Por otra parte, Frege ofrece su propia teoría semántica para las expresiones del lenguaje, posición que se puede concebir como un dualismo semántico. Para dicha posición, el significado de un signo es un compuesto de dos cosas: el referente (la entidad referida) y lo que Frege denomina el sentido, concebido como una entidad abstracta, el cual es descripto por él como el modo de presentación del objeto a través de ese signo. La idea es que dos expresiones como “El autor de El Aleph” y “El autor de Ficciones”, si bien tienen la misma referencia, tienen distintos sentidos, porque difieren la presentación de la entidad (Borges) bajo una y otra descripción.
La concepción fregeana del significado, ya no de las expresiones suboracionales (esto es, de las expresiones que son constitutivas de una oración), sino de las oraciones mismas, entraña una serie de dificultades que serán luego el foco de buena parte del desarrollo de la filosofía del lenguaje de la tradición analítica. Aquí nos interesa recordar solo dos aspectos del modo en que Frege pensó el vínculo entre los significados de los dos tipos de expresiones. Él adhirió a dos principios complementarios. El “Principio de Composicionalidad”, según el cual los significados de las expresiones compuestas están determinados por los significados de las expresiones componentes; y el “Principio de Contexto”, según el cual el significado de una expresión es dependiente del contexto oracional al que pertenece. Este último principio es crucial para entender el problema de la unidad de la proposición que, como veremos, aquejará al Wittgenstein del Tractatus, dado que podría expresarse así: no se comprende una expresión suboracional sino qua suboracional, es decir, no se comprende el significado de una expresión suboracional si no es en función del tipo de contribución que hace al significado de una oración.
Así como Frege se deslizó desde la matemática a los problemas de la formalización, y de ellos al estudio del lenguaje, con consecuencias semánticas y metafísicas de envergadura, Russell también, una vez embarcado en el proyecto de fundamentación de las matemáticas, se vio obligado a abordar el problema de la significatividad en conjunto con su compromiso con una serie de tesis ontológicas.
Russell se había acercado como estudiante a Cambridge, interesado desde el inicio en la matemática, y rápidamente fue atraído al hegelianismo que dominaba los claustros por influjo de la tradición idealista inglesa, que tenía al oxoniense Francis H. Bradley como figura principal. John McTaggart era ya una presencia importante en el Trinity College a la llegada de Russell, y su influencia en el joven filósofo fue muy fuerte, pero de corta duración. Rápidamente Russell se aleja del hegelianismo, en parte en virtud de su enamoramiento con la filosofía de Gottfried W. Leibniz.
El momento más creativo del desarrollo intelectual de la filosofía de Russell ocurre cuando, tras esta ruptura con la escuela idealista inglesa comienza a defender y proceder a una larga elaboración de una metafísica atomista, entendiendo por atomismo la idea de que hay entidades simples, y la aceptación de que las relaciones son extrínsecas a la identidad de los términos relacionados; lo que conduce a adoptar una metafísica pluralista. La metafísica russelliana defenderá, en consecuencia, la idea de que la realidad está constituida por una pluralidad de entidades atómicas, las que, vía relaciones de naturaleza extrínseca, pueden combinarse para formar entidades complejas. No se trata de una negación de la complejidad, sino más bien de la defensa de que, en última instancia y como las relaciones son extrínsecas, tiene que haber átomos cuya simplicidad acaece con independencia de toda relación. (32)
La metafísica atomista pluralista de Russell irá de la mano de un proyecto semántico de legitimación del lenguaje que se puede describir en tres pasos: 1) identificar qué expresiones del lenguaje tienen por significados entidades atómicas; 2) dar cuenta de cuál es el mecanismo semántico que relaciona dichas expresiones con las entidades atómicas; y 3) dar cuenta de cómo las oraciones del lenguaje que no están compuestas solo por expresiones atómicas pueden ser reducidas a oraciones que sí solo contienen expresiones atómicas.
Lo importante a destacar aquí de ese proyecto es que, dado que la mayoría de las oraciones que empleamos al usar nuestro lenguaje, coloquial o científico, no están conformadas exclusivamente por expresiones atómicas, todo el esfuerzo de Russell será demostrar cómo es posible la reducción, el análisis. A esta tercera parte del proyecto russelliano pertenece uno de los resultados que lo hizo más famoso a Russell: la “Teoría de las descripciones definidas”. Esta fase de la propuesta russelliana, la de la reducción analítica dependiente del instrumental lógico, tendrá como corolario de su aplicación la disolución de ciertos problemas filosóficos muy antiguos, en la medida en que pueda hacerse evidente que muchos de ellos surgen por no advertir cómo interpretar el discurso con expresiones no atómicas. Lo que aparece aquí es la idea de que todo el instrumental de la nueva lógica (junto con algunas ideas metafísicas que parecen ser fértiles en cuanto al grado de coherencia que generan en relación con proyectos filosóficos importantes, como la fundamentación de la matemática) habilita una tarea intelectual específica del filósofo: el análisis conceptual, o análisis semántico, es decir, una mirada sobre el lenguaje que anhela mostrar el carácter pseudoproblemático de algunos supuestos problemas filosóficos. Con Russell, el método analítico, en virtud de una aplicación concreta (la teoría de las descripciones) y de apariencia exitosa en cuanto a su potencial disolvente de rompecabezas teóricos, se ofrecía como el camino para superar lo que ya Frege había denunciado: el embrujo filosófico que produce la mala comprensión lógico-semántica del lenguaje. (33)
Wittgenstein no será ajeno a ese diagnóstico metafilosófico fregeano-russelliano, y heredará buena parte de las ideas de sus maestros esbozadas en los párrafos precedentes. El Tractatus será así partícipe del mismo afán de fundar los resultados referidos a filosofía de las matemáticas en un estudio mucho más profundo de la lógica y el lenguaje. Su estrategia, su retórica, será, hasta cierto punto, más radical. Defenderá desde el inicio la idea de que, aun si las matemáticas no estuvieran constituidas por juicios sintéticos a priori y el logicismo tuviera futuro, el primer paso es la indagación por las condiciones mismas del lenguaje significativo y, con ellas, del pensar. La tarea no será meramente ofrecer una teoría semántica anudada a los compromisos ontológicos pertinentes; la tarea será la de marcar una frontera, la de dar las condiciones de lo que se puede decir/pensar pero, al hacerlo, iluminar lo que no se puede decir/pensar y que constituye lo más importante desde el punto de vista humano. Con otros ropajes, el espíritu crítico de Kant volvía a la trinchera. (34)
30- Especialmente, en lo que importa como antecedentes del Tractatus, véanse sus textos de 1891 y 1892 “Función y concepto”, en Frege (2013: 53-79); “Sobre sentido y referencia”, en Simpson (1973: 3-27); y “Sobre concepto y objeto”, en Frege (2013: 123-139).
31- Por “insaturado” Frege se refiere al carácter de una entidad de tener lugares vacíos que admiten ser colmados por otras entidades. Los conceptos (las propiedades) tienen dicho carácter, mientras que los objetos no.
32- Véase Simpson (1975: caps. 1 y 2) para una excelente introducción a los debates metafísicos a los que se enfrentó Russell.
33- El texto canónico de Russell para la presentación de la teoría de las descripciones y la defensa de su eficacia filosófica en la disolución de problemas es su “Sobre el denotar”, de 1905, en Simpson (1973: 29-48). Para presentaciones excelentes de la teoría véase Hurtado (1998: cap. 5), Orlando (1999: 42-50), y Simpson (1975: cap. 3).
34- Véase SELECCIÓN DE TEXTOS, sección “La lógica se cuida a sí misma”.
Trazar el límite en el lenguaje
El prólogo al Tractatus, (35) escrito en Viena en 1918 antes de caer prisionero