LOS INDÍGENAS DEL EXTREMO SUR
En los archipiélagos del Pacífico entre el golfo de Penas y el estrecho de Magallanes se desarrolló la vida de los alacalufes o kaweskar, nómades marinos que supieron adaptarse a una geografía y a un clima extremadamente hostiles. Instalados ocasionalmente en algunas playas, estos indios “canoeros” tenían algunos lugares privilegiados de residencia en islas y canales especialmente inhóspitos en las proximidades del océano, como Edén, Puerto Grapler, Puerto Bueno, Muñoz Gamero, el canal Fallos, los archipiélagos Guayaneco y Madre de Dios y la red de canales entre el Castillo, el Ladrillero, el Brazo Norte y el canal Picton, en la intrincada zona de la isla Wellington686. Pero también por el canal Kirke alcanzaban en sus migraciones tradicionales al seno Última Esperanza y, cruzando desde el seno Obstrucción por el camino de los indios y cargando sus botes, llegaban al seno Skyring. Según Fitz-Roy, en 1830 los alacalufes tenían allí contacto con los tehuelches o aónikenk, con los cuales intercambian pirita de hierro por instrumentos de piedra y pieles de guanacos687. Frecuentaron también el estrecho de Magallanes, al menos hasta la fundación de Punta Arenas, y se sabe de sus viajes a las costas de la isla Dawson y del seno Almirantazgo, a Bahía Inútil, donde pudieron estar en contacto con los onas o selknam, así como a los canales Magdalena y Bárbara, área en que con seguridad se relacionaron con los yaganes o yámanas688.
Como pueblo marítimo que era, su alimentación estaba constituida fundamentalmente por carne y grasa de foca, que era consumida en avanzado estado de putrefacción, aves como el quetro y el cormorán, mariscos, bayas y setas. Y el varamiento de una ballena constituía una fuente casi inagotable de alimento689.
Es imposible determinar el número de kaweskar, si bien los comandantes Parker King y Fitz-Roy observaron en sus viajes de 1826 a 1836 que apenas veían pasar un barco se acercaba más de un centenar, y que cuando eran muy numerosos no vacilaban en atacar a las embarcaciones. Para reunirse, los indígenas utilizaban las señales de humo690. Es muy posible, como lo subrayó Emperaire, que la misma presencia de una nave en lugares abrigados en que también acampaban los alacalufes atrajera a estos al punto de anclaje, dando una errónea impresión de gran densidad demográfica.
Sorprendió siempre a los viajeros que los alacalufes usaran como única vestimenta una capa corta de piel de foca, de nutria, de coipo y a veces de guanaco, con que cubrían sus espaldas, llevando el cuerpo desnudo untado de aceite de foca691. Muy lentamente, y debido al contacto con los tripulantes de los buques, comenzaron a usar ropas de textiles. Prácticamente durante todo el siglo XIX se desplazaron por los canales en canoas hechas con corteza de mañío (Podocarpus nubigena) y dotadas de un mástil y una vela de piel de foca. En el medio de la embarcación y sobre un lecho de arena y conchas se mantenía un pequeño fuego permanentemente alimentado. La inestabilidad de la canoa solía concluir en la muerte de la tripulación, que podía llegar a nueve o 10 personas. También los kaweskar usaron canoas hechas de tres o cinco tablones, de manera similar a las dalcas chilotas, cosidos probablemente con la enredadera leñosa llamada voqui. La última información sobre una canoa de tablas la dio en 1878 el comandante Juan José Latorre, quien la encontró en el seno Skyring692.
La relación de los alacalufes con loberos y hacheros chilotes y extranjeros fue fatal para ese frágil grupo humano. Víctima de diversas enfermedades, principalmente las venéreas, así como del alcohol, ya hacia 1880 comenzó su desaparición. Además, la emigración, voluntaria o forzada, contribuyó a la aceleración del proceso.
Otro grupo aborigen, al que ya se ha aludido, los yaganes o yámanas, fue también un pueblo “canoero”. Se desplazó por el litoral marítimo del sur de la isla grande de Tierra del Fuego, es decir, por el canal Beagle, y por las islas y canales meridionales hasta las Wollaston. Tal como ocurrió con los kaweskar, el nomadismo de los yámanas impidió determinar su número. Hacia mediados del siglo se despertó el interés entre algunos anglicanos ingleses por establecer misiones en la región y evangelizar a los naturales, en una labor increíblemente esforzada impulsada por Allen Gardiner, antiguo capitán de la Armada británica. Este había recorrido sectores del estrecho de Magallanes en 1842 y tres años después, a comienzos de 1845, y sostenido por la Patagonian Missionary Society, llegó a la bahía San Gregorio, en la margen norte del estrecho, entre la Primera y la Segunda Angostura693. Notificado por la tripulación de la goleta Ancud que se encontraba en un territorio sujeto a la jurisdicción chilena, Gardiner se estableció junto a otros colaboradores en la isla Picton en 1848, y más tarde en Puerto Español, en la boca oriental del canal Beagle. La falta de alimentos los llevó a la enfermedad y a la muerte en 1851. La South American Missionary Society decidió, desde las Falkland, organizar otra campaña misionera, contando en esta ocasión con un buque, el Allen Gardiner. Su capitán decidió desembarcar con la tripulación en Wulaia, en la margen occidental de la isla Navarino, sobre el canal Murray, en diciembre de 1859, pero fueron asesinados por los indígenas encabezados por Jimmy Button, quien, llevado por Fitz-Roy a Inglaterra, había retornado a su lugar de origen. Continuó más tarde la labor misionera el pastor Stirling, sustituido después por Thomas Bridges, quien, instalado en 1870 en Ushuaia, dejó bastante información sobre los yámanas. Hacia esa época Bridges estimaba en tres mil el número de estos indígenas. En 1884 levantó un censo de ellos, que arrojó algo menos de mil individuos694. Al igual que los kaweskar, los yámanas, cubiertos con una corta capa de piel de foca, recorrían los canales en canoas de corteza cazando focas y cetáceos, y pescando y recogiendo moluscos, tarea esta última de la que se encargaban las mujeres. Las bayas y las setas, en especial el hongo llamado “pan del indio” (Cyttaria darwini), que crece en árboles del género Nothofagus, completaban su alimentación695. En 1888 el misionero Harry Burleigh abrió una sede en la isla Bayly, en el archipiélago Wollaston, un poco al norte del cabo de Hornos. Ellen Susan Burleigh, su cónyuge, dejó una notable descripción del aprovechamiento por los indios de una ballena varada:
Muy rara vez queda varada una ballena en una de las islas cercanas, y entonces se produce un gran regocijo. Se amontona todo el mundo en ese lugar y muy pronto comienzan a tener mejor aspecto. Se lanzan sobre la carne de ballena y es sumamente asombroso cómo pueden consumir tanto de una vez. En estas ocasiones yo iba a las chozas y veía grandes trozos de ballena tostándose delante del fuego, y al preguntarles de quién era ese trozo, alguno de los hombres o de las mujeres respondía: “Eso es mío para que yo lo coma”, y pronto se ocupaba de esa gran porción.
Les agrada mucho el aceite. He visto a menudo grandes cantidades de grasa delante del fuego con una lata o una concha debajo para recoger el aceite, y los niños y adultos sumergen frutillas en él y las comen de esa manera, haciendo una masa […] También los bebés se deleitan chupando un trozo de grasa696.
En sus transitorias detenciones en tierra, en lugares que les eran habituales y que quedaban marcados por los conchales, los yámanas construían chozas con palos curvados y cubiertos con ramas o cueros de lobos. Su contacto con los occidentales les permitió conocer las herramientas de metal, gracias a lo cual pudieron construir canoas de troncos ahuecados697.