeseada que esta sea.

      Tenemos finalmente que redescubrir lo admirable y bella que resulta la manifestación de la naturaleza corpórea en el mundo, en las cosas y en el hombre. Esta no es sino una participación infinitamente alejada y pobre de la belleza y magnificencia de las realidades espirituales. Sabiduría, veracidad, lealtad, fidelidad, justicia, prudencia, sinceridad, compasión, amistad, amor de Dios y de los hombres. He allí cualidades intelectuales y morales que ningún desarrollo científico ni técnico podrá por sí mismo proporcionar. En efecto, las realidades espirituales se sitúan en un más allá del ámbito de la producción o de la aplicación extrínseca de la técnica. Es con el sano y recto ejercicio de la capacidad intrínseca de la libertad, que el hombre se construye a sí mismo. He aquí el marco lógico para el gobierno y la autoconstrucción del hombre por sí mismo. Es en el asumir este ámbito de realidades que como médicos, como amigos, como hermanos, seremos capaces de reconocer, apreciar, suscitar y favorecer estas cualidades, aun al interior de la enfermedad y la deformidad. Porque esa es la verdadera victoria del espíritu sobre el cuerpo, no la que lo somete, lo tiraniza, lo maltrata o lo esclaviza, sino aquella que lo reconoce, lo acepta, lo asume, lo ama y lo supera.

      Y si llegáramos a descubrir o a redescubrir todo esto, llegará quizá el momento en que, hurgando en el misterio de la naturaleza, podremos llegar a entrever que la última razón de ser de toda inteligibilidad, belleza, bondad y armonía, existente en grados infinitamente multiplicados y variados en la naturaleza corporal o espiritual, radica en la belleza, verdad y bondad infinitas de quien las creó, las gobierna y las mantiene con providente amor y sabiduría.

      LA IDEA DE ENFERMEDAD

      En caso de indisposiciones leves, la naturaleza logra restablecer la buena salud sin que sea útil recurrir a medicamentos: basta con observar algunas reglas dietéticas estrictas. Cuando