En momentos en que el Islam se ve amenazado por la modernidad, se observa una resistencia a que el Corán sea traducido. Por ejemplo, en 1925 los religiosos a la cabeza de la Universidad al-Azhar de El Cairo ordenan la quema de las traducciones (Sadek y Basamalah, 2007). Ahora bien, a lo largo del siglo XX aparecen varias traducciones del Corán realizadas por musulmanes. ¿Cuál es su motivación? La percepción de que las traducciones hostiles por parte de no creyentes, que tratan al Corán como una mera obra de literatura antigua y sin respeto por su sacralidad, son una nueva forma de cruzada contra el Islam (Sadek y Basamalah, 2007). Si bien la mentalidad conservadora quisiera hacer del lenguaje algo estático, se vuelca a la innovación en nombre de sus propios motivos conservadores.
Bullshit
Lo anterior parece indicar una dinámica lingüística bien diferente. Es más plausible que el fundamentalista, en el trabajo de defender sus creencias, antes que restringir el lenguaje, produzca discurso, de forma ad hoc, para sortear los diferentes retos que cuestionan sus creencias. Hay un carácter ad hoc bien característico del pensamiento fundamentalista, señal del trabajo pseudocognitivo con el que defienden las creencias. Este trabajo ad hoc tendería a ampliar el lenguaje y las ideas, adicionando arreglos locales a las ideas que así lo necesitan. El citado caso de Phillip Gosse puede servir de ejemplo: el concepto de Dios se amplía de modo que en él cabe la idea de que ocultaría fósiles en las entrañas de la Tierra para poner a prueba nuestra fe; sería un Dios engañador, bromista o, cuando menos, pasivo-agresivo. Sin duda, Gosse no hubiera tenido que recurrir a este expediente si no hubiese existido Darwin, pero en un sistema cultural donde las creencias del fundamentalista no son las únicas, este no puede recurrir al expediente orwelliano de estrechar las posibilidades del lenguaje.
Este carácter ad hoc del pensamiento fundamentalista invita a considerarlo bajo la categoría de bullshit que construye Frankfurt (2005). Una buena traducción del término puede ser “paja”, en el sentido usado en el vernáculo colombiano: la paja no es exactamente lo mismo que la mentira; más bien, a quien habla paja no le preocupa la verdad y es posible, inclusive, que no diga nada falso. La falsedad ínsita en la paja tiene que ver, más bien, con dar la impresión de que se dicen cosas con contenido o sustento, o que se ha pensado seriamente lo que se dice (Frankfurt, 2005). Quien habla paja quiere salir airoso de una situación para la que está mal preparado, quiere “cañar”. ¿Sirve el concepto de bullshit para caracterizar al fundamentalismo? El problema pareciera ser que a quien habla paja no le preocupa la verdad, mientras que al fundamentalista sí —y de sobremanera—; no tanto la verdad como aquello que está empíricamente o discursivamente bien fundado, sino como lo que guía y define una comunidad.
Caracterizar como bullshit al lenguaje del fundamentalismo sería lo mismo que decir que los fundamentalistas no son sinceros en sus creencias, que tan solo las defienden para obtener ciertas ventajas materiales por pertenecer a un grupo determinado. Sin duda existen este tipo de personalidades cínicas y manipuladoras, pero los estudios empíricos indican que se trata de una minoría, que el grueso de los fundamentalistas cree de corazón lo que dice creer (Altemeyer, 2006).
Mercadeo
Otra posibilidad sería pensar el lenguaje del fundamentalismo como un asunto de mercadeo. En efecto, el fundamentalismo es proselitista, existe en el contexto de la sociedad del espectáculo y aprovecha todos los medios de comunicación del capitalismo avanzado (Franco, 2013). Un ejemplo puede ser la serie de libros Left Behind, que, a guisa de una saga de novelas de ficción acerca del Apocalipsis y de los no salvos que se quedan atrás para vivirlo, transmite propaganda conservadora y una forma fundamentalista de religiosidad (Franco, 2013). También es sintomático de la inserción de la religión en los circuitos del mercado la aparición de evangelios de la prosperidad en los que la amistad con Dios se hace sinónima de la prosperidad material (Koch, 2014).
La idea del fundamentalismo como un fenómeno de mercadeo parece atractiva si se tiene en cuenta la manera en que la publicidad se sirve fuertemente de falacias lógicas para promover el consumo (Rubinelli, Nakamoto y Schulz, 2008). En general, el aire de irrealidad del mundo de la publicidad tiene cierta familiaridad con el pensamiento fundamentalista que puede sentir aquel que se adentra a estudiarlo, una suerte de fragilidad lógica permanente.
Si bien hay que esperar algún grado de contradicción en cualquier sistema de creencias humano, la producción sistemática de contradicciones parece característica del pensamiento fundamentalista. Sería plausible considerar que a este tipo de pensamiento le aplica alguna versión del principio de explosión. En la lógica clásica, si una proposición y su negación se aceptan en la misma teoría, entonces se puede derivar cualquier teorema de esta y, por tanto, se hace trivial. Por ejemplo, si una teoría acepta que “el cielo es azul” y que “el cielo no es azul”, entonces se puede derivar el teorema “o el cielo es azul o la cocaína es saludable” y, como se ha aceptado que el cielo no es azul, se puede afirmar que “la cocaína es saludable”. Esto apunta al hecho más amplio de que, si no se aplica alguna forma del principio de contradicción, no existen criterios para distinguir la verdad de la falsedad, o creencias mejores de creencias peores: todo vale.
Históricamente, los movimientos religiosos extremistas han mostrado un irracionalismo característico. Se puede citar la doctrina del “pecado santo” (ofensas destinadas a apresurar el final de los tiempos) de los seguidores del mesías judío Sabbatai Zevi en el siglo XVII o, mejor aún, la creencia que se desarrolló después de la conversión al Islam de un “mesías apóstata” (Armstrong, 2009a, p. 63). También el “Gran Despertar” en el siglo XVIII estadounidense, en el que se pudo ver la combinación de éxtasis religioso y suicidios colectivos, y un alejamiento de la religión tradicional basada en el rito y la doctrina hacia una forma espontánea y emocional de religiosidad concebida como libertad (Armstrong, 2009a).
Un giro similar se dio en el ministerio de los teleevangelistas Jim y Faye Bakker, que inició a finales de los años sesenta: se pasó de un tono sobrio y una atención rígida al dogma a una religiosidad emocional, subjetiva y basada en el espectáculo (Armstrong, 2009a). El evangelio de los Bakker insistía en la infinita indulgencia de Dios con los creyentes, que podría caracterizarse como antinomianismo, como una licencia para que hagan lo que se les dé la gana: todo vale. Quizás esto tiene que ver con la decadencia del ministerio de los Bakker. En los ochenta se reveló que la pareja llevaba una vida extravagante, había cometido violaciones sexuales y tenía acusaciones de fraude fiscal.
El siguiente gran teleevangelista fue Jimmy Swaggart, que se benefició de la caída de los Bakker. Este promovió una forma aún más emocional e irracional de religiosidad. Su fama y poder duraron hasta que tuvo su propio escándalo de prostitución (Armstrong, 2009a). Este patrón de ascenso y caída no es tan solo un asunto de hipocresía; tanto los Bakker como Swaggart abrazaron una teología que podría describirse como de “gracia barata”: quien está salvo por la fe goza de una indulgencia divina infinita y puede comportarse como le plazca (Altemeyer, 2006). El creyente experimenta esta indulgencia infinita como libertad tanto de ataduras morales como del pensamiento crítico (Wright, 1993). Quizás esta idea de libertad es la manifestación del principio de la explosión en el fundamentalismo.
Glosolalia
Una de las características de la prédica de Jimmy Swaggart es la presencia prominente de la glosolalia (muy importante en el pentecostalismo), esto es, una emisión humana sin sentido pero con estructura fonológica que