Zane miró a Pitt, que le devolvió la mirada, y ambas tuvieron que ponerse una mano en la boca para disimular la risa. A Zane todo aquello le resultaba muy divertido a la vez que también le producía nervios, pero, por lo visto, a Pitt le causaba mucho desconcierto su actitud.
—Te recuerdo que tengo a dos pequeños diablillos a mi cargo —dijo Zane—. No vamos a estar completamente solos.
—Ya, claro —continuó Monique—. Y me vas a decir que en esos dos días no le pedirás a Louis que pase a recogerlos para llevarlos, qué sé yo, al parque.
—¿Debería hacerlo?
—¿Bromeas? ¿Cuánto tiempo lleváis saliendo en serio? ¿Tres años?
—Dos, en realidad. —Ante la respuesta, Monique no pudo menos que hacer un gesto de obviedad. Entonces a Zane empezaron a asaltarle las mismas dudas de siempre—. Pero... ¿y si él quiere esperar a...? Ya sabes.
—Es un hombre que está loco por ti, Zane. No creo que necesite ningún papel que certifique que quiere pasar el resto de su vida contigo para que os acostéis.
—¡Monique!
Zane le pidió que bajase la voz, a lo que ella respondió tapándose la sonrisa con las manos.
Monique era muy diferente a Zane, además de una chica muy guapa y con unos rasgos que llamaban muchísimo la atención. Años atrás, el color de su piel le hubiese reportado bastante rechazo entre la sociedad, pero hoy en día podía ser hasta un aliciente para la gran cantidad de chicos que se acercaban con intenciones de ligar con ella. Incluso en el Wondy’s tenía que lidiar con ello, con hombres mucho mayores que se le insinuaban desde la barra cada dos por tres. Pero ella no era de las que se dejaba engatusar fácilmente. Si pasaba la noche con algún chico era porque le gustaba de verdad. Eso sí, una noche y nada más.
Tal vez charlar sobre su relación con Monique era lo que las había unido tanto. Era la única con la que podía hablar abiertamente de sus inquietudes con respecto al sexo. Con Arabia nunca había tenido conversaciones como las que tenía con ella, a pesar de que habían pasado juntas muchísimo más tiempo.
Monique estuvo poniéndola al día sobre los últimos chicos con los que había estado y luego le dio algunos consejos de insinuación para que los usase con Pitt. Ella estaba convencida de que lo único que pasaba entre ellos dos era que ambos eran demasiado tímidos, sobre todo él, así que tal vez necesitara que fuera ella la que diese el primer paso. Zane grabó en su memoria todo lo que le dijo y trató de imaginarse en la situación de tener la casa sola para ellos. Las pocas veces que Pitt se quedaba a dormir lo hacía en la habitación de invitados porque, por alguna razón, Derek se había convertido en una persona bastante conservadora.
Con toda la emoción de trazar el plan para esos dos días que tendrían de casi total intimidad, a Zane se le pasaron las horas volando. Pitt les anunció que había terminado y que iba a cambiarse, así que ellas empezaron a recoger rápidamente sus bártulos de encima de la mesa.
Después regresaron a casa.
En cuanto dejaron a Monique y se despidieron de ella, pusieron rumbo a Valley Street.
—Te quedas a cenar, ¿verdad? —le preguntó Zane justo cuando entraron a la zona de aparcamiento.
—Lo que tú quieras.
—Entonces, sí.
Zane se dispuso a sacar las llaves de su mochila, pero entonces recordó que sus sobrinos habían aprendido a recibir a los invitados y que, además, les divertía muchísimo hacerlo, así que miró a Pitt y dijo:
—Ahora verás.
Tocó el timbre deliberadamente y se quedó esperando a que alguno de ellos apareciera tras la puerta. Jack fue el encargado de abrir, aunque Danielle estaba justo detrás de él.
—¡Hola, tía Zane! —exclamó, más alto de lo necesario—. Adelante —añadió a la vez que se inclinaba hacia delante exageradamente y extendía el brazo para invitarla a pasar.
Pitt no pudo evitar echarse a reír.
—¡Pitt!
En cuanto lo vio, Jack se lanzó hacia él. Pitt lo subió a sus brazos y pasó al interior. Allí esperaba Danielle, paciente, pero con ganas de que también le dedicase un poco de atención.
—Hola, bonita.
Entonces, ella se dio la vuelta y se fue corriendo hacia donde estaba Emily.
—¡Mamá, ha venido Pitt! —le dijo.
MIÉRCOLES
13 DE NOVIEMBRE 1991
D
os días más tarde, y como de costumbre, Zane fue de visita a casa de su hermano Louis. El miércoles por la tarde era el único día fijo que él no trabajaba, y como desde que se había independizado era muy difícil que se dejase ver, Zane aprovechaba que también tenía la tarde libre para ir a visitarlo. Algunas veces incluso se quedaba a cenar.
El apartamento estaba en una urbanización de las afueras de la ciudad, relativamente cerca del restaurante donde él trabajaba, pero bastante lejos desde Valley Street. Su facultad, sin embargo, no quedaba tan lejos.
Iba en el autobús completamente absorta en sus pensamientos, organizando la semana en su mente para que no se le quedase nada por hacer. Lo primero que haría el próximo fin de semana sería llamar a Arabia. Hizo cálculos mentales para comprobar los días que llevaba sin saber nada de ella. Casi un mes.
Desde que se había mudado a Los Ángeles, cada vez tenían menos y menos contacto, y las llamadas se iban aplazando más por parte de ambas. Al principio, a Zane le molestaba que su mejor amiga pudiera pasar largas temporadas sin mostrar interés por ella o por la que hasta entonces había sido su única familia, pero cuando empezó a empatizar con Monique se dio cuenta de que ella también se iba olvidando de mantener vivo el contacto. Suponía que Arabia habría conocido también a gente nueva, además de que su hija ocupaba gran parte de su tiempo. Al menos, eso fue lo que le dijo Emily para tranquilizarla. Pero ella qué iba a saber. No tenía hijos. Pero se prometió a sí misma que encontraría un día al mes para llamarla y preguntarle qué tal estaba todo por su nuevo hogar. Al fin y al cabo, seguían siendo amigas, aunque ahora estuviesen a muchos kilómetros de distancia.
Zane se bajó en la parada correspondiente, y para cuando se dio cuenta de que había olvidado los guantes en el asiento de al lado, el autobús había continuado su rumbo. Se quedó allí pasmada viendo cómo el vehículo se alejaba, después de correr tras él unos metros haciendo aspavientos con las manos. El frío todavía no había llegado a su punto más álgido, pero ella era bastante friolera.
Caminó hasta los apartamentos adosados con las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta, mientras seguía pensando en alguna que otra cosa más que haría en los días posteriores.
Subió unas cuantas escaleras y se situó frente a la puerta de su hermano. Justo cuando iba a llamar al timbre, la puerta se abrió y apareció un chico de pelo castaño, del mismo color que su incipiente barba, que se limitó a pasar por su lado sin mediar palabra.
Zane se quedó plantada, con la mano en alto por no haber llegado a golpear la puerta y molesta porque el chico no se hubiese dignado a mirarla. Era Robert, el compañero de piso de Louis.
—¡Ah! ¡Hola, Zane!
Su hermano la saludó desde el interior y ella simplemente puso cara de interrogación.
—¿Has visto eso?
—¿Qué?
—Tu gran amigo Robert casi me atraviesa como a un fantasma.
Louis se limitó a encogerse de hombros y a ordenar el salón. Siempre que ella llegaba hacía lo mismo. Se levantaba de donde estuviese sentado o recostado y apilaba los