Tal vez es la filosofía quien aporta mayor cantidad de bagaje teórico para inferiorizar e invisibilizar la condición humana del individuo que luego será exterminado. En particular Aristóteles, uno de los máximos ideólogos del estado esclavista griego, será quien va a propagar una doctrina que los siglos pacientemente naturalizaron. Me refiero a aquel axioma de los hombres y los homunculli, los que nacieron amos y los que nacieron para ser esclavos. Aristóteles es el progenitor de esa siniestra dialéctica de los unos y los otros, de los amos y los esclavos.
Un momento fundamental de la historia de América tendrá lugar en 1550 en el pequeño convento de San Gregorio de Valladolid, donde la corte de Carlos V se traslada para escuchar a los máximos eruditos peninsulares. Estos varones gravísimos y muy versados en derecho y teología, escogidos entre todos los del Consejo Real, ingresan al convento cuyas fachadas, revestidas de altorrelieves, muestran casualmente hombres salvajes. El debate público donde se decide el origen ontológico y, por ende, el destino de los americanos se formula en latín y será presenciado por teó logos y doctores, como Melchor Cano y Domingo de Soto, e incluso algunos capitanes que han regresado de América, como Bernal Díaz del Castillo. En Valladolid se sustancia una polémica que había nacido en cuanto Colón regresó del primer viaje a las Indias. ¿Eran humanos los habitantes descubiertos? ¿Era lícito esclavizarlos? ¿Pueden alcanzar la fe? La célebre disputa entre Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de Las Casas, con seguridad la de mayor trascendencia de toda la historia de la Conquista de América, enfrenta posiciones antagónicas entre quienes sostienen la inferioridad natural de los indios y los que afirman que pueden alcanzar la fe y, por lo tanto, participar de la condición humana. En realidad se está discutiendo la legitimidad de la Conquista. El debate de Valladolid tuvo una trascendencia estratégica que no se refleja en el espacio que le otorgan los programas de estudio, tal vez por el uso que allí se hizo de la doctrina de Aristóteles, uno de los filósofos predilectos del imaginario académico Occidental.
En esos momentos, el dominico Las Casas hacía años que venía defendiendo a los indígenas desde el Obispado de Chiapas afirmando que los indios eran hombres y habían sido descubiertos para alcanzar la salvación. Concibe el hallazgo y la apropiación del Nuevo Mundo como una cruzada para el orbis christianus. Por su parte, Sepúlveda, afincado en la corte, es confesor del rey, cronista real y también un religioso ortodoxo que desarrolla un pensamiento caldeado por la temperatura de las guerras de la Contrarreforma. Es uno de los mayores especialistas de su tiempo del idioma griego y uno de los máximos traductores de Aristóteles, de quien toma la noción de “Guerra Justa”, en particular la argumentación que aquél desarrolla en La Política. Antiguamente Occidente justificaba la dominación asegurando que llevaba la palabra de Dios a los infieles. Hoy, malabarismo mediante, sustituye peras por manzanas y dice traer la democracia y la libertad a los nuevos bárbaros islámicos. En 1550, España se encuentra en la cúspide de su poder imperial, es una potencia hegemónica y el emperador Carlos V goza de una fortuna que no tendrá ningún otro monarca del planeta. Durante su reinado, se captura México (1521) y Perú (1533), lo que significa el comienzo de un flujo de metales preciosos como nunca se ha visto. En los Libros de Cuenta y Razón y Cargo y Data de la Casa de Contratación, consta que entre 1503 a 1660 las remesas enviadas a España llegan a 181.333 kilos de oro y 16.886.815 kilos de plata, sin hablar del contrabando y lo que se ocultó al fisco real. Durante el reinado de Carlos V, Magallanes y Elcano completan la vuelta al mundo y la Pax Hispánica es tal que se permite el lujo de autorizar ese debate, ciertamente peligroso, donde se cuestionaba en última instancia la legitimidad que tenía España para apoderarse del Nuevo Mundo. Una disputa en la cual Sepúlveda se lanza al ataque con violencia. Parte de su argumentación principal la podemos rastrear en su Demócrates, cuya edición fue prohibida tras el debate:
Los más grandes filósofos declaraban que estas guerras pueden emprenderse por parte de una nación muy civilizada contra gente nada civilizada que son más bárbaros de lo que uno se imagina, pues carecen de todo conocimiento de las letras, desconocen el uso del dinero, van casi siempre desnudos hasta las mujeres, y llevan fardos sobre sus espaldas y en los hombros como animales, durante largas jornadas (Sepúlveda 1951: I, 5).
Sepúlveda, parafraseando al filósofo griego, asegura que los hombres se rigen naturalmente por un régimen de jerarquía y no de igualdad. Afirma que “los indios son radicalmente inferiores como los simios lo son a los hombres” e incluso considera su eliminación como un acto de caridad cristiana. Su postura es intransigente y por eso insiste en percibir a los indígenas como habitantes de un estamento inferior:
Esos bárbaros (…) en prudencia, ingenio y todo género de virtudes y humanos sentimientos son tan inferiores a los españoles como los niños a los adultos, las mujeres a los varones, los crueles e inhumanos a los extremadamente mansos, los exageradamente intemperantes a los continentes y moderados, finalmente cuanto estoy por decir los monos a los hombres (Sepúlveda 1951: I, 33).
Y al no ser humanos, obviamente, carecen de raciocinio: “aquellos hombres que difieren tanto de los demás como el cuerpo del alma y la bestia del hombre (…) son por naturaleza esclavos. Es pues esclavo por naturaleza el que participa de la razón en cuanto pueda percibirla, pero sin tenerla en propiedad” (Ídem). Es decir, el nivel mental de un esclavo apenas alcanza para percibir una orden simple y cumplirla; en tanto subhumano, carece de la iniciativa para formularla, está falto de razonamiento, por eso no logra generarla. Servus non habet personam: el siervo no tiene personalidad. Otro de los aspectos de la argumentación de Sepúlveda fue sostener que Las Casas exageraba las atrocidades descriptas en su Brevísima Relación de la Indias. Bernal Díaz del Castillo, soldado de Cortés que presencia la disputa, lo consigna por escrito en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Ironiza sobre las “grandes crueldades que escribe y nunca acaba de decir el señor obispo de Chiapas don fray Bartolomé de Las Casas”; porque afirma y dice “que sin causa ninguna, sino por nuestro pasatiempo y porque se nos antojó” se cometieron las matanzas que describe. Incluso, contando con poderosos amigos, Bernal se atreve a desmentir a Las Casas al afirmar que “sucedió todo al revés y no pasó como lo escribe” (Díaz del Castillo 1568: 297).
La ardua disputa de Valladolid dura meses y no arriba a ninguna conclusión. Al final, extenuados, ambos contendientes se atribuyen la victoria pero, en realidad, todo queda como estaba en un principio. En el corto plazo, Las Casas logra evitar que Sepúlveda publique su tremendo Democrates secndus sive de justis causis belli apud indios (De las justas causas de la guerra contra los indios). Tamaña justificación hubiera sido nefasta, tal como lo plantea el obispo de Chiapas con claridad: “qué será del día en que los malvados, que según el viejo proverbio sólo esperan el momento, lean que un sabio, doctor en teología y cronista real, apruebe en libro publicado esas guerras perversas y esas expediciones infernales”.
Sin embargo, Sepúlveda y sus adeptos tienen motivos para estar satisfechos, ya que no se suspende la Conquista como había sido el planteo de máxima del dominico. Los indígenas siguen siendo percibidos como algo difuso, no se sabe exactamente qué son ni cuál es su origen. Los teólogos no logran dilucidar de modo fehaciente la procedencia de los habitantes de América, ya que de acuerdo con la Biblia los tres continentes Europa, Asia y África fueron poblados por Cam, Jafet y Sem, los tres hijos de Noé. No había un cuarto descendiente para habitar América. Suponer que el patriarca había tenido otro vástago que no figuraba en las Escrituras era impensable. Para el imaginario de aquel entonces encorsetado por los textos bíblicos no era un problema menor. El Nuevo Mundo es un verdadero rompecabezas que los obliga a realizar permanentes ajustes semánticos para suavizar lo que en la realidad ocurre de modo brutal. Por lo pronto, los funcionarios advierten la importancia de la semántica. Desde 1573 se suprime en todos los documentos oficiales la palabra “Conquista” y se la reemplaza por “Pacificación” en una simple operación cosmética sin mayores consecuencias prácticas.
El extenuante debate de Valladolid ni siquiera consigue dilucidar un modo correcto y unánime para denominar a los habitantes de América con un gentilicio aceptado por todos. Los problemas terminológicos para designarlos no son una cuestión menor, expresan una sintomatología producto de desconcertantes errores geográficos,