Pedagogía de la desmemoria. Marcelo Valko. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Marcelo Valko
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789507546433
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y continuaron propagando desde aquella tribuna “su doctrina”. No en vano, Homero Manzi señaló que Mitre al morir dejó un guardaespaldas formidable: el diario La Nación. Continuando esa escuela, padecimos los pases de magia de Vicente Fidel López, Domingo Sarmiento, Julio Argentino Roca, Estanislao Zeballos e incluso de Carlos Saúl Menem, entre otros continuadores del Mago Mitre. Todos ellos se dedicaron con fervor a retocar, corregir, deslizar infamias, eliminar hechos y crear mitos, suprimir lo inconveniente y dejar que el tiempo hiciera el resto. Bien mirado, eso es verdadero revisionismo, ya que la Historia Oficial es la que revisó los distintos episodios y personajes para decir qué se incluye y qué no.

      Exploremos algunos de los aspectos de nuestros orígenes y podremos advertir los alcances de la negación. Producido el 25 de mayo de 1810, simultáneo con el despliegue militar de la naciente revolución hacia el Paraguay y el Alto Perú, un combate de igual trascendencia se desarrolló a nivel simbólico con el propósito de destronar los emblemas ligados a la dominación colonial, al tiempo que se analizarán, con la celeridad impuesta por la gravedad del momento, los signos existentes u otros por crear. Precisamente, esa necesidad de contar con los símbolos adecuados fue la que inspiró a Manuel Belgrano a enarbolar los colores de la bandera argentina guiando los ejércitos bajo su mando.

      Belgrano adoptó los colores que venían siendo estimulados en distintas oportunidades, de la tradición española y aun de las luchas por la Independencia. De cualquier manera su bandera se hizo símbolo regional en las invasiones inglesas, símbolo demagógico en la Semana de Mayo; símbolo militar en las baterías del Rosario, símbolo nacional en la plaza de Jujuy (Rojas 1912: 247).

      La necesidad de la naciente República por vestirse de historia llevó a que sus impulsores más esclarecidos realizaran acciones de significativa trascendencia. Un ejemplo contundente fue protagonizado por Juan José Castelli. Cuando el Vocal de la Junta de Mayo se adentró en el altiplano al mando del Ejército Auxiliar del Alto Perú buscaba algo más que la plata potosina, como lo prueba el significativo acto que realizó el 25 de mayo de 1811 en la Puerta del Sol de Tiahuanaco, cuyo alcance hemos subrayado oportunamente (Valko 2011: 10). Castelli decidió conmemorar el primer aniversario de la Revolución de Mayo en Tiahuanaco, ruinas a las que se adjudicaba enorme antigüedad y que, como señaló en una de sus decretos, era “el sitio mejor para proclamar ante la raza usurpada y avasallada los ideales de la revolución” (Luna 1999: 49). No olvidemos que la ciudadela se encuentra próxima al Titicaca, lago sagrado del cual, y tal como lo recuerda la tradición andina, emergieron Manco Capac y Mama Ocllo para fundar el imperio Inca. Dicha ceremonia, en la que anunciaba la “igualdad racial” aprovechando el primer aniversario de la Revolución de Mayo, no fue una ocurrencia improvisada como lo prueban los preparativos. El 19 de mayo de 1811, Castelli emitió una circular a los subdelegados de los ayllus cercanos de Omasuyos, Larecaxa, Yungas y Apolobamba para que concurrieran al acto para “estrechar en unión fraternal, en grata memoria de sus mayores”.

      Llegado el 25 de mayo, el acto se desarrolló con gran solemnidad. A los toques del clarín, las comunidades indígenas ocuparon sus posiciones y los batallones de Patricios, Arribeños, Pardos, Morenos, Montañeses, Blandengues, Dragones y Húsares del Ejército Auxiliar juraron vencer a los realistas. Luego, ante la monumental Puerta del Sol, Bernardo Monteagudo, secretario de Castelli, leyó un decreto que explicaba a los compatriotas del Altiplano los alcances de la revolución:

      (…) los esfuerzos del gobierno superior se han dirigido a buscar la felicidad de todas las clases, entre las que se encuentra la de los naturales de este distrito, que tantos años fueron mirados con abandono, oprimidos y defraudados en sus derechos y hasta excluidos de la mísera condición de hombres (Chávez 1957: 258).

      La proclama que, evocando tradiciones ancestrales, fue traducida al quechua y aymará no fue una simple maniobra oportunista destinada a ganar a las comunidades a la Revolución de Mayo. El objetivo era más trascendente. Nuestra revolución contaba apenas con un año de vida y estaba huérfana de historia. Esa profundidad histórica es lo que Castelli fue a buscar a la milenaria ciudadela, unir la naciente revolución con la que se consideraba la civilización más antigua de Sudamérica. Por supuesto, existen otras opiniones sobre aquel acto redentor motorizado por Castelli en Tiahuanaco. Desde una perspectiva no exenta de racismo, José María Rosa señala que en aquella oportunidad lo único que le interesaba a los indígenas era “tomar chicha y emborracharse” (Rosa 1981: T. II, 297). Preso de los estereotipos que se adjudican a los aborígenes en cuanto a “su alcoholismo inveterado”, el historiador Rosa desdeña un hecho fundamental. Gran parte de los asistentes originarios a la celebración de Castelli, a quienes adjudica únicamente “tendencias alcohólicas”, habían participado en su juventud en los cercos a la ciudad de La Paz bajo órdenes de Túpac Katari, lugarteniente de Túpac Amaru II, para liberarse de la opresión durante la mayor insurrección de la época colonial (Lewin 2004: 384).

      Algunas de las pruebas que evidencian la intención de los revolucionarios de 1810 por integrarnos a la historia americana se encuentran invisibilizadas ante nuestros propios ojos. Las vemos y escuchamos todos los días al mirar la bandera, el escudo y al oír el Himno Nacional. Pero vemos y escuchamos aquello que los magos, después de lavar la verdad, nos permiten que veamos y escuchemos. Sólo aprendimos lo tolerado por la Historia Oficial.

      Con respecto al significado del sol en la enseña patria, su procedencia del Tahuantinsuyo está atestiguada nada menos que hasta por nuestro Hechicero Mayor, don Bartolomé Mitre, a quien de ninguna manera puede acusársele de tener simpatías por la causa indígena. A pesar de reconocer “que los incas constituían la mitología de la revolución” (Mitre 1887: 6), calificaba de “amalgama extravagante” a la asociación de “las antiguas tradiciones indígenas y las nuevas aspiraciones de la independencia y libertad” (Mitre 1879: 202). Por eso mismo, su testimonio publicado por La Nación el 28 de mayo de 1900 donde relaciona al sol de la bandera argentina con el emblema del Tahuntinsuyo es tan contundente: “… debe agregarse que el sol de la bandera argentina, no es el sol radiante, símbolo clásico de la antigüedad europea, sino el sol flamígero o sea el sol incásico, que según las ideas predominantes de la época, adoptaban los símbolos genuinamente americanos”.

      Inti, el sol Inca adorado por las culturas andinas, será el astro que asoma en nuestro escudo representando el nacimiento de la joven República en el contexto de las naciones, y concuerda en un todo con las estrofas del Himno alusivas a los cuzqueños. Hoy en día la mayoría de los argentinos ignora que proviene del principal símbolo del Tahuantinsuyo. Precisamente, el espíritu incaico quedó plasmado en las estrofas de la Marcha Patriótica que luego se transformaría en el Himno Nacional sancionado por la Asamblea del 11 de mayo de 1813. Como cualquiera puede constatar, en las antiguas Libretas de Enrolamiento figura la letra completa del Himno compuesto por Vicente López y Planes:

      Se conmueven del Inca las tumbas

      y en sus huesos revive el ardor

      lo que ve renovado a sus hijos

      de la Patria el antiguo esplendor.

      Estos versos no sólo imaginan la emoción del Inca ante el despertar de la Nación Argentina, sino que además nos sitúan en calidad de “sus hijos” recordando “el antiguo esplendor” del Tahuantinsuyo, es decir, de la nueva Patria que asoma a la historia para cobijar a TODOS sus descendientes. En este sentido, hasta Esteban Echeverría se dejó llevar por un entusiasmo patriótico circunstancial, y en uno de sus poemas se aproxima a este sentimiento incaico, prácticamente parafraseando a Vicente López y Planes.

      No escucháis cual retumba

      en los Andes con hórrido estampido

      Y conmueve la tumba

      Del Inca que ofendido

      Del polvo se alza de furor ceñido.

      Vale acotar que el entusiasmo patriótico de Echeverría no sería muy duradero pero, como muestra de la profundidad de aquel imaginario, sirve. Retomando lo consignado por estrofas, tanto de Vicente López y Planes como de Esteban Echeverría, ambas presentan a la joven Argentina como heredera de los incas. Tiempo después, como otras secciones del Himno que rozaban temas urticantes del estilo “… a