Sabiduría, naturaleza y enfermedad. Mauricio Besio Roller. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Mauricio Besio Roller
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Медицина
Год издания: 0
isbn: 9789561425453
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especialización de la vida moderna exigen cada vez más instancias de ordenación, las que son en definitiva instancias filosóficas. Sin sabiduría, la especificidad del saber y del hacer, con la potencialidad de bien o de mal que de él deriva, se convierte en peligrosa. Aprehender las cosas de un modo más integrativo y profundo no garantiza el poder resolverlas, y a veces hace surgir nuevas y mayores dificultades. No obstante, la cuestión fundamental que se nos pide como seres humanos no es vivir fácil o difícil, sino vivir de un modo inteligente, y se vive y se actúa de forma más inteligente cuando se aprehende la realidad de manera amplia y completa.

      El niño pregunta frecuentemente acerca del porqué de las cosas, y no suele tener conciencia de la hondura de su preguntar. La actitud y la formación filosófica hacen resurgir en nosotros esa necesidad radical de cuestionarnos con amplitud acerca de la realidad, de toda la realidad. Al menos de aquella realidad a la que como seres humanos somos capaces de acceder. Ser capaces de sustraerse a los acostumbramientos rutinarios, y a las maneras usuales de conocer, es una tarea difícil y requiere apertura de espíritu, sencillez y humildad. Solo con esas disposiciones “del corazón”, se puede llegar a ver bien, a pensar bien, a distinguir lo esencial de lo accesorio.

      Invitación al filosofar

      Disponerse a filosofar, entonces, es disponerse a abrir la mente, a volver a ser como niños, a preguntarnos radicalmente el porqué. Volver a asombrarnos de aquellas cosas que son dignas de asombro, pero que las habíamos trivializado bajo la fuerza de la rutina, de la necesidad pragmática, de la dejación o de la indolencia.

      Filosofar exige esfuerzo, apartarse de los caminos trajinados. Pero junto con demandar esfuerzos, la filosofía devuelve gozos, deleites espirituales que son los que derivan del reposo del alma. Reposo de la inteligencia en la contemplación de la verdad, descanso de la voluntad en el amor del bien y nutrición del espíritu en la elevación hacia lo bello. Bien se aplican a la actividad filosófica aquellos versos de Fray Luis de León: “Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido / y sigue la escondida senda por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido”.

      Finalmente, muestra la experiencia, que si el profesional de la salud logra abrirse a la experiencia filosófica, amplía su mente, se consolida su vocación de servicio, se disfruta en el trato amable con las personas y se hacen mejor las cosas propias de su arte y oficio.

      EL ARTE MÉDICO, UN SABER PRÁCTICO FUNDADO EN CIENCIA

      Pastores que pasáis la vida al aire libre, raza vil, que no sois más que vientres: nosotros sabemos decir numerosas, verosímiles ficciones; pero también, cuando nos place, sabemos ensalzar la verdad.

      Hesíodo. Teogonía

      La ciencia como modo original de saber

      En nuestro país, y en muchos otros, la mayor parte de aquellos jóvenes que inician sus estudios universitarios de biología o de ciencias de la salud lo hacen luego de haber cursado su enseñanza escolar en el área científica, y luego de haber rendido una serie de pruebas, la mayor parte de ellas también en esa misma área. Las ciencias de la salud se consideran usualmente carreras “científicas”, por distinción de otras consideradas “humanistas”. Ahora bien: ¿qué pensar de estas distinciones?

      Interrogado acerca de lo que sea científico, el escolar promedio contestará que la ciencia o lo científico es aquello que utiliza el método científico, lo que no pasa de ser una trivialidad, ya que eso apunta a un instrumento y no al fin. No obstante lo anterior, en nuestros días el prestigio de “la ciencia” es tal, que parecería que uno puede apoyarse con confianza en ella, sin siquiera tener la necesidad de saber qué es la ciencia. Ya sea que uno esté estudiando o haya estudiado una carrera universitaria, o sea un simple ciudadano medianamente culto, el hecho es que a lo largo de sus estudios, o en sus lecturas personales, habrá estado expuesto en más de una oportunidad a escuchar o a leer afirmaciones sobre temas muy importantes, que vienen precedidas o seguidas por la expresión: “Esto ha sido demostrado científicamente”.

      En algunas ocasiones estas afirmaciones corresponderán a cuestiones muy concretas y bien documentadas, y probablemente no tendremos mayores inconvenientes en aceptarlas. Sin embargo, otras veces se tratará de juicios de carácter más interpretativo y con mayor trascendencia para nosotros o para la sociedad en general. Es así como, por ejemplo, en nombre de la ciencia biológica moderna se nos hablará acerca de la naturaleza de los seres vivos y del puesto del hombre en el cosmos; se nos hablará del origen de la vida, del surgimiento y de la transformación de las especies; del momento en que el hombre es hombre y del momento en que deja de serlo; de la naturaleza del sistema nervioso y de cómo se supone que con él conocemos y sentimos, etcétera. Todo esto con poca conciencia de que se trata de juicios que rebasan con mucho el ámbito de lo puramente científico. Por otra parte, se suele tener la ocasión de escuchar o de leer a grandes científicos pronunciándose acerca de estas materias, expresando en nombre de la ciencia biológica moderna precisamente lo contrario entre unos y otros. ¿Cómo explicarse estas contradicciones? ¿No son acaso los que discrepan tan científicos los unos como los otros? ¿A quién se debe dar crédito por sus palabras? ¿No se supone que lo que la ciencia dice es cierto de modo universal?

      Por otra parte, y en el ámbito de la salud, podemos constatar cómo actualmente se propone una pluralidad de medicinas: homeopatía, osteopatía, naturismo, acupuntura, iriología, talasoterapia, bioenergética, medicinas vibracionales, curación esotérica, medicinas folclóricas, etcétera. Cada una de estas doctrinas y prácticas tienen ardientes defensores. El argumento más consabido para desacreditar a estas medicinas por parte del establishment médico es que ellas no serían científicas. Implícito en este argumento está la afirmación de que la práctica médica tradicional sí que es una ciencia. Pero, ¿es esto efectivamente así? ¿Y si así fuese por qué esto supondría una aparente superioridad del abordaje “científico” de la salud y de la enfermedad por sobre otros enfoques alternativos, paralelos o dulces?

      El descubrimiento de la ciencia

      La noción de ciencia surge de modo explícito, por primera vez en la historia, en la cultura helénica de los siglos V y IV a.C. Ahora bien, ¿qué quisieron expresar los griegos con este término “ciencia” (episteme)? En primer lugar, la ciencia no es algo que exista independientemente en la naturaleza, sino que ciencia, o mejor, “científico” es un calificativo dado a algo, en este caso, a un conocimiento. La ciencia sería, en efecto, un tipo de conocimiento particular. Con este calificativo de “científico” los antiguos filósofos quisieron designar algunos modos de saber que venían de descubrir, en particular las matemáticas (aritmética y geometría), y lo que ellos llamaban física, que correspondía en parte a lo que hoy llamamos ciencias naturales y a lo que ahora llamaríamos cosmología filosófica o filosofía de la naturaleza. Esos “nuevos” modos de saber representan para ellos una forma original de conocimiento, para cuya designación necesitan utilizar un nuevo término.

      Al parecer, los griegos quisieron designar en primer lugar por esta expresión, un conocimiento cierto, es decir, a un conocimiento de una categoría tal que era capaz de engendrar en su poseedor convicción firme o “certeza”. Pero, ¿por qué este conocimiento era capaz de engendrar tal convicción? Digamos, por lo pronto, que el conocimiento científico parecía ser el único capaz de responder satisfactoriamente al tipo de preguntas como las que acabamos de formular, es decir, preguntas acerca del porqué de las cosas. La ciencia surge en la búsqueda de una respuesta satisfactoria a nuestros porqués.

      El científico busca las causas

      De todos modos, no es que los hombres hasta antes de los griegos nunca se hubieran interrogado a sí mismos sobre las cosas. Parece ser más bien que la originalidad de los griegos está en haber sido los primeros en tomar conciencia plena de que saber bien algo –o lisa y llanamente saber–, supone un tipo de respuesta particular a la pregunta acerca del porqué. Esta respuesta particular es la que explica o da razón, y explicar o dar razón es, en definitiva, mostrar la causa de que una cosa sea lo que es. En efecto, la única respuesta racionalmente satisfactoria parece ser la respuesta etiológica, la respuesta causal.

      Que la respuesta causal sea la única