Esto se opone a las interpretaciones dominantes sobre la obra de Lenin: una visión empirista y otra dogmática. La primera reduce la obra de Lenin al estudio científico de un período particular de la historia rusa, a partir del cual no es posible extraer generalizaciones teóricas que vayan más allá de esa realidad concreta. La segunda le asigna a los análisis históricos de Lenin el carácter de verdades científicas ahistóricas, que pueden tener validez en cualquier contexto sociohistórico. Ambas serían, según Moulian (1972: 187), “lecturas incorrectas”.
Este es un texto de árido estilo académico, abstracto y poco invitante para un lector más general. Sus derivaciones de aplicación no son explicitadas ni ejemplificadas. No obstante, en sus obras de los años siguientes aparecerá reiteradamente ese tipo de análisis, para el cual Moulian encuentra su modelo en la obra de Lenin, como enfoque conceptual metodológico de análisis. Es lo que le hemos visto aplicar respecto al período del Estado de compromiso y, en particular, al período de la Unidad Popular.
A fines de los 1970 retoma sus análisis del pensamiento de Lenin ya no para rescatar su potencialidad para el análisis político coyuntural, sino que para cuestionar los usos de su obra que se hacen, según Moulian, de manera fundamentalmente distorsionada. En esta crítica, Moulian mantiene su defensa de una potencialidad del pensamiento de Lenin que se pierde en la interpretación que de él llevan a cabo sus continuadores, particularmente Stalin. En estos años, Moulian ya ha leído y estudiado la obra de Gramsci y su mirada está dirigida no solo hacia la historia pasada, sino que también a las posibilidades políticas futuras. Sus construcciones interpretativas buscan señalar caminos a seguir.
La narrativa del eurocomunismo
Uno de los discursos de izquierda que Moulian revisa e incorpora en sus análisis es el del “eurocomunismo”. Este discurso, que se aparta de la línea soviética, se había expandido en Europa, particularmente en Italia y Francia, en paralelo a la crisis de los “socialismos reales”. Moulian (1978a) en una de sus publicaciones, “Un debate sobre eurocomunismo y leninismo”, en una postura concordante con la del eurocomunismo, muestra la radical separación que este tiene con el leninismo50.
Moulian sostiene, en lo que según él es la tesis central del artículo, que “el leninismo como ortodoxia es una construcción teórica y política del estalinismo”. Stalin deshistoriza los planteamientos de Lenin que estaban referidos a coyunturas particulares, los generaliza, y los termina convirtiendo en una perspectiva teológica, usándolos para legitimar su propia forma de conducción del Estado soviético y del partido (30, 31). Stalin transforma los planteamientos de Lenin en “teoría y táctica universal del movimiento obrero en la época imperialista”; los convierte, según las palabras del propio Stalin, en “teoría de la revolución proletaria en general” (Moulian, 1978a: 29).
Esa fijación ortodoxa que hace el estalinismo del marxismo ya estaba en germen en Lenin. Este concibe la obra de Marx como ciencia “acabada”, con potencialidad de proveer todas las respuestas. Con respecto al Estado, materia que será crucial en las discusiones de la izquierda en la segunda mitad del siglo XX, hace afirmaciones generales; así, la necesariedad de la dictadura del proletariado es asumida con tal carácter de ley científica general y Stalin la usará para justificar la represión en la URSS.
En Lenin, según la lectura de Moulian, hay diferencias entre un Lenin inicial más determinista y de leyes generales y un Lenin del período del Qué hacer, que le presta más atención a diferentes variantes tácticas para la acción dentro del Estado preexistente. Esto, sin embargo, Lenin no lo llega a formular en términos generales, no emerge de ahí una “teoría de la transición legal democrática” (Moulian, 1978a: 35).
El eurocomunismo, por su parte, plantea un camino diferente al de ese leninismo estalinizado que afirmaba el paso necesario por la dictadura del proletariado. Ello va acompañado de una concepción diferente del Estado, ya no mero instrumento coactivo, en manos tradicionalmente de la burguesía, y luego del proletariado, sino que como una entidad más compleja. Tal complejidad es la que lleva a atender a sus particulares contenidos positivos en referencia especialmente a la “democracia burguesa”. El camino a seguir, por tanto, ya no es la toma violenta del Estado, ese instrumento represivo de las clases dominantes, para usarlo del mismo modo coactivo con el fin de lograr la transformación social radical. El camino es el señalado por Gramsci, de conseguir por la vía ideológico-cultural el apoyo mayoritario a las transformaciones emprendidas, es decir, lograr lo que él llama “hegemonía”, entendida en términos amplios, ideológico culturales y no exclusivamente político institucionales. Esto lleva a redefinir la teoría del tránsito al socialismo, asignándole a la democracia un valor y un rol que antes no tenía, como forma institucional y como criterio normativo.
La teoría leninista del Estado, con su metáfora del garrote, tuvo enorme influencia. Fue una narrativa con el apoyo teórico del marxismo y con referentes históricos de apoyo que se difundió extensamente por el mundo y marcó también la interpretación que la izquierda hizo de la realidad chilena. Esa teoría anula las diferencias entre tipos de Estado. No tiene capacidad para discriminar, por ejemplo, en la variedad de elementos del Estado de compromiso chileno y sus potencialidades. Limitó, así, el análisis de la llamada democracia burguesa, que fue menospreciada. Afectó el modo de plantear el camino hacia el socialismo, asumiendo un Estado dictatorial y represivo, como dictadura del proletariado, en la que se anulan los derechos democráticos de los mismos trabajadores.
Es, por tanto, una teoría o una narrativa con gran fuerza pragmática, con repercusiones performativas. Moulian es de los que contribuyen a desmontarla, cuestionarla y armar, de a poco, una teoría o narrativa alternativa. Gramsci es uno de los apoyos teóricos fundamentales. Además, el mismo Gramsci, con su historia política personal, se hace parte, tal como en el caso de Lenin, de la narrativa general. Contribuye simbólicamente a su atractivo, a su fuerza de convicción.
Este texto sobre el eurocomunismo Moulian lo publica en la revista Estudios Sociales, que es de la Corporación de Promoción Universitaria (CPU), dirigida por la Democracia Cristiana, lo cual revela el interés de Moulian de abrir diálogos hacia ese sector. Polemiza, al mismo tiempo, con Fernando Moreno, un autor de derecha que busca mostrar que el eurocomunismo no es más que el mismo lobo con otro disfraz.
Rol del intelectual y de la ciencia marxista
Esa crítica que Moulian hace a las versiones estabilizadas y ortodoxas del marxismo se repite en varias de sus obras de este período. Junto con la crítica a la concepción del Estado de Lenin, también cuestiona el rol que tales discursos le atribuyen a la ciencia (marxista) y a la vanguardia.
En Lenin hay un tránsito intelectual entre su obra inicial, que Moulian ve reflejada en Quiénes son los enemigos del pueblo, de 1894, y en el Qué hacer, de 1902. En la primera todavía no hay una distinción nítida entre praxis y estructura, más aún, la primera es subsumida en la segunda. La praxis era un derivado del movimiento de la estructura. El conocimiento de las relaciones de producción provee el patrón explicativo. Ese es el principio explicativo verdadero; cultura, subjetividad e ideología son distorsiones. Prima la base material de intereses y hay una cierta ineluctabilidad del desarrollo social. La ciencia, por tanto, consiste en una operación cognitiva de reducción a esos principios estructurales básicos. Por ello en Lenin no hay una teoría de la ideología y de la cultura. La praxis, así, parece como “la ejecución de un libreto, donde la acción humana realiza lo que la estructura produce como posibilidad” (Moulian, 1978b: 237). Así, tampoco aparece en este libro la idea de partido. El aporte de la ciencia marxista era proveer el