La experiencia y la idea de enfermedad
En los apartados anteriores hemos aludido a la necesidad de distinguir entre un concepto “común” de enfermedad y un concepto “científico” de enfermedad. Y hemos visto que ni siquiera es posible hablar de un concepto científico único de enfermedad, ya que diversas disciplinas científicas tienen cada una mucho que contribuir a esta materia. En este apartado queremos reflexionar a partir de que este concepto común o espontáneo de enfermedad es complejo y a veces ni siquiera es tan común. En efecto, dada nuestra naturaleza de vivientes cognoscitivos, la idea que formulamos acerca de lo que nos ocurre no es ajena a la experiencia, sino que forma parte de ella.
La actitud asumida frente a la enfermedad ha sido tan variable desde los inicios de la historia de la humanidad como lo es todavía en nuestros días y siempre han existido múltiples reacciones frente a ella. En diversas culturas originarias la enfermedad aparece frecuentemente ligada a conceptualizaciones imaginativas que asumen la existencia real de poderes que van más allá de lo empíricamente verificable, a los que se ha solido denominar como mágicos o transnaturales. Estos poderes o facultades, aunque pueden ser atribuidos a objetos, se retrotraen casi siempre en último análisis a sujetos humanos o semihumanos particulares que serían capaces de disponer de ellos de modo voluntario. Los seres humanos que se estima que poseen estos poderes, habitualmente adquiridos luego de un aprendizaje iniciático, son denominados magos, chamanes, meicas, brujos u otros según sea el caso. En este contexto los cambios inducidos en otras personas por parte de estos individuos pueden ser dirigidos tanto a causar un efecto dañino como a retirar de ellas una realidad indeseada. Lo que se entienda por enfermedad en este marco cultural no será sino un efecto provocado por la acción voluntaria de un sujeto investido por poderes transnaturales, que causa o retira la enfermedad por razones que se conocen y se aceptan culturalmente. Un miembro no iniciado de esa comunidad evita que él o los suyos se hagan merecedores de ese efecto; sin embargo, al haberlo adquirido, se somete a los ritos establecidos para intentar revertirlo. Es muy probable también que, salvo un daño como una herida provocada por una evidente causa externa, el resto de las afecciones hayan sido conceptualizadas como derivadas del influjo mágico de esos sujetos35.
En clima imaginativo-mágico, entonces, la enfermedad es conceptualizada como poseedora de una causa eficiente conocida, cuya presencia suele entenderse como castigo por no respetar alguna cláusula, tabú o código culturalmente validado, y cuya “sanación” depende de la voluntad del mismo causante36. La sintomatología específica en este esquema conceptual es poco relevante, ya que conociendo esa causa única para todas las afecciones, y el rito al que debían someterse, el análisis de la expresión específica de la dolencia carece de sentido.
En forma separada, y muchas veces simultánea con la concepción imaginativo-mágica de enfermedad, coexiste la interpretación religiosa de ella como un efecto causado por una falta moral en relación a la divinidad37. Esa coexistencia de magia y religión es plausible, ya que quienes eran revestidos por poderes mágicos solían ejercer también como sacerdotes, en sus caracterizaciones de chamanes, druidas, machis, etcétera. La atribución de causalidad divina para las diversas experiencias de difícil comprensión, como asimismo de toda realidad inexplicable por la sola percepción sensible, era frecuente en las primeras civilizaciones. A partir de sus registros literarios, nos encontramos con cuán emblemáticos son los efectos provocados directamente a los mortales por las divinidades egipcias, griegas y romanas, así como la personificación en dioses particulares de realidades o atributos tales como el amor, la justicia o la ira.
La dolencia experimentada por los seres humanos era seguramente entendida y querida –buscada directamente o a través de un intermediario– por alguna divinidad. Toda actitud evasiva consistía en procurar que esa divinidad revirtiera o no causara el mal temido. De allí los ritos y sacrificios de carácter religioso, mediados o no por sacerdotes, con la clara intención de evitar ese daño. La enfermedad representaba cierto castigo divino, cuya expresión somática o conductual era igualmente irrelevante, por corresponder solo al deseo de ese dios. No deja de ser interesante recordar y constatar que, cercano aún a nuestros días, las enfermedades mentales eran atribuidas a castigos por malas acciones38, o algunas epidemias entendidas como acción divina. Incluso actualmente se tiende a pensar que ciertas enfermedades epidémicas, sobre todo las de transmisión sexual, podrían ser consecuencia de un “castigo divino”.
Fue Hipócrates y su escuela, precedidos por Alcmeón de Crotona, quienes consciente y deliberadamente intentaron desligar la magia y la religión de la enfermedad39. Por primera vez se la entendió como un acontecimiento que podía responder a un ordenamiento natural de los fenómenos, con una causalidad y una dinámica distintas, ya sea a la arbitrariedad de la acción de un poder mágico o de algún espíritu benigno o maligno, o bien consecuencia de una falta moral o a una indisposición con la divinidad. A partir de este momento, la manera regular y previsible de presentación de la enfermedad pasa a ocupar un lugar relevante, ya que puede dar luces acerca de su causa natural, y a su vez proporciona herramientas para su posible evitación o sanación.
La concepción mágico-religiosa, que precedió culturalmente por muchos siglos a la conceptualización griega de la enfermedad como un fenómeno natural, persiste no obstante hoy en la medicina moderna, aunque revestida a veces de ropajes muy diversos e inclusive con aura y lenguaje de apariencia científica. No pocas actitudes actuales del profesional de la salud hacia sus enfermos revelan una cierta identificación con elementos imaginativo-mágicos o religiosos. Por otra parte, la presencia de conceptualizaciones exageradamente culposas o supersticiosas en relación a la enfermedad revelan asimismo cómo estos elementos mágicos o religiosos siguen modelando nuestra experiencia de enfermedad y determinando las conductas que adoptamos para enfrentarla. La pervivencia, y aun el florecimiento, de las medicinas paralelas, dulces o alternativas en la actualidad, es en alguna medida, una manifestación de lo anteriormente señalado. Desconocer o menospreciar estos elementos equivale a privarse de una clave de comprensión acerca de la densidad antropológica que reviste el enfermar, con la consiguiente dificultad para entender y ayudar mejor a nuestros pacientes. No es posible desconocer el carácter mágico agregado de numerosos accesorios, implementos o herramientas médicas modernas, tales como los guantes, los delantales, los fármacos, los exámenes diagnósticos, los aparatos médicos o la psicoterapia, por solo mencionar los más evidentes.
LA EXPERIENCIA DE ENFERMEDAD
Después de que su enfermedad ha recibido un nombre, lo primero que suelen preguntar los pacientes es: ¿y cuánto tiempo tardaré?, ¿cuánto tiempo tendré antes de…?, ¿cuánto tiempo?, ¿cuánto tiempo? Y el médico responde que no puede prometer nada, pero…
John Berger. Un hombre afortunado
En este capítulo reflexionaremos acerca de esa experiencia espontánea y universal del enfermar, tomando conciencia no solo de la dificultad inherente a esta empresa, sino también de su capital importancia y necesidad. Esta experiencia se constituye como originaria y originante, a la vez que motivadora y estructuradora de toda actividad médica y de todo estudio acerca de la realidad de la enfermedad humana40.
La experiencia humana de la enfermedad
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